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El traslado de la capital no es para aventureros

Domingo, 23 de enero de 2022 01:51

"Cuando se tratan cuestiones que, con tanta gravedad, afectan al porvenir del país, es necesario llegar hasta el fondo de ellas, ir a todos sus detalles y examinarlos desde todos los puntos de vista [...]".

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"Cuando se tratan cuestiones que, con tanta gravedad, afectan al porvenir del país, es necesario llegar hasta el fondo de ellas, ir a todos sus detalles y examinarlos desde todos los puntos de vista [...]".

Leandro N. Alem, debate sobre la capitalización de Buenos Aires, noviembre 1880.

Sumo éstas a las lúcidas reflexiones sobre el tema, expuestas por Francisco Sotelo ("Lo urgente no es cambiar la capital, sino gobernar con criterio federal", 19/12/21) y Gustavo L. Beguet ("Traslado de la Capital: dónde y cómo", 22/12/21). Las tres, de alguna manera, se complementan.

Algunos pensarán que, con la barca navegando al garete sin timoneles avezados, suena como debatir el sexo de los ángeles; y a los más, frente a tanto drama cotidiano, quizás les importe un rábano. Pero no; esto es de vital importancia.

Bombas de humo

El presidente Fernández reactivó el asunto en reunión de ¿Gabinete federal? realizada en Monteros a mediados de diciembre pasado: tal vez dijo, perplejando a la audiencia, debiera "venirse al norte, para darle allí todo el potencial que genera una ciudad capital en cualquier país".

Un dislate conceptual: para mitigar la malaria, argentinos, ­traslademos la capital!

Años antes, Julián Domínguez (ministro de agricultura, esta vez) autopercibido papabile - había propuesto su traslado a Santiago del Estero en reunión partidaria en Cafayate (febrero 2014).

A diferencia del bolazo presidencial, apuntaba a "una nueva dinámica al federalismo argentino" sustentada en tres consideraciones: simbolismo político, reconfiguración demográfico-

territorial e integración geopolítica, en función de la geopolítica "inaugurada" (sic) por el presidente Kirchner apuntando a China, India y países árabes.

¿Basta una ley especial?

El art. 3 de la Constitución Nacional previó el mecanismo de selección del lugar donde las autoridades ejercerían el Gobierno federal, "[…] en la ciudad que se declare Capital de la República por una ley especial del Congreso, previa cesión hecha por una o más legislaturas provinciales, del territorio que haya de federalizarse".

Finalizando aquella década fundacional, y tras el Pacto de San José de Flores (septiembre 1859), la Convención de 1860 sumó la reacia Buenos Aires a las heroicas trece fundadoras. La Confederación dio paso a la "Nación" Argentina, constituida por catorce provincias más la Capital Federal. Pero pasaron otros veinte años -y sangre corrida- hasta federalizarse la ciudad de Buenos Aires, lo cual consolidó el etnocentrismo portuario perfilado en 1810 por comerciantes y contrabandistas, que al final eran los mismos.

Atrás quedaron quienes advertían el peligro de que la "hermana mayor" controlara Puerto y Aduana. Y el 20 de septiembre de 1880 nació la Capital del Imperio Imaginario (André Malraux diceret), devenida desde hace décadas en un agobio nacional que la pandemia exacerbó. Así terminó de consagrarse la supremacía de la región rioplatense con ADN unitario/secesionista (secesionismo que tuvo y tiene matriz cultural).

La propuesta más elaborada de Raúl Alfonsín -llevar la Capital al eje norpatagónico Viedma-Carmen de Patagones- se enmarcaba en el "Proyecto Patagonia" del Plan para la Segunda República.

Lamento haberme sumado a los escépticos de aquel tiempo pues, aún con sus claroscuros, perdimos una gran oportunidad.

En mayo de 1987 el Congreso sancionó la ley 23.512, cuyos fundamentos explicitaban la concepción del gobierno radical. Cosas de la Argentina: nunca se derogó. [Quien tenga interés en repasar aquellas instancias puede acceder a dos notas de este ciudadano, publicadas en la revista Claves números 227 y 228 de 2014, disponibles en https://gebarbaran.blogspot .com/2014/03/traslado-de-la-capital-feder al-primera. html?m=0].

¿Para qué una mudanza?

Vivimos en una sociedad desquiciada a causa -entre otras bellezas- de la intemperancia e imprevisión en distintos órdenes de nuestra vida comunitaria. Para aventar una disolución nacional, impidamos que la cuestión se caiga y duerma hasta un próximo oportunista; tanto como evitar que algunos irresponsables sueltos nos tracen las poligonales.

Al contrario, incluyámosla de una vez por todas en una agenda nacional de largo plazo, habida cuenta de las consideraciones valederas para sustentarla:

1 - Desde hace décadas, el esquema centrípeto -que nos encepa desde 1860- no aguanta más y esta pandemia inacabable lo ha puesto sobradamente en evidencia. La oficialización de facto del agujero negro que es el AMBA refleja el fracaso de una Argentina patológicamente desequilibrada, fragmentada en tres: la desheredada Región del Norte Grande, la Patagonia desierta y la franja central más próspera de los cinco distritos que integran el "cuerno de oro" del Mercosur y pueden poner o sacar un presidente.

2- Sería incoherente encarar el traslado de la Capital sin definir previamente un proyecto geopolítico nacional que, como los de tal naturaleza, afianzará esa decisión. También en estas columnas planteé varias veces, como hipótesis plausible, la visión de una Argentina Peninsular, bicontinental y marítima, con una Región Norte Grande bisagra del Polo Suramericano. Esta visión implica que la futura sede debiera instalarse en la Patagonia, inmenso despoblado tan promisorio como desguarnecido.

3 - Por lo demás, si el traslado (que no necesariamente implica los tres poderes del Estado) se acotara solo a eso, malgastaríamos tiempo. Antes bien, corresponde un debate a fondo -amplio, integral, responsable, de abajo hacia arriba, con abordajes y plazos bien definidos- para fijar las bases de una geopolítica argentina para el siglo XXI, mientras este complejo mundo apura un orden internacional que miramos desde la tribuna visitante.

4- Federico Daus señaló hace más de medio siglo que la capital de un Estado es la cabeza de un país. No hay Estado sin una capital que lo visibilice y no necesariamente ésta debe coincidir con el centro geográfico. Un siglo oceánico y espacial nos obliga a reflexionar profundamente sobre su locación. Por eso la frase del epígrafe.

5 - Un proyecto tal se vería fortalecido si en paralelo resolviéramos la densa situación de la Provincia de Buenos Aires más el AMBA, pues se trata de un problema que atañe a toda la Argentina. Hay propuestas dando vuelta, pero la Argentina no se insume en la región metropolitana, ni ésta debe hablar en nombre de un país cuya mayor riqueza es ciertamente la diversidad cultural derivada de su matriz hispanoamericana y cristiana.

De seguro habrá otros argumentos tanto o más contundentes que estos cinco, para justificar las acciones aquí propuestas. En un debate de abajo para arriba, no esperemos hoy en día que la iniciativa provenga del oficialismo o de la oposición, atareados como están en dilucidar si escucharán respecto de la negociación con el FMI.

Los que deben participar 

¿Acaso se pueda afirmar hoy que Buenos Aires sigue siendo Capital Federal “natural” y por tanto resulta inconveniente habilitarla en una sede “artificial”?

Para colmos, la propuesta se da en el contexto de una sociedad cuya dirigencia ha excluido de su cerebro desde hace décadas la investigación geopolítica. Académicos, estados mayores, gremios y, especialmente, partidos políticos, tendrían que potenciar esta movida.

Y las provincias también. Salta está realizando esfuerzos para articular el NOA con la RNGA, urgidas de definiciones geoestratégicas. Frente a los intereses superiores de la Nación, poner en agenda estas cuestiones exige lucidez, valentía y sobre todo patriotismo. No caben especuladores pedestres ni prejuicios, maniqueísmos o mezquindades intelectuales. 
 

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