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Bicentenario de la muerte del general Manuel Belgrano

En la pobreza, murió en Buenos Aires.
Domingo, 14 de junio de 2020 01:14

El próximo sábado hará doscientos años que el general Manuel Belgrano, creador de la bandera argentina, expiró en su casa natal de la ciudad de Buenos Aires. Había llegado en marzo desde Tucumán luego de haber sido humillado tanto en esa ciudad que tanto amaba, como en ese su último viaje, donde hasta un maestro de posta le faltó el respeto. En tanto, de paso por Córdoba, el gobernador José Díaz ignoró su pedido de ayuda para poder llegar a destino, salvando su situación el comerciante Carlos del Signo.Y como dice Mitre en la “Historia de Belgrano”, al arribar a Buenos Aires, Manuel Belgrano encontró a su ciudad en estado de anarquía. “Débil y exánime, entró caminando por pies ajenos a la casa paterna, donde medio siglo antes había nacido, y se acostó en su lecho de agonía. Desde entonces pasó sus días sentado en un sillón, y a la noche en vigilia, incorporado en su cama, porque no podía acostarse del todo. A veces pedía que le dejasen solo y quedaba sumido en una honda meditación. Un día, después de uno de esos instantes de soledad voluntaria, sus amigos le encontraron pálido y con los ojos extintos. Al verlos pareció reanimarse, y dirigiéndose a su amigo, el (salteño) don Manuel Antonio Castro, le dijo con triste gravedad: “Pensaba en la eternidad a donde voy, y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán en remediar sus desgracias”. A casi dos meses de estar en Buenos Aires, el gobernador don Ildefonso Ramos Mexias (Ramos Mejía), exservidor suyo y del general San Martín en el Ejército del Norte, le envió un día, dice Mitre -por medio de un edecán del gobierno-, la cantidad de 300 pesos con destino a los gastos de su curación, y asegurándole que le consideraba como uno de sus principales cuidados, “el velar por su bienestar como justo premio debido a sus virtudes y servicios”. A los pocos días que le llegara esta ayuda, el general Belgrano respondió a Ramos Mexia con la humildad que le caracterizaba: “Doy a V.S. las gracias, bien persuadido que el estado de las rentas no le permiten usar de la generosidad que me manifiesta, sin que merezca tanto favor”. Pasó el tiempo y, días antes de morir, Belgrano se dirigió de nuevo al gobernador Ramos Mexia, esta vez para solicitarle “dinero a cuenta de sus haberes y por la parte que le correspondía en la existencia de azogues tomado en el Perú (Alto Perú). Esta vez, por cuestiones legales, Ramos Mexia elevó la solicitud a consideración de la Junta de Representantes, pero esta, como aún suele ocurrir, se expidió cuando Belgrano ya era difunto.

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El próximo sábado hará doscientos años que el general Manuel Belgrano, creador de la bandera argentina, expiró en su casa natal de la ciudad de Buenos Aires. Había llegado en marzo desde Tucumán luego de haber sido humillado tanto en esa ciudad que tanto amaba, como en ese su último viaje, donde hasta un maestro de posta le faltó el respeto. En tanto, de paso por Córdoba, el gobernador José Díaz ignoró su pedido de ayuda para poder llegar a destino, salvando su situación el comerciante Carlos del Signo.Y como dice Mitre en la “Historia de Belgrano”, al arribar a Buenos Aires, Manuel Belgrano encontró a su ciudad en estado de anarquía. “Débil y exánime, entró caminando por pies ajenos a la casa paterna, donde medio siglo antes había nacido, y se acostó en su lecho de agonía. Desde entonces pasó sus días sentado en un sillón, y a la noche en vigilia, incorporado en su cama, porque no podía acostarse del todo. A veces pedía que le dejasen solo y quedaba sumido en una honda meditación. Un día, después de uno de esos instantes de soledad voluntaria, sus amigos le encontraron pálido y con los ojos extintos. Al verlos pareció reanimarse, y dirigiéndose a su amigo, el (salteño) don Manuel Antonio Castro, le dijo con triste gravedad: “Pensaba en la eternidad a donde voy, y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán en remediar sus desgracias”. A casi dos meses de estar en Buenos Aires, el gobernador don Ildefonso Ramos Mexias (Ramos Mejía), exservidor suyo y del general San Martín en el Ejército del Norte, le envió un día, dice Mitre -por medio de un edecán del gobierno-, la cantidad de 300 pesos con destino a los gastos de su curación, y asegurándole que le consideraba como uno de sus principales cuidados, “el velar por su bienestar como justo premio debido a sus virtudes y servicios”. A los pocos días que le llegara esta ayuda, el general Belgrano respondió a Ramos Mexia con la humildad que le caracterizaba: “Doy a V.S. las gracias, bien persuadido que el estado de las rentas no le permiten usar de la generosidad que me manifiesta, sin que merezca tanto favor”. Pasó el tiempo y, días antes de morir, Belgrano se dirigió de nuevo al gobernador Ramos Mexia, esta vez para solicitarle “dinero a cuenta de sus haberes y por la parte que le correspondía en la existencia de azogues tomado en el Perú (Alto Perú). Esta vez, por cuestiones legales, Ramos Mexia elevó la solicitud a consideración de la Junta de Representantes, pero esta, como aún suele ocurrir, se expidió cuando Belgrano ya era difunto.

Últimas visitas

“Antes de cerrar sus ojos para siempre, tuvo (Belgrano) la satisfacción -cuenta Mitre- de ver a su predilecto subalterno el coronel (Gregorio) La Madrid. Lo abrazó con los ojos llenos de lágrimas, y luego que se hubo serenado, abrió una gaveta de un escritorio que tenía a su espalda y sacó de ella unos papeles. Eran unas memorias históricas de La Madrid, escritas por encargo de él en el Fraile Muerto, lugar donde un año antes había empezado su agonía”. “Estos apuntes -le dijo- están hechos muy a la ligera: es menester que los recorra”. Habló en seguida de Tucumán... y se despidió de él para no volverse a ver más en la vida.
Otro amigo que visitó a Belgrano antes de expirar fue don José Celedonio Balbín, quien le había facilitado dinero en Tucumán para que pudiese emprender su último viaje a Buenos Aires. Lo hizo sin recabarle documento o recibo alguno. Respecto a esta visita, Mitre cuenta: “Después de algunos momentos de conversación, (Belgrano) le dijo: ‘Mi situación es cruel, mi estado de salud me impide montar a caballo para tomar parte en la defensa de Buenos Aires’”. Luego de un silencio agregó: “Me hallo muy mal: duraré muy pocos días. Espero la muerte sin temor, pero llevo al sepulcro un sentimiento”. Interrogado por Balbín, le contestó con tristeza: “Muero tan pobre, que no tengo ni para pagarle el dinero que usted me prestó; pero no lo perderá. El Gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos, y luego que el país se tranquilice se los pagará mi albacea (Domingo Belgrano), quien queda encargado de satisfacer la deuda”.

El testamento

El 25 de mayo de 1820, es decir 25 días antes de morir, Belgrano dictó su testamento. Al respecto “declaró que no teniendo ningún heredero forzoso, ascendiente ni descendiente, instituía como tal a su hermano el canónigo don Domingo Estanislao Belgrano, a quien nombró patrono de las escuelas por él fundadas, legándole su retrato, con encargo secreto de que pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes en favor de una hija natural llamada Manuela Mónica, que de edad de poco más de un año había dejado en Tucumán, recomendándole muy encarecidamente hiciera con ella las veces de padre, y cuidara de darle la más esmerada educación”.

Llega el final

El 19 de junio de 1820, el general Manuel Belgrano, el que había triunfado en Tucumán, Salta y Las Piedras, y que había caído en Vilcapugio y Ayohuma, se sentía morir. Pidió entonces a su hermana Juana que lo asista “con el amor de una madre, que le alcanzase su reloj de oro que colgaba de la cabecera de su cama: “Es todo cuanto tengo que dar a este hombre bueno y generoso”, dijo dirigiéndose al médico Redhead, quien lo recibió enternecido.
Luego de este episodio Mitre dice: “Empezó su agonía, que se anunció por el silencio, después de prepararse cristianamente, sin debilidad y sin orgullo como había vivido, a entregar su alma al Creador. Las últimas palabras que salieron de sus labios, fueron: Ay patria mía!”.
A las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820 expiró hidrópico el general Manuel Belgrano, a la edad de 50 años y 17 días. Ese mismo día, Buenos Aires, presa de la anarquía, contaba tres gobernadores a un mismo tiempo.
El cuerpo de Belgrano fue embalsamado piadosamente por el Dr. Reahead y sepultado en el atrio del convento Santo Domingo, amortajado con el hábito del patriarca de la orden, según su última voluntad. Sus hermanos, algunos parientes lejanos y unos pocos amigos, fieles a la desgracia, fueron los únicos que asistieron al entierro de uno de los más buenos y de los más grandes hombres de la historia argentina. Solo un periódico de Buenos Aires anunció su muerte, y sus funerales tuvieron lugar ocho días después en el mismo día y casi a la misma hora en que el ejército de Buenos Aires era derrotado por los federales en la Cañada de la Cruz.
“Así murió, así fue enterrado y así se hicieron los funerales del general Manuel Belgrano, en medio de la anarquía que devoraba a la República Argentina”, concluye Mitre al narrar este episodio tan triste para el país.

Belgrano en plaza 25 de Mayo

El 24 de septiembre de 1873, en el 70 aniversario de la Batalla de Tucumán, se inauguró en la plaza 25 de Mayo de la ciudad de Buenos Aires la estatua ecuestre del general Manuel Belgrano. La ceremonia fue presidida por el presidente de la República Argentina, don Domingo Faustino Sarmiento. Además de Sarmiento habló el ex presidente Bartolomé Mitre, quien dirigiéndose a la estatua dijo: “General Belgrano, yo tu humilde historiador, y uno de tus hijos agradecidos, te saludo grande y padre de la patria, como precursor de nuestra independencia, numen de la libertad, genio de bien, modelo de virtudes cívicas; vencedor de Tucumán, Salta y Las Piedras; vencido en Vilcapugio y Ayohuma; que vivirás en la memoria y el corazón de los hombres, mientras la bandera argentina no sea una nube que se lleve el viento, y mientras el nombre de nuestra patria pronunciado por millones de ciudadanos libres haga estremecer las fibras de tu bronce!”.
 

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