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La diplomacia, su fuerza y sus riesgos

Sabado, 26 de junio de 2021 02:50

A menudo leemos o escuchamos, por ejemplo, que un país le declaró la guerra a otro, o que varios países firmaron un acuerdo comercial.

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A menudo leemos o escuchamos, por ejemplo, que un país le declaró la guerra a otro, o que varios países firmaron un acuerdo comercial.

En realidad, se trata de una ficción, ya que los Estados son personas jurídicas o ideales que no pueden actuar sino por medio de quienes lo representan. En materia de política exterior se considera que quien ejerce la jefatura de Estado y quien está a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores o Secretaría de Estado representan, ipso facto, al Estado, es decir que lo hacen automáticamente y sin necesidad de demostrar ningún título o autorización y al hacerlo, lo comprometen internacionalmente. Está claro que la complejidad de las relaciones exteriores requiere de un aparato burocrático mucho más armado y profesional que asista a esos funcionarios en el ejercicio de una tarea tan trascendental como lo es la de vincularse con sus pares. Tal aparato es el cuerpo diplomático, compuesto, por lo general, por profesionales entendidos en la materia y quienes sí deben acreditar que actúan en nombre de ese Estado, o sea, tienen que mostrar -de allí el nombre- sus "diplomas".

Una actividad antigua y actual

La diplomacia, que es definida por la Real Academia Española como "la ciencia o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras" es una actividad muy antigua, pero su profesionalización y organización sistemática data de principios del siglo XIX.

Cada Estado tiene libertad para disponer sobre cómo organizar su servicio diplomático, sin embargo, al hacerlo, no tiene que perder en vistas que todos sus funcionarios, desde los de más alto nivel hasta los de menor jerarquía, le deben un trato condigno a los otros Estados.

Es decir que deben reconocer su dignidad y brindarle un "trato diplomático". La diplomacia no consiste, entonces, en el uso de palabras rebuscadas para ocultar la sinceridad en las intenciones, ni es un artilugio para no comprometerse. Es, más bien, el instrumento adecuado para fijar un punto de vista o una posición sin hacer mella a la dignidad de otros Estados. Es en este aspecto en donde en ocasiones suelen confundirse los tantos. La diplomacia es un medio -el pertinente- para canalizar la política exterior de un Estado que, si bien corresponde que sea definida por el gobierno de turno, tiene que involucrar intereses atinentes todos sus habitantes. En definitiva, la política exterior implica trazar objetivos de carácter estables y por lo tanto consensuados que sirvan para definir el lugar que quiere ocupar el país en el mundo. Ciertamente, cada gobierno imprime su estilo a esa la política exterior y, por consonancia, sus relaciones diplomáticas adquieren determinados tintes que pueden o no diferir del de sus predecesores. Sin embargo, en lo esencial, es necesario demostrar una política coherente que trascienda a quienes eventualmente estén en el cargo, porque lo que está en juego es el interés nacional.

La diplomacia, entonces, ha sido la herramienta que los Estados utilizaron para tratar de morigerar sus conflictos, prevenirlos y solucionarlos. A medida que fue consolidándose adoptó un lenguaje peculiar, ciertas reglas o pautas de comportamiento y cortesía que distan de ser meras formalidades. La moderación en los gestos, declaraciones o expresiones no son señales de debilidad ni excluyen la firmeza cuando sea necesario. En cierto sentido, como lo enseñan los negociadores avezados, implica ser "suaves con las personas y duros con el problema".

Diplomacia y twitter

Actualmente, la diplomacia contemporánea es una actividad altamente mediada y mediatizada. La opinión pública, los medios masivos de comunicación, las redes sociales, entre otros, inciden cada vez más en el ejercicio diplomático y constituyen un verdadero desafío a la esencia misma de la actividad.

Es tal la exposición a la que se enfrenta, que cada vez más parece ser una herramienta, no ya de la política exterior de un Estado, sino de la política interna de un gobierno, distorsionando así su finalidad.

Cada vez es más usual que diversos funcionarios e inclusive ministros y jefes de Estado utilicen estos medios -en especial twitter- para sentar sus posiciones personales, olvidándose que cuando actúan no lo hacen ya a título personal sino en nombre del Estado al que representan, comprometiéndolo y haciéndolo responsable ante el resto de la comunidad internacional. Es verdad que para comprometer a un Estado de manera formal es necesario tocar resortes institucionales que, de acuerdo a las legislaciones interna y a la dinámica política de cada país, sirven de filtro ante las acciones personalistas de sus líderes. Sin embargo, las declaraciones efectuadas por ellos también son importantes pues hacen a ese "buen relacionarse" para evitar conflictos o enojos innecesarios que pueden producirse cuando no le brindan ese trato condigno que merece el otro así como para entablar vínculos más sólidos que redunden en los objetivos trazados.

Mario Amadeo, citando a Talleyrand, destaca la importancia de la palabra en la diplomacia, inclusive más allá de los hechos. Decía el célebre ministro de Relaciones Exteriores francés: "A veces es peor decir una tontería que cometerla".

 

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