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Una retirada que abre la puerta a una catástrofe

Domingo, 22 de agosto de 2021 01:08

La retirada de las tropas estadounidenses del territorio de Afganistán sumerge a ese país en una crisis violenta, cuyas consecuencias son imprevisibles y sombrías.

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La retirada de las tropas estadounidenses del territorio de Afganistán sumerge a ese país en una crisis violenta, cuyas consecuencias son imprevisibles y sombrías.

El conflicto involucra las relaciones de poder y las influencias de las potencias sobre el Asia central, mientras que en el interior de ese país se avizora un enfrentamiento entre el fundamentalismo medieval y los sectores afganos proclives a una modernización que vislumbraron en los últimos 20 años.

Afganistán ocupa un lugar estratégico en la confrontación global entre las dos superpotencias económicas, EEUU y China.

A lo largo de toda la historia, ha sido una nación pobre y tribal, pero irreductible para las potencias. Ahora, el ejército oficial, de 300 mil hombres, no ofreció resistencia a los 60 mil talibanes de distintas regiones que se sublevaron apenas el presidente Joe Biden anunció la retirada de sus tropas. Luego de la invasión de 2001, destinada a detener a Osama Bin Laden e inmovilizar a Al Qaeda tras el ataque a las Torres Gemelas, EEUU derrocó a los fundamentalistas y apoyó al nuevo gobierno local.

Con una inversión estimada en dos billones de dólares, se intentó fortalecer a una administración remozada con la expectativa de que encaminara al país hacia la democracia y los valores del siglo XXI.

"Talibán" significa "estudioso" y los militantes se guían de manera literal de una interpretación brutal y anacrónica del Corán, por eso no trepidan en ejecutar sumariamente a los supuestos blasfemos o herejes, y también a los adúlteros.

Además, exigen a las mujeres conductas medievales y les impiden salir a la calle vestidas como quieran, asistir a la escuela o tener empleo.

El movimiento talibán reúne a jóvenes fundamentalistas de los distintos puntos rurales del país, donde cada jefe local cuenta con poder propio y ejerce una suerte de cacicazgo. Frente a esta fortaleza en las bases, el ejército regular -que Biden creyó autosuficiente-, no ofreció resistencia. La corrupción de la administración, que dilapidó la ayuda externa, engendró fuerzas armadas sin armas, sin salarios, sin alimentos y con una moral destrozada.

La decisión de Biden tiene un elevado costo, pero plantea dos interrogantes:

¿Durante cuánto tiempo más debía EEUU solventar una campaña que benefició a la población afgana, pero parece no poder sostenerse sin tropas norteamericanas?

Además, ¿es legítimo que EEUU actúe como si fuera gendarme del mundo?

En poder de los talibanes, Afganistán reúne todas las condiciones para convertirse en albergue de terroristas, como lo fue hace dos décadas, y agregar conflictividad a una zona de altísima volatilidad por conflictos antiguos entre India, China y Pakistán, y porque también entra en el área de intereses geopolíticos de Rusia, Irán y Arabia Saudita.

El fundamentalismo dogmático (de cualquier credo, ideología o práctica política) conserva enorme vitalidad en el mundo contemporáneo.

Afganistán es otra prueba, como antes lo fue Irak, de que la democracia y los valores occidentales no se imponen por la fuerza militar. En 2001, Estados Unidos invadió ese país porque el gobierno talibán se negaba a entregar a los terroristas. Los talibanes han vuelto y siembran el terror entre quienes apoyaron al gobierno del ahora prófugo Ashraf Ghani.

También queda en evidencia el avance de nuevos autoritarismos, claramente desinteresados por la democracia y los derechos humanos, que intentan rivalizar con Estados Unidos.

Con la retirada militar anunciada por Donald Trump y ejecutada por Biden, Afganistán parece retroceder veinte años. Probablemente, una salida gradual, a lo largo de un determinado período de tiempo, hubiera resultado menos cruenta, pero el intento de crear un estado democrático y moderno, igualmente, no se hubiera alcanzado.

Las crueles imágenes de los afganos abandonados a su suerte por EEUU son demoledoras.

Seguramente se convertirán en símbolo de una crisis que puede proyectarse en el orden internacional y la valoración de los derechos humanos a lo largo de este siglo. Una crisis que no se resolverá ni por la fuerza ni por arte de magia.

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