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Biden: ¿un giro copernicano en EEUU?

Miércoles, 12 de mayo de 2021 02:00

Cuando Joe Biden asumió la presidencia era visualizado como un personaje prototípico del establishment político, que había podido ganar por estrecho margen las elecciones gracias a la recesión económica causada por la pandemia y el rechazo a la figura de Donald Trump.

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Cuando Joe Biden asumió la presidencia era visualizado como un personaje prototípico del establishment político, que había podido ganar por estrecho margen las elecciones gracias a la recesión económica causada por la pandemia y el rechazo a la figura de Donald Trump.

Los pronósticos auguraban un desempeño apenas gris.

Pero sus primeros meses de gestión muestran una imagen diametralmente opuesta, signada por propuestas que desencadenan un debate de alta intensidad en la opinión pública.

Recuerdos del New Deal

Demócratas y republicanos parecen haber encontrado en el terreno ideológico el mecanismo para prolongar el antagonismo propio de la era Trump, que generó en la sociedad estadounidense la fractura política más profunda desde la guerra civil de 1861-1865.

Mientras los partidarios de Biden sueñan con una versión actualizada del New Deal de Franklin Delano Roosevelt y festejan una retórica combativa que evoca el resurgimiento del "Estado de Bienestar", los republicanos sienten confirmadas las acusaciones que en la campaña proselitista lanzaban sobre las supuestas inclinaciones izquierdistas del actual mandatario.

Planteada en esos términos, la discusión subestima la relevancia de un hecho fundamental: Roosevelt y Biden asumieron el poder en medio de las dos recesiones más hondas de la historia estadounidense y frente a la necesidad de impulsar una rápida reactivación de la economía y del consumo popular no vacilaron en adoptar medidas ajenas a los manuales tradicionales

Roosevelt introdujo en la historia al célebre economista británico John Keynes, cuya visión con impronta intervencionista inspiró su gestión presidencial y selló una larga época de la economía mundial.

Chicago vs. Columbia

Hoy Biden acude también a una corriente de la academia crítica de las recetas ortodoxas.

En la jerga de los economistas, es otro round de la puja entre las universidades de Chicago, la Meca de los clásicos, cuyo numen es Milton Friedman, y de Columbia, catedral de los heterodoxos, cuya figura emblemática es hoy Joseph Stiglitz.

La calificación de "socialistas" a los heterodoxos tiene más que ver con el pintoresquismo analítico de los comentaristas televisivos que con la realidad de los hechos.

Biden impulsa un paquete de aliento al consumo de 1,8 billones de dólares. Su plan incluye descuentos fiscales de hasta 250 dólares mensuales por hijo, jardines de infantes gratuitos para niños de 3 y 4 años (en Estados Unidos la escuela pública empieza en la sala de 5), doce semanas de licencias paga por maternidad y enfermedad y los cursos universitarios también gratuitos por dos años, en los centros de educación técnica.

Sus iniciativas se asemejan a planes implementados en muchas partes del mundo pero que fueron descartados en Estados Unidos desde hace cuarenta años con la asunción de Ronald Reagan en 1981.

Biden presentó también un programa de infraestructura de 2,3 billones de dólares para reactivar el empleo, que se sumaría a las medidas de estímulo económico ya aprobadas de 1,9 billones de dólares.

La aprobación de estos proyectos implicaría un aumento en la inversión pública de unos 6 billones de dólares, algo inédito desde la segunda guerra mundial.

En contrapartida, la financiación de ese gasto requiere la suba de los impuestos personales para los que ganan más de 400.000 dólares por año y un fuerte aumento del impuesto a las ganancias de las compañías, cuya drástica reducción constituyó una de las decisiones más significativas del gobierno de Trump.

Letra y música

Como suele acontecer, la letra de estos proyectos legislativos, cuya materialización tendrá que pasar el filtro de las dos cámaras del Congreso, está acompañada por una música todavía más sonora.

Biden ametralla con frases al estilo de "este país lo construyó la clase media y los sindicatos y no Wall Street", "nadie que trabaje 40 horas por semana debería ser pobre", "la salud debe ser un derecho, no un privilegio", "la economía de derrame no está funcionando" o "es hora de hacer crecer la economía de abajo hacia arriba y de adentro hacia afuera".

Resulta entonces lógico que The Wall Street Journal afirme que el mandatario pretende imponer la tutela del Estado sobre la clase media "desde la cuna hasta la tumba".

El núcleo del debate es el papel del Estado.

La diferencia principal no reside en la intervención estatal en la economía, una cuestión en que las discrepancias existen pero distan de ser abismales y están centradas en un mayor o menor énfasis en los controles y las regulaciones.

El conflicto está centrado en el área de los servicios públicos, empezando por la salud y la educación. Los republicanos se atienen a la regla de Reagan acerca de que "el gobierno no es la solución, sino que forma parte del problema".

Los demócratas sostienen que para atenuar las desigualdades sociales, más allá de los planes asistenciales, hay que mejorar la calidad de los bienes públicos.

Argumentan que en los últimos cuarenta años los ingresos de las clases media y baja permanecieron estancados, mientras que sí aumentaron en las franjas más altas de la sociedad.

 Un factor fundamental para entender la razón de la energía puesta por Biden en impulsar estas medidas es la necesidad del Partido Demócrata de recuperar la adhesión de la clase trabajadora blanca del antiguo cinturón industrial, cuyo nivel de vida empeoró en las últimas décadas a raíz de la migración de las empresas transnacionales que trasladaron sus plantas a México, China u otros países con mano de obra más barata. 
La disconformidad de esa franja de votantes, capitalizada por el discurso nacionalista de Trump, fue la clave de su triunfo en 2016 y de la excelente elección del mandatario republicano en 2020. El voto de este sector será decisivo en las elecciones en que los demócratas lucharán para retener su apretada mayoría en el Senado.
El Partido Demócrata, que históricamente contó con el respaldo del sindicalismo norteamericano nucleado en la AFL-CIO, sabe que no puede volver a quedar reducido a una coalición de las minorías latina, afroamericana y del colectivo LGTB, porque en ese caso estaría condenado a la derrota. Con un agravante: si la oposición republicana llegara a recuperar en 2022 el control del Senado, la administración demócrata quedaría a su merced durante los dos últimos años de su mandato. 
La encendida defensa de Biden al derecho a la sindicalización corrobora la importancia crucial de este desafío.
Es obvio que aumentar la presión fiscal sobre las corporaciones incrementaría la migración de esas compañías al extranjero. Esto explica la propuesta de Washington en la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE) de imponer una tasa mínima obligatoria de impuesto a las sociedades a nivel global. La titular del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, manifestó rápidamente su apoyo a esa iniciativa. Para facilitar la recuperación de la economía mundial, Georgieva también secundó la posición de Biden acerca de la liberación de las patentes de las vacunas contra el COVID-19. En sintonía con ese respaldo, cabe inscribir el proyecto de legisladores demócratas que solicitaron a la Casa Blanca que impulse al FMI a aliviar la situación de los países deudores sin imponer exigencias de ajuste fiscal que conspiren contra las medidas necesarias para combatir recesión originada en la pandemia. Como Roosevelt ante la crisis global de 1930, Biden postula a escala mundial un nuevo “keynesianismo” para el siglo XXI. 
 

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

 

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