Amy Winehouse disfrutaba de cantar más que de cualquier cosa en el mundo. De chica, estimulada por su padre; o en un cumpleaños entre amigos con todo su espíritu adolescente a flor de piel, en los clubes bohemios del jazz y, un poquito menos, es cierto, en los grandes escenarios que le tenía reservada la industria.
Amy sentía que había nacido en otro tiempo, que la música que dictaba el mercado en el cambio de siglo no era lo que ella admiraba. Todo era descartable y efímero y, si no existía había que crearlo. Ella se propuso volver a la canción de autora, a la artista con mayúsculas que se juega la vida en cada paso, y que pone el cuerpo, y el alma, en su canción. ‘No escribiría algo que no fuera personal‘, decía con honestidad brutal. Con esa pasión vivió sus 27 años, sí, los trágicos 27 que se llevaron demasiado pronto a una artista con todas las letras.
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Amy Winehouse disfrutaba de cantar más que de cualquier cosa en el mundo. De chica, estimulada por su padre; o en un cumpleaños entre amigos con todo su espíritu adolescente a flor de piel, en los clubes bohemios del jazz y, un poquito menos, es cierto, en los grandes escenarios que le tenía reservada la industria.
Amy sentía que había nacido en otro tiempo, que la música que dictaba el mercado en el cambio de siglo no era lo que ella admiraba. Todo era descartable y efímero y, si no existía había que crearlo. Ella se propuso volver a la canción de autora, a la artista con mayúsculas que se juega la vida en cada paso, y que pone el cuerpo, y el alma, en su canción. ‘No escribiría algo que no fuera personal‘, decía con honestidad brutal. Con esa pasión vivió sus 27 años, sí, los trágicos 27 que se llevaron demasiado pronto a una artista con todas las letras.