¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Lula gana pero Bolsonaro no pierde

Jueves, 03 de noviembre de 2022 02:40

Barack Obama lo pensó como el político más popular del mundo. Durante su segundo mandato, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas casi se reforma para darle un asiento permanente a su canciller. Cuando el mundo debatía la utilidad de los postulados pos-Bretton Woods, él hacía de partero de los Brics. Fue procesado, condenado y casi enterrado vivo. Con un magro pero enorme 50,90% contra un ya no sorprendente 49,10%, Luiz Inácio Lula da Silva encara su tercer mandato como presidente de la Republica Federativa de Brasil.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Barack Obama lo pensó como el político más popular del mundo. Durante su segundo mandato, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas casi se reforma para darle un asiento permanente a su canciller. Cuando el mundo debatía la utilidad de los postulados pos-Bretton Woods, él hacía de partero de los Brics. Fue procesado, condenado y casi enterrado vivo. Con un magro pero enorme 50,90% contra un ya no sorprendente 49,10%, Luiz Inácio Lula da Silva encara su tercer mandato como presidente de la Republica Federativa de Brasil.

Una historia de supervivencia política con casi dos años de cárcel y la intervención del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas para denunciar al Juez Moro como un pésimo funcionario. Las figuras políticas que abarcan el ideario público a tal escala hacen que sea difícil prescindir de las emociones propias, son casos que la historia se encarga de poner en su lugar. A veces la historia puede juzgar al corto plazo: Jair Bolsonaro, al final, solo logro su reelección en las redes sociales infladas de pauta oficinal. En la calle, la pandemia de Covid no fue una "gripezinha".

Claro, desde este espacio no solemos ser parcos al análisis, por eso sostengo que Lula, aun ganando, no hace a la derrota de Bolsonaro. Mas bien Lula gana, pero Bolsonaro no pierde. Pasando por partes, los datos: a Lula le sobró menos que el margen de error cuando casi 6 millones de votos fueron nulos o en blanco. El casi 51% de la victoria queda manco al ser el resultado más escueto y peleado de la historia de Brasil. La elección más reñida de la historia, no por proponer dos sistemas y planes de gobierno uno mejor que otro, sino más bien por descarte: ¿lo conocido o el abismo? El abismo significa la aventura neoconservadora que entiende la dinámica política como una coalición entre el antropocentrismo y la falacia de la tradición como salvación. Lula, en cambio, solo significó -en contraste- el retorno al pasado de lo conocido. A veces es mejor volver al pasado, aunque la nostalgia nunca fue buen puerto para los que piensan en futuros mejores. En todo caso, la victoria de Lula deja varias lecciones en clave electoral para la Argentina. Sin salvar las distancias, Bolsonaro no saldrá de vista. Mas bien, con sus dos hijos en el Congreso, será protagonista. Y en Argentina, su protagonismo ya tiene efectos palpables. En este contexto, algunas claves del logro de Lula.

Si la victoria depende de votos, que 6 millones de ellos hayan sido nulos o en blanco es un síntoma mayor de que algo no anda bien. Datos de las últimas tres elecciones en Brasil demuestran que los votos no validos rondan entre 6 y 9 millones. Claro, ninguna elección sufrió tanto la hiperpolarización como la actual, básicamente dejando al tercero en discordia a casi 40 puntos de diferencia del segundo. La hipérbole de modelos propuestos es tal que ni siquiera sumando a los candidatos de tercer orden hacia abajo llegaron a la cantidad suficiente para por lo menos ser un factor decisivo en segunda ronda. Bombardeados por redes sociales, actos, los medios de comunicación, las caminatas proselitistas y lo último de tik-tok, aun así, 6 millones de personas fueron hasta la urna y decidieron no querer participar de la disputa. Un sentimiento valido, y hasta heroico. El fenómeno de la abstención in situ no es puramente un síntoma de Brasil, es de todo el mundo. Es una forma de protesta, de hartazgo, de señalamiento de culpas a los actores políticos que prefieren coreografías a convicciones. El mismo efecto fue visto en Chile, en Colombia, en México, en Argentina y, adentro de Argentina, en las últimas elecciones en Salta. Ir y no votar es el equivalente a irse a dormir temprano en año nuevo.

El hartazgo hacia la política sin contenido es lo que explica que, como lo detalló el profesor Andrés Malamud, de los últimos 11 comicios presidenciales en Sudamérica la oposición gano 10. De esas 10, 6 fueron para propuestas de izquierda. Lo que rige este cálculo es la lejanía entre dogmas ideológicos por sobre la practicidad de la más simple pregunta: ¿me conviene este candidato? Si el cambio es tan frecuente, lo que interesa medir es lo que falta para sostener una propuesta. Eso que falta, de 11 elecciones, falla en 10. No es un dato menor para el proceso electoral de la Argentina. Por más que las discordias políticas sean la fija de la televisión, el día a día es mucho más simple. Si entre los que siempre y nunca ganan no me resuelven los problemas diarios, entonces será momento de intentar algo nuevo. Así, en Chile, dejaron de existir los partidos centenarios.

Aprovechar el hartazgo

Nacer de entre las cenizas para ofrecer la innovación de atraer votantes aliando el antropocentrismo y la falacia de la tradición como salvación fue lo que puso en el poder a Jair Bolsonaro, a Trump en Estados Unidos, a Meloni en Italia, Orban en Hungría, a Bukele en El Salvador, a Duda en Polonia, a Marcos (si, el hijo del dictador) en Filipinas y a 52 diputados de Vox en el Congreso de España. La insensatez vence cuando el modelo es la simplicidad de ofrecer la nostalgia como rechazo del presente y la visión contraria al Estado como razón de ser.

Claramente la operación de gestionar un Estado es burdamente inadecuada al siglo que vivimos, y es verdad que las asimetrías e inequidad cada vez son más ridículas, y aún más, cuán dejados están los servicios públicos.

Bolsonaro, como el grupo político que lo sigue en el mundo, entienden que el hartazgo es la semilla para germinar la nostalgia, y atacar con precisión las instituciones que tienen la culpa de la realidad. En otras palabras, desatan una guerra cultural en contra del progreso y a favor de la similitud con un estado natural de las cosas. La oposición a las instituciones, a las diversidades, a la ciencia, a los esquemas de bienestar social, es agitada desde el libre albedrío de la responsabilidad propia sin ataduras y sin límites. Si el Estado quita, ¿por qué no quedarme con el todo? Si el Estado pide el barbijo, ¿por qué no decido yo lo que me conviene? Si el Estado quiere proteger el ambiente, ¿para qué si yo vivo bien como estoy? Que no se malinterprete: el Estado cumple con una función de armonizar las relaciones cívicas y regir desde el orden democrático. La táctica de Bolsonaro es regir desde el orden personalista, con convicciones propias, ajenas a la inclusión de una sociedad que es diversa y libre. Justamente por eso existen los partidos políticos, el Congreso y la sociedad civil.

Gobernar con lo justo

El fenómeno mundial de las derechas acérrimas es descreer de cualquier institución, excepto la institución mesiánica propia. Atacando a lo que parece ser la fuente de la infelicidad se desligan de la responsabilidad personal que tienen en la construcción de poder: nunca se puede gobernar solo. Por eso, Lula llega a la victoria de la mano de su archienemigo político Gerardo Alckmin, y en coalición con los mismos actores que votaron el impeachment de Dilma. En la construcción diversa del armado político es mejor la síntesis y los apoyos que son necesarios para cambiar la realidad. La confrontación llega a un punto donde solo puede seguir a la fuerza, y Bolsonaro estuvo a minutos de ello. Ya gobernando Río de Janeiro, San Pablo y Minas Gerais, lo que Jair Bolsonaro representa está en ascenso. Serán las sociedades las que decidan qué oportunidad contiene más esperanza. En la Argentina -pensando en el hartazgo-, a más debate público de ideas menos riesgos de caer en la trampa de la enemistad hacia el Estado como excusa. En Lula, después de 580 días en prisión y la muerte de su esposa, su nieto y su hermano en ese lapso, veremos hasta qué punto la misión práctica de resolver los problemas de la gente es más fuerte que los retornos falsos hacia pasados que nunca existieron.

PUBLICIDAD