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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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#Todos somos aprendices

Jueves, 30 de abril de 2020 02:51

Aeropuerto de Los Ángeles (USA), 3 de marzo de 2020. Nos despedimos con la certeza que volveríamos a vernos en abril y un largo abrazo contuvo las ganas de llorar, ¿qué sentido tiene llorar cuando la alegría de reencontrarnos está tan cerca?

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Aeropuerto de Los Ángeles (USA), 3 de marzo de 2020. Nos despedimos con la certeza que volveríamos a vernos en abril y un largo abrazo contuvo las ganas de llorar, ¿qué sentido tiene llorar cuando la alegría de reencontrarnos está tan cerca?

"Nos vemos para el casamiento de Fran y Jose, chau má, dame otro abrazo", me dijo y se metió entre la multitud, mientras yo la seguía con la vista y sentía que el alma se me escapaba del cuerpo para irse con ella. Cuando llegó a la puerta volteó y nos saludamos agitando las manos en el aire, nos miramos sin imaginar siquiera que pasaría un largo tiempo hasta la ansiada "próxima vez".

Todo cerrado

Una semana después se suspendían en Argentina conciertos, conferencias, obras de teatro y eventos culturales, se cerraron los centros comerciales, los cines y los restaurantes y también se suspendió el casamiento de Fran y Jose, Todos los planes se vinieron abajo, nos encerramos en las casas, y la única certeza que quedó fue que por un largo tiempo las personas no volveríamos a tener contacto ni a vernos. Esa noche cuando hablé con ella, la señal de internet era baja, el video se entrecortaba y no podíamos ocultar la tristeza, la frustración, el miedo, la impotencia y la desolación.

El coronavirus, que hasta entonces era una amenaza, se había convertido en una realidad letal. Todas las suspensiones se hicieron a pesar de los costos y de las pérdidas, pues nada es comparable a perder la vida con la infección de un virus capaz de matar a miles de personas por día. Adoptamos el encierro y el aislamiento por instinto de conservación, no como un remedio, sino como un refugio natural frente a la peste.

El miedo

Al miedo se sumaron la preocupación por la falta de alimentos, medicamentos y combustible, el peligro de contagio en las guardias de los hospitales, dejar de trabajar y no poder afrontar los gastos. Las respuestas a algunas de estas cuestiones, aunque fueran de emergencia, trajeron alguna calma y las que no, siguen y seguirán generando otro malestar sumado a los miedos, la incertidumbre.

Todo esto en un contexto surrealista de encierro y padecimiento de una larga cuarentena de la que soñábamos renacer el domingo de Pascua, cuando escribía esta nota.

La impotencia

Teníamos el mundo en nuestras manos y nos sentíamos omnipotentes. Teníamos la información y las comunicaciones en tiempo real, gozábamos de los avances vertiginosos de la ciencia y de la tecnología, tanto, que al aumento de la expectativa de vida lo bautizamos como "la cuarta edad". Pensábamos en nuevos sistemas previsionales, en una nueva pirámide laboral y paradójicamente aparece un nuevo virus capaz de exterminar esa franja etárea, y un poco de las otras también.

Nuestro ritmo de vida iba al compás de las novedades y descubrimientos que de la noche a la mañana dejaban obsoleto el ayer, todo era para ya, para ahora, y así acuñamos nuevas maneras de expresar las urgencias cotidianas "lo quiero para ayer".

La hiperactividad, el movimiento constante -aunque no supiésemos a dónde íbamos- formaba parte de la cotidianeidad, mientras la cultura del movimiento permanente generó una especie de rechazo o de impaciencia a todo lo constante, a lo establecido y a lo inamovible.

Los viejos, la historia, el aprendizaje lento, los argumentos, las conversaciones largas, la quietud, las explicaciones, los rituales, el sosiego o la calma, incluso los valores y los principios, resultan tantas veces insoportables en especial para los más jóvenes, por su contraste con la velocidad con que transitamos el tercer milenio.

Teníamos el control de nuestra salud, adoptamos nuevas formas de alimentarnos que empezaban a incluir un retorno a la era de los productos orgánicos; para la salud mental disponíamos de toda clase de terapias, de ejercicios físicos y para la espiritual otras tantas variedades.

Habíamos acumulado tanto saber solitario, que parecía innecesario conversar ni debatir los temas, ¿para qué hablar de cosas de las que ya sabemos? Las respuestas a todo está en la palma de nuestra mano, en el celular, en Google, ¿quién va a discutirle al gigante de la información? Con enfrascarnos en la plataforma virtual era suficiente.

Acuñamos un término ultra moderno: "empoderados", y con esa palabra simplificamos de un plumazo todo lo que se refiere a los derechos, a las garantías y a las libertades. Decimos que hay que empoderar, que están empoderados aquellos que reclaman, participan y muestran suficiente autoconfianza e independencia.

Teníamos una vida previsible, un entorno regular y estable, donde los acontecimientos de la vida estaban ordenados de acuerdo a la mayor o menor probabilidad de que ocurran, incluso pensábamos que la muerte toma de sorpresa a los desprevenidos. El hogar se transformó en un lugar de paso, la vida estaba afuera, y aumentó a millones la circulación de personas alrededor del mundo.

Teníamos saber, tecnología al alcance, una capacidad de expansión ilimitada, pero no previmos que somos miles de millones y que podíamos enfermar. Pero un día brotó el virus que mata y arrasa, que nos descompleta, que nos obliga a encerrarnos y a permanecer en un mismo lugar. #Quedate en casa, se ha vuelto una condena sin fecha de vencimiento.

De golpe un virus nos arrebata esas conquistas, nos enfrenta a nuestros propios miedos, y en la soledad del encierro el espejo del alma nos devuelve el reflejo de la versión más débil de nosotros mismos, la fragilidad de la que no queremos saber.

Volver, ¿adónde?

Nos queda ahora salir del miedo paralizante, racionalizar esta experiencia, y hacer un aprendizaje, pensar nuevos paradigmas, formarnos, investigar, planificar soluciones, nuevas maneras de volver al mundo y al trabajo donde regirán nuevos protocolos, nuevas equivocaciones y nuevos aprendizajes. Volver a una convivencia social con un distanciamiento inédito para la sociedad. La modernidad, que se caracteriza por la actualización permanente, no esperaba una pandemia global que supera nuestras capacidades de reinventarnos frente a un giro tan veloz y desconcertante.

"Asumir entre todos la responsabilidad, la libertad, la salud, la justicia, la paz y la estabilidad del mundo".

Estamos ante una nueva línea de largada que nos desafía a ingeniárnosla desde otros parámetros. Esto requerirá de la acción conjunta entre la sociedad civil y líderes con una visión global de la solidaridad, dispuestos a desarrollar programas para prevenir futuras infecciones de esta magnitud y promover un diálogo mundial para hallar la forma más eficaz de resolver los males que la tragedia del COVID-19 nos ha dejado.

Llegó la hora de emprender el camino hacia un nuevo orden, de hacer el enorme esfuerzo de trazar un rumbo sin opresores ni oprimidos y sin la tentación de tomar el atajo que ofrecen los regímenes autoritarios y los totalitarismos.

Necesitamos una sociedad dispuesta a realizar el saludable esfuerzo de mantener con vida la comunidad política de individuos libres, necesitaremos líderes que estén a la altura de los nuevos desafíos, y asumir entre todos, la responsabilidad de garantizar y asegurar la libertad, la salud, la justicia, la paz y la estabilidad del mundo.

 

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