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Un agravio y una muestra del fracaso

Martes, 19 de octubre de 2021 02:20

El domingo un grupo de fanáticos ofreció en Plaza de Mayo una muestra del espíritu necrófilo que impregna, a veces, a la política y la ideología. En su "Anatomía de la destructividad humana", Erich Fromm deja de lado la patología sexual y habla de pulsiones de atracción por la vida, biofilia, y de la predilección por la muerte, la necrofilia. Allí aparece como paradigma necrófilo Adolph Hitler, el más notorio de los muchos genocidas, y Fromm describe no solo el intento (absurdo) de mostrar el exterminio como una necesidad de Alemania, sino la movilización de sus adeptos con el estímulo del odio al enemigo y con el mito de la raza aria.

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El domingo un grupo de fanáticos ofreció en Plaza de Mayo una muestra del espíritu necrófilo que impregna, a veces, a la política y la ideología. En su "Anatomía de la destructividad humana", Erich Fromm deja de lado la patología sexual y habla de pulsiones de atracción por la vida, biofilia, y de la predilección por la muerte, la necrofilia. Allí aparece como paradigma necrófilo Adolph Hitler, el más notorio de los muchos genocidas, y Fromm describe no solo el intento (absurdo) de mostrar el exterminio como una necesidad de Alemania, sino la movilización de sus adeptos con el estímulo del odio al enemigo y con el mito de la raza aria.

Los que pisotearon las piedras recordatorias y arrancaron las fotos de las víctimas de COVID-19 en un monumento de la Plaza de Mayo no son nazis. Los nazis ya no existen. Por lo que muestran las fotos se trata de personas bastante mayores, probablemente trasnochadores de los cafés porteños, que consagran su vida a tratar de encontrar alguna solidez ideológica al gobierno de Nicolás Maduro o de progresismo a Daniel Ortega. Muy cerca de ellos estaba Hebe de Bonafini, que no los repudió. ¿Qué hubiera ocurrido si en medio de una movilización similar alguien hubiera profanado las placas que evocan a los desaparecidos de la dictadu ra?.

"Nuestros muertos son una cosa y los de ellos, otra": esta construcción del enemigo fue formulada en términos ideológicos por Luis D'Elía al referirse a las personas muertas en los saqueos de diciembre de 2001 (contra Fernando de la Rúa) y los que cayeron en el mismo mes, en 2012 y 2013 (en la presidencia de Cristina). "Unos eran luchadores del pueblo y estos son agentes del imperialismo". Ningún intelectual de Carta Abierta lo desautorizó. Como ningún kirchnerista cuestionó al midachi Daddy Brieva ni a Fito Páez por exabruptos igualmente violentos y discriminatorios.

El populismo, de izquierda o derecha, por definición y por metodología, necesita construir un mito -en este caso la idolatría a Cristina y a Néstor-, plantear una utopía (un distribucionismo sin elites) y la negación de la realidad cotidiana (la nueva elite que exalta a La Matanza y vive en Puerto Madero).

La historia reciente abunda en ejemplos, pero el caso más reciente del uso político de la muerte fue el del activista Santiago Maldonado, en 2017, al que intentaron inventar como "desaparecido" para mostrar a Macri como la nueva versión del terrorismo de Estado. Aquel fue otro grupo de sexagenarios -con más poder y más cinismo que estos mediocres profanadores de Plaza de Mayo- que contó con el apoyo de la extravagante exministra Sabina Frederic, y de la actual ministra Elizabeth Gómez Alcorta, abogada del dirigente mapuche Facundo Jones Huala. Todos sabían que estaban mintiendo.

Del otro lado de la grieta no faltan los maniqueos, violentos y provocadores; pero en el populismo, es metódico.

El domingo, al poner como "el enemigo" a los familiares de las víctimas de la pandemia, esos militantes mostraron una de las formas más obscenas de la polarización política. No solo por el tácito aval de las miles de las miles de personas presentes: en su tuit sobre hecho, el ministro del Interior Eduardo de Pedro desaprobó tímidamente la profanación, pero culpó a la oposición por las reacciones. Es decir, lo minimizó, equiparándolo hacia afuera, como si el agravio a los muertos fuera irrelevante.

Detrás de todo esto, además, hay otra historia. La pandemia fue politizada burdamente desde el comienzo. Sin tomar en cuenta muchos indicadores de incompetencia y corrupción, lo más grave es que por una decisión política mezquina el Gobierno privilegió la vacuna que ofrecía su amigo Vladimir Putin. Priorizaron a un país que no estaba en condiciones de cumplir con los cupos mínimos y frenaron las compras de las vacunas a otros, con capacidad industrial. El resultado, 115.000 muertos.

Lo del domingo fue un gesto de odio, sin autocrítica. Un agravio a las víctimas del COVID-19. La memoria de los muertos, en la Argentina es un valor ético, sin ideología.

 

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