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Ciudades flotantes, el próximo paso

Jueves, 02 de abril de 2020 00:00

Las nuevas tecnologías y el cambio climático corren una carrera contra el tiempo, en la que el futuro se asemeja a lo que antes era territorio exclusivo de la ciencia ficción.

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Las nuevas tecnologías y el cambio climático corren una carrera contra el tiempo, en la que el futuro se asemeja a lo que antes era territorio exclusivo de la ciencia ficción.

La audacia creativa de empresarios como el sudafricano Elon Musk, que planean la colonización del espacio como una alternativa al inexorable agotamiento de los recursos naturales del planeta, tiene competidores que pergeñan alternativas como las "ciudades flotantes", una fantasía que ya encuentra vías de realización en diferentes proyectos.

Las Naciones Unidas, través de ONU Habitat (Programa para los asentamientos humanos), empezaron a tomar muy en serio al proyecto Oceanix, puesto en marcha por Marc Collins, un exministro de Turismo de la Polinesia francesa, quien diseñó una alternativa de "ciudades flotantes" para resolver el problema de las zonas costeras amenazadas por el avance de las aguas y la superpoblación. Esta atención especial de la ONU está incentivada por una urgencia concreta: en el océano Pacífico el nivel del mar está subiendo más rápidamente que en resto del planeta, hasta el punto que en los últimos años han desaparecido por completo cinco islas.

La propuesta de Collins no consiste exactamente en fundar "nuevas ciudades", sino en sumar barrios construidos sobre las aguas a las ciudades preexistentes. La "ciudad modelo" de Oceanix estaría habitada por 10.000 personas, ubicada a diez kilómetros de la costa y formada por un conjunto de plataformas hexagonales de dos hectáreas y espacio para 300 personas cada una. Lo que uniría cada plataforma hexagonal al fondo no sería un ancla tradicional, sino un "biorock", denominación de un material mucho más resistente que imita a los arrecifes.

Tecnología y ambiente

El proyecto contempla un conjunto de soluciones tecnológicas innovadoras para que los nuevos asentamientos sean capaces de producir su propia energía y sus fuentes de alimentación (cultivos hidropónicos y acuapónicos) y se autoabastezcan también de agua, mediante un proceso de desalinización. Collins aventura que "si en las mayores ciudades del mundo la huella ecológica (la tierra y el agua necesarias para generar los recursos y asimilar los residuos producidos por la población) llega ser de entre cinco y siete hectáreas por residente, en Oceanik será de media hectárea".

Collins, que vende su propuesta con exageraciones apocalípticas, "empezamos a hablar con la ONU en noviembre del año pasado sobre cómo encontrar alojamiento para 2.500 millones de personas que van a venir a vivir a las ciudades de aquí a 2050, cuando no habrá suficientes casas, agua, energía ni comida". Aclara empero que no estima que "las infraestructuras flotantes sean la solución para todos los problemas de las ciudades costeras pero sí que es una de ellas y, desde luego, mucho mejor que echar arena sobre el mar para seguir edificando, algo que arrasa con la vegetación imprescindible para resistir la erosión de la olas".

Bjarke Ingels, el arquitecto danés a cargo del proyecto, subrayó las ventajas de una "ciudad base cero". Explicó que "uno de los desafíos del urbanismo sostenible es que las tecnologías más limpias y eficientes tienen siempre que competir con sistemas que, aunque sean peores, ya están instalados en el lugar. Una ciudad flotante es una situación única porque no hay sistemas instalados, por eso lo vemos como una gran oportunidad para desarrollar las últimas tecnologías con las mejores prácticas".

Colonización del mar

Paralelamente a esta iniciativa patrocinada institucionalmente por la ONU, existe una serie de proyectos privados que consisten en la construcción de "ciudades flotantes", edificadas sobre islas artificiales, y promueven la "colonización del mar" como una superficie habitable en la que se fundarían "sociedades libres", ubicadas fuera de la plataforma submarina reservada legalmente a la soberanía de los estados.

Esta aventura fue asumida por Patri Friedman, nieto del Premio Nobel de Economía Milton Friedman, fundador de la famosa Escuela de Chicago. Friedman, exejecutivo de Google y emprendedor de Silicon Valley, dejó sus demás actividades empresarias para concentrarse en una idea que concilia su afición por la innovación tecnológica con el sueño libertario de un "anarco-capitalismo", una suerte de experimento de "capitalismo utópico", que replica la fracasada aventura del "socialismo utópico" del siglo XIX.

A tal efecto, en 2009 creó el "Seasteading Institute" ("seasteading" alude a vivir en una isla artificial) y consiguió el patrocinio financiero nada menos que del multimillonario Peter Thiel, fundador de PayPal.

Desde entonces obtuvo el apoyo de otras empresas, arquitectos y académicos trabajando para crear un primer prototipo que podría estar navegando antes del fin del presente año. En 2011, el escritor Joe Quirk conoció la idea y coescribió un libro con Friedman para tratar de reclutar talentos y financiación para su puesta en práctica. Quirck fundó también la compañía Blue Frontiers para administrar el emprendimiento.

A principios de 2019, Friedman suscribió un acuerdo precisamente con las autoridades de la Polinesia francesa, donde Collins inició su proyecto de 
barrios flotantes aledaños a las ciudades costeras, para probar la primera ciudad flotante en sus aguas territoriales. El Seasteading Institute contrató entonces los servicios de la empresa de ingeniería holandesa Deltasync, cuyos profesionales descartaron algunas fantasías futuristas y propusieron un diseño menos complejo que el original y más ajustado a la realidad.
La ciudad estaría conformada por una red modular de plataformas rectangulares y pentagonales que le permitirían cambiar su forma según las necesidades de sus habitantes.
Las plataformas de hormigón armado soportarían edificios de tres pisos en los que habría departamentos, oficinas y hoteles. Los autores del proyecto esperan que vivan a bordo entre 250 y 300 personas. En la etapa inicial, la superficie de la ciudad sería el equivalente de cuatro manzanas. El 75% de los edificios serían utilizados para vivienda y el resto para lugares de trabajo. La energía provendría de paneles solares y generadores eólicos y los cultivos se realizarían en invernaderos.
La inversión prevista es de 90 millones de dólares y el precio de las viviendas sería equivalente al de inmuebles semejantes en Nueva York o Londres. A pesar de los costos elevados, ya hay 1.200 personas interesadas en mudarse a una isla artificial con esas características. Una encuesta del Seasteading Institute revela que los aspirantes pertenecen a 67 países distintos (incluso algunos argentinos) y que casi el 60% de los anotados tiene menos de 30 años. 
Tanto Collins con sus barrios flotantes anexados a la costa como Friedman con sus islas artificiales diseminadas en el medio del mar cuentan con un antecedente excéntrico pero real: desde 1967 Paddy Roy Bates, un operador de radio pirata, ocupó con su familia Fort Roughs, una plataforma militar británica situada en aguas internacionales en el Mar del Norte, abandonada desde la segunda guerra mundial. Bates declaró su independencia, izó una bandera propia y nombró a su esposa “princesa Joan”, con lo que dio nacimiento al Principado de Sealand, que pese a los reclamos del Reino Unido aún sobrevive pacíficamente sin reconocimiento internacional.

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