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Pasó un año y la COVID no permite bajar los brazos

Domingo, 21 de marzo de 2021 01:46

Luego de un año de pandemia y cuarentena, la humanidad está aprendiendo a convivir con una nueva realidad sanitaria que obliga, y seguirá obligando, a cambiar hábitos y, también, a comprender que sólo la ciencia está en condiciones de ofrecer el único criterio válido para cuidar la salud de todos.
Con este virus, con sus mutaciones y con otras especies, la “inmunidad de rebaño” sólo se logrará con la administración racionalmente planificada de las vacunas; y aún con vacunaciones masivas, el distanciamiento social, el uso de barbijos y el lavado y desinfección de manos seguirán siendo imprescindibles.
Los dos países donde el COVID-19 ha causado más estragos son Estados Unidos y Brasil, cuyos presidentes (Donald Trump y Jair Bolsonaro) minimizaron los efectos del virus y desafiaron a la Organización Mundial de la Salud. 
El viernes, la cifra oficial de contagiados en el mundo superaba los 121 millones de personas y la cifra total de muertos oscilaba en los 2,6 millones. En nuestro país eran 54.476 los fallecidos registrados y 2.235.000 los contagiados desde marzo de 2020.
Los datos hablan por sí solos de la gravedad del escenario. Mientras tanto, en el mundo recrudecen los contagios y la provisión de vacunas resulta insuficiente para detener esa ola. La ciencia médica y los laboratorios han logrado en un año algo impensado: avanzar frente a un virus desconocido, con un componente genético que fue detectado, pero al que cuesta mucho neutralizar. Es imprevisible, se difunde con enorme facilidad por la vía aérea y ya registra unas 4.000 mutaciones.
Los laboratorios avanzaron a pasos agigantados, pero la naturaleza impone sus exigencias y un año es poco tiempo. Además, la experimentación es insoslayable. Por eso, a nivel mundial, las vacunas vuelven a ser revisadas y testeadas y aparecen numerosas sospechas, como ocurre hoy en varios países con la AstraZeneca.
En la Argentina, el rigor inicial de la cuarentena impuesta el año pasado parece haber evitado que colapsaran los servicios de terapia intensiva aptos para esta patología. Sin embargo, a la espera de la tercera ola y con muy pocas vacunas disponibles, hoy están ocupadas el 55% de las camas en el país. 
El escenario es complejo. La caída de la actividad económica fue lapidaria, y el Gobierno no logra mostrar ni los objetivos ni los recursos para salir de ese pozo. Además, el cierre de escuelas produjo un daño gravísimo, pero las autoridades educativas aún no tienen un diagnóstico detallado sobre cuál es la magnitud de ese retroceso, que profundiza la grieta social. Recuperar el terreno perdido requerirá un plan de emergencia pedagógica, que incluya las perspectivas social y tecnológica.
La pandemia exhibió la ausencia de una cultura sólida en materia de política sanitaria en el país. La politización, las ideologías y los intereses electorales empañan el liderazgo de quienes deben hacer frente a la campaña. El Gobierno aventuró promesas de provisión de vacunas que eran incumplibles, sin reparar que el incumplimiento erosiona la credibilidad de la campaña sanitaria. 
El plan oficial de vacunación estratégica aprobado en diciembre por el ministerio de Salud de la Nación es inequívoco: la aplicación de vacunas debía empezar por el personal de salud en contacto con enfermos, adultos de 70 años y más y todos los residentes en geriátricos; en la segunda fase, los adultos de 60 a 69 años y luego, personal militar y policial, adultos 18 a 59 años de grupos en riesgo; finalmente, personal docente y no docente y el resto de la población, escalonado según criterios sanitarios. Ese plan debió ser cumplido a rajatabla, y no ocurrió. 
Nada será igual en el mundo después del COVID-19, pero es imprescindible que la sociedad asuma como propia la responsabilidad de la prevención (el aislamiento, el barbijo y el alcohol en gel como hábitos). Y que los gobiernos se hagan cargo del rol que les compete en la construcción de la inmunidad de rebaño: ser los ejecutores de políticas sanitarias regidas por la ciencia y no por la especulación política. 
Si no ocurre así (en el país y en el mundo) el virus habrá ganado la batalla.

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Luego de un año de pandemia y cuarentena, la humanidad está aprendiendo a convivir con una nueva realidad sanitaria que obliga, y seguirá obligando, a cambiar hábitos y, también, a comprender que sólo la ciencia está en condiciones de ofrecer el único criterio válido para cuidar la salud de todos.
Con este virus, con sus mutaciones y con otras especies, la “inmunidad de rebaño” sólo se logrará con la administración racionalmente planificada de las vacunas; y aún con vacunaciones masivas, el distanciamiento social, el uso de barbijos y el lavado y desinfección de manos seguirán siendo imprescindibles.
Los dos países donde el COVID-19 ha causado más estragos son Estados Unidos y Brasil, cuyos presidentes (Donald Trump y Jair Bolsonaro) minimizaron los efectos del virus y desafiaron a la Organización Mundial de la Salud. 
El viernes, la cifra oficial de contagiados en el mundo superaba los 121 millones de personas y la cifra total de muertos oscilaba en los 2,6 millones. En nuestro país eran 54.476 los fallecidos registrados y 2.235.000 los contagiados desde marzo de 2020.
Los datos hablan por sí solos de la gravedad del escenario. Mientras tanto, en el mundo recrudecen los contagios y la provisión de vacunas resulta insuficiente para detener esa ola. La ciencia médica y los laboratorios han logrado en un año algo impensado: avanzar frente a un virus desconocido, con un componente genético que fue detectado, pero al que cuesta mucho neutralizar. Es imprevisible, se difunde con enorme facilidad por la vía aérea y ya registra unas 4.000 mutaciones.
Los laboratorios avanzaron a pasos agigantados, pero la naturaleza impone sus exigencias y un año es poco tiempo. Además, la experimentación es insoslayable. Por eso, a nivel mundial, las vacunas vuelven a ser revisadas y testeadas y aparecen numerosas sospechas, como ocurre hoy en varios países con la AstraZeneca.
En la Argentina, el rigor inicial de la cuarentena impuesta el año pasado parece haber evitado que colapsaran los servicios de terapia intensiva aptos para esta patología. Sin embargo, a la espera de la tercera ola y con muy pocas vacunas disponibles, hoy están ocupadas el 55% de las camas en el país. 
El escenario es complejo. La caída de la actividad económica fue lapidaria, y el Gobierno no logra mostrar ni los objetivos ni los recursos para salir de ese pozo. Además, el cierre de escuelas produjo un daño gravísimo, pero las autoridades educativas aún no tienen un diagnóstico detallado sobre cuál es la magnitud de ese retroceso, que profundiza la grieta social. Recuperar el terreno perdido requerirá un plan de emergencia pedagógica, que incluya las perspectivas social y tecnológica.
La pandemia exhibió la ausencia de una cultura sólida en materia de política sanitaria en el país. La politización, las ideologías y los intereses electorales empañan el liderazgo de quienes deben hacer frente a la campaña. El Gobierno aventuró promesas de provisión de vacunas que eran incumplibles, sin reparar que el incumplimiento erosiona la credibilidad de la campaña sanitaria. 
El plan oficial de vacunación estratégica aprobado en diciembre por el ministerio de Salud de la Nación es inequívoco: la aplicación de vacunas debía empezar por el personal de salud en contacto con enfermos, adultos de 70 años y más y todos los residentes en geriátricos; en la segunda fase, los adultos de 60 a 69 años y luego, personal militar y policial, adultos 18 a 59 años de grupos en riesgo; finalmente, personal docente y no docente y el resto de la población, escalonado según criterios sanitarios. Ese plan debió ser cumplido a rajatabla, y no ocurrió. 
Nada será igual en el mundo después del COVID-19, pero es imprescindible que la sociedad asuma como propia la responsabilidad de la prevención (el aislamiento, el barbijo y el alcohol en gel como hábitos). Y que los gobiernos se hagan cargo del rol que les compete en la construcción de la inmunidad de rebaño: ser los ejecutores de políticas sanitarias regidas por la ciencia y no por la especulación política. 
Si no ocurre así (en el país y en el mundo) el virus habrá ganado la batalla.

 

 

 

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