¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

18°
25 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Cosas de mujeres

Jueves, 09 de diciembre de 2021 02:22

Tal vez como una consecuencia no querida de la historia, quiso la paradoja que fuera el mismísimo inventor de la dinamita, Alfred Nobel, quien instituyera el Premio Nobel de la Paz y los prestigiosos premios con su nombre que reconocen a quienes han realizado las mayores contribuciones en beneficio y progreso de la humanidad en distintos aunque específicos ámbitos.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Tal vez como una consecuencia no querida de la historia, quiso la paradoja que fuera el mismísimo inventor de la dinamita, Alfred Nobel, quien instituyera el Premio Nobel de la Paz y los prestigiosos premios con su nombre que reconocen a quienes han realizado las mayores contribuciones en beneficio y progreso de la humanidad en distintos aunque específicos ámbitos.

Las distinciones se entregan en Suecia, cada año y el 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Nobel ocurrida a los 63 años, en 1896 y en Italia, donde la leyenda o la esperanza aseguran que residía para mantenerse muy cerca de quien arriesgan- fue el gran amor de su vida, la ya viuda baronesa von Suttner.

Bertha von Suttner fue la primera mujer en recibir el Nobel de la Paz 1905 por su novela "­Abajo las armas!" (y la segunda en recibir un Nobel después de la polaca Marie Curie, química, que lo recibió dos veces). Nacida en la Praha del Imperio Austro-Húngaro como condesa Kinsky, criada en la Corte, recibió una educación exquisita que, al quedar huérfana y empobrecida, le permitió sobrevivir como insti tutriz.

Llegó a Viena, al palacete de la acaudalada familia von Suttner donde educó a las niñas, enfureció a los padres al enamorarse del hermano mayor de éstas y fue despedida aunque recomendada como secretaria y gobernanta a un amigo de la familia en París: el ingeniero, químico, fabricante de armas, inventor de más de 350 patentes y soltero empedernido Alfred Nobel, con quien forjó una sólida amistad que perduraría toda la vida y remontaría hasta la decisión de Bertha de huir con el Barón von Suttner desafiando a todo el mundo y casándose en secreto con él.

Casados, los Suttner se alistaron como voluntarios en la Guerra ruso-turca y allí curaron heridos, reconfortaron angustiados, consolaron desahuciados: ese sustrato de muerte fue abonando el anhelo impenitente de vida que late en su premiada novela, que despertó las conciencias a la paz y condenó el belicismo; consecuente con ello, fundó después la Sociedad Austríaca de Amigos de la Paz, desde donde promovería su arenga permanente de bajar las armas, enarbolar el diálogo y dotar a la Paz de un valor agregado que la volviera necesaria e irresistible. Convenció a Nobel de estimular todo intento por la paz hasta que, finalmente, él instituyó el Premio a la Paz mientras arreciaban los rumores de que él jamás lo hubiese instituido si ella no se lo hubiera pedido, a lo que ella respondió con fervor: "las habladurías no importan, lo que hemos logrado va a sobrevivirnos".

Al recibir su Premio, inescrutable, imperturbable, sin que ningún gesto la anticipara, la baronesa agradeció la generosidad y el apoyo de su amigo Nobel; destacó el compromiso con la Paz del Primer Ministro inglés, William Gladstone mentor de la creación del Tribunal Permanente de Arbitraje, cuya concreción en 1899 Alfred Nobel no llegó a ver- y dio la bienvenida al movimiento al reformador y filósofo Cap. Moritz von Egidy (p) pues consideraba que "ha llegado a nuestra arena un brillante paladín".

Lo hizo con la sobriedad y humildad de la gente de la Europa Central, la Europa del Danubio, río de esturiones al que se ha cantado, celebrado y amado quizá demasiado intensamente a lo largo de su cuenca o cerca o lejos de sus orillas porque era tal vez lo único permanente y cierto en un área donde la política corría o destruía fronteras y límites, la guerra sepultaba países y alumbraba otros cuyos nombres sólo sobrevivían en los corazones de quienes los perdían, con súbditos que nacían en un imperio, crecían como ciudadanos en una periferia de la que no formaban parte y morían como esclavos hasta lejos de su órbita: como placas tectónicas, surgían o sucumbían sin consideración, por alianzas del momento o decisión de los prepotentes de turno porque sus nacionalidades volátiles no tenían Estado correspondiente.

Allí, en esa misma Europa Central y con la misma sobriedad y humildad de Bertha von Suttner, acaba ayer de despedirse de su pueblo y pronto de su cargo la canciller Angela Merkel, Doctora en Química Cuántica "Magna cum Laudae" por la Universidad de Leipzig. Nacida en Hamburgo y criada bajo el régimen comunista de Alemania Oriental. Merkel deja a Alemania como la primera economía de Europa y se va como la gran referente de la Unión Europea y gran embajadora de Alemania. Desde su estilo no confrontativo, impuso austeridad cuando la crisis del euro, sobre todo a griegos, españoles e italianos ya "que no puedo pedirle a mi obrero alemán que financie el despilfarro griego". Deja tras sí un frente común con su eterno rival, Francia, cuyo presidente ha rendido sentido homenaje a Merkel por "la dimensión de su labor europea". "Sin la habilidad política de Merkel, la UE se habría enfrentado a una grieta interna sin precedentes". Deja su cargo con un 90% de aprobación y un absoluto respeto por su manejo de la pandemia.

En su despedida de sólo 5 minutos, enunció de una vez y para siempre los valores de su lucha sin exitismos ni alardes. De entrada, agradeció al pueblo alemán el honor de haberle confiado el puesto en el que se desempeñó durante tanto tiempo. Remarcó que la democracia prospera en el intercambio de ideas, con la opinión crítica, la autocrítica y el respeto recíproco. Subrayó el valor de la confianza en los dirigentes, en los hechos y en la ciencia, hechos que, negados y con la confianza desahuciada, dan paso a las teorías conspirativas y a la difamación, urgiendo a resistir y confrontar estas desviaciones.

 Y se despidió a la alemana, con austeridad, música y tradición: la ceremonia Grosser Zapfenstreich se remonta al S.XVI, representa el mayor tributo que el Ejército Alemán ofrece a generales y políticos destacados (el Canciller es a su vez Comandante en Jefe) y comienza con una procesión de antorchas seguida de honores militares, se escucha a continuación el discurso del homenajeado, toma su lugar la música que elige éste último y concluye con una recepción posterior que, por esta vez, la pandemia ha cancelado.
 Y mientras en Estocolmo el Comité Nobel extrema cuidados y protocolos para la ceremonia de entrega de los Premios este viernes y el mundo espera entusiasmado los discursos de los periodistas María Ressa y Dmitri Murátov, distinguidos con el Premio Nobel de la Paz 2021 por “sus esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión que es condición necesaria para la democracia y la paz duradera”, en Buenos Aires y bajo la refinada convocatoria de “hay que reventar la Plaza de Mayo”, el gobierno nacional organiza un acto para - según dicen- celebrar el Día de la Democracia con Lula da Silva incluido entre los oradores y la reaparición estelar de Cristina junto al presidente de los argentinos Alberto Fernández. 
Tal vez y como en casos anteriores, sea sólo otra supuesta demostración de fuerza del conurbano kirchnerista, pero aún así, como si a pandemia no existiera, omicron nunca hubiera llegado y fueran posible y hasta aconsejables éste y otros “festivales ciudadanos”... Como diría el legendario hombre de radio salteño, Don César Perdiguero: “Churo, ¿no?”

PUBLICIDAD