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“América Latina en un nuevo orden mundial”

Miércoles, 29 de diciembre de 2021 20:59

A treinta años del Tratado de Asunción, que puso en marcha el Mercosur, el bloque regional enfrenta el desafío de un profundo replanteo cuyo resultado influirá decisivamente en la configuración política de América Latina y en su futura inserción en el nuevo escenario mundial. 
 En 1987 el historiador francés Alain Rouquié publicó su libro “América Latina: Extremo Occidente”. Para Rouquié, América Latina es, ante todo, una “realidad cultural”, cuya especificidad no suele ser tenida suficientemente en cuenta por la intelectualidad europea. 

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A treinta años del Tratado de Asunción, que puso en marcha el Mercosur, el bloque regional enfrenta el desafío de un profundo replanteo cuyo resultado influirá decisivamente en la configuración política de América Latina y en su futura inserción en el nuevo escenario mundial. 
 En 1987 el historiador francés Alain Rouquié publicó su libro “América Latina: Extremo Occidente”. Para Rouquié, América Latina es, ante todo, una “realidad cultural”, cuya especificidad no suele ser tenida suficientemente en cuenta por la intelectualidad europea. 

La Alianza del Pacífico, motorizada en 2012 con el impulso de la explosión de crecimiento de China y del mundo asiático, que convirtió al océano Pacífico en el epicentro del intercambio internacional, nuclea a las economías más abiertas y también más dinámicas de la región. Sus cuatro socios fundadores, México, Colombia, Perú y Chile, tienen por separado acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Chile y Perú tienen tratados bilaterales de libre comercio con China. Chile suscribió asimismo convenios de libre comercio con la Unión Europea y con países que en su conjunto representan el 90% del producto bruto mundial.

 En este sentido, hay un abierto contraste entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur, que constituye un bloque más cerrado comercialmente. Esa cuestión motiva una insistente demanda de apertura por parte de sus dos socios menores, Uruguay y Paraguay, compartida, aunque con matices, por Brasil, que subrayan que el espíritu fundacional del bloque, basado en la idea de un “regionalismo abierto”, fue la construcción de una plataforma de lanzamiento conjunta para que sus cinco socios originarios pudieran erigirse en protagonistas del proceso de globalización de la economía mundial. 

 En esa necesaria reformulación del bloque sudamericano, los temas básicos de la agenda regional son los acuerdos sobre la reducción del arancel externo común y el avance en las negociaciones con otros bloques comerciales y con terceros países. En esa perspectiva, el fortalecimiento del Mercosur exige incorporar tres nuevas dimensiones: una visión política, que incluye la creación de un sistema integrado de defensa y seguridad, una perspectiva bioceánica, lo que exige la profundización de la asociación estratégica con Chile, y un perfil agroalimentario, como surge de las características comunes de sus sistemas productivos, que sumados permitirían transformarlo en el principal proveedor mundial de proteínas. 

 Los modos y los tiempos de esa reestructuración del Mercosur no pueden desentenderse de las asimetrías estructurales preexistentes entre sus socios. Uruguay como Paraguay son economías abiertas, con rasgos semejantes a los países de la Alianza del Pacífico. Brasil y la Argentina tienen estructuras industriales que requieren un proceso de reconversión, a través de una estrategia de reindustrialización internacionalmente competitiva, fundada en la constante incorporación de nuevas tecnologías que permitan aumentar el valor agregado a sus exportaciones.

 La convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico constituye hoy el camino posible de la unidad latinoamericana. Juntos, ambos bloques reúnen más del 90% de la población, del producto bruto interno y de la inversión extranjera directa de toda la región. Esa confluencia permite que México, sin afectar sus vínculos estructurales con Estados Unidos, adquiera un mayor protagonismo en la construcción política de la región, orientada a transformarla en un centro de decisión autónomo en el escenario mundial.

 América Latina necesita intervenir con una voz propia en la configuración del nuevo sistema de poder mundial, cuyo eje ordenador gira alrededor de una nueva bipolaridad, expresada en el complejo vínculo de competencia y cooperación entre Estados Unidos y China. Pero, a diferencia de lo sucedía durante la guerra fría, ninguna de estas dos superpotencias lidera un bloque de países enfrentado al otro.

 En ese contexto, la inserción de cada país y de cada región en ese escenario global estará determinada por la naturaleza de los vínculos que sea capaz de establecer, pragmática y simultáneamente, con Estados Unidos y con China. Más que de una multipolaridad, podría hablarse con mayor propiedad de un policentrismo, en el que cumple un rol sustantivo la Unión Europea.

 Pero ser “Extremo Occidente” supone, con las particularidades del caso, el reconocimiento de ser parte de Occidente. En ese sentido, América Latina es parte inseparable del sistema político y jurídico interamericano, que lo asocia con Estados Unidos, articulado alrededor de un sistema de instituciones multilaterales, como la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como a tratados internacionales que incluyen desde el Pacto de San José de Costa Rica hasta la Carta Democrática de la OEA, inspirada en la “cláusula democrática” del Mercosur, introducida también en el estatuto de la Alianza del Pacífico. 

 La confluencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico contribuirá a otorgar a América Latina, esa “realidad cultural” del Extremo Occidente, la fortaleza política necesaria para participar en el debate planteado sobre la estructura de poder y el sistema de valores de esta nueva sociedad mundial que emerge a ritmo acelerado a escala planetaria.
 

Brasil, México y la Argentina forman parte del G-20, que constituye hoy la principal plataforma de gobernabilidad mundial, cuya agenda incluye el tratamiento de los temas fundamentales de esa discusión, desde la reforma de la actual arquitectura del sistema financiero internacional hasta la acción mancomunada para la preservación del medio ambiente.
 Desde este Extremo Occidente, solo la unidad latinoamericana le puede permitir a la región ser parte del concierto mundial y no resignarse a ese papel pasivo que Methol Ferré estigmatizara como “coro de la historia”.

     * Fragmento de la presentación del autor en el Congreso sobre “Desarrollo global y sostenibilidad en la post-pandemia”, organizado por la Universidad Austral y la Universidad de Roma.

 

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