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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Cuando las instituciones crujen

Martes, 13 de diciembre de 2022 02:34

Una semana incesante de variopintos analistas jugando a ser jueces, y jueces jugando a ser legisladores. El veredicto en el caso de corrupción contra la actual vicepresidenta se conoció hace solo una semana, pero se siente como años. La disputa política sobre los modelos de la Argentina ha tenido fases históricas que se resuelven en el presente de manera simbólica y fáctica. Lo que tendría que ser una llamada de atención hacia adentro de la política, la semana que pasó más bien sentó las bases de lo que está por venir.

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Una semana incesante de variopintos analistas jugando a ser jueces, y jueces jugando a ser legisladores. El veredicto en el caso de corrupción contra la actual vicepresidenta se conoció hace solo una semana, pero se siente como años. La disputa política sobre los modelos de la Argentina ha tenido fases históricas que se resuelven en el presente de manera simbólica y fáctica. Lo que tendría que ser una llamada de atención hacia adentro de la política, la semana que pasó más bien sentó las bases de lo que está por venir.

No faltan casos que ilustren la desatención a una manada de factores que deberían llevar pensar en un país hacia un futuro que va a ser hiper complicado. Sin embargo, mejor enfocarse en el pasado, en las culpas múltiples y la falta de grandes ideas de desarrollo, de futuro.

Los actores principales que nos deberían marcar un camino para responder a las grandes preguntas de este tiempo miran más que nada al pasado para justificar su presente. Por ejemplo: ¿qué mérito tenemos para hablar de un fallo cuando no se conocen sus fundamentos? Pero preferimos describir fatalidades y futuros varios aun cuando la tinta está fresca.

Interrogantes

No se pretende en estas líneas ser jurista ni futurólogo ni fanático de las tribus que militan este caso. Más bien, pretender hacer preguntas en un caso que es de por sí importante, pero también anómalo con respecto a cualquier otro incidente de corrupción en los altos niveles del Estado. ¿Por qué hay correspondencia jurisdiccional en Buenos Aires cuando el delito ocurre en otra provincia? ¿Por qué se dirime en veredicto muy por debajo de lo pedido por los fiscales? ¿No es impreciso sostener una figura de corrupción, pero redimir al ministro encargado de planificación e infraestructura? ¿No sería mejor -a tal magnitud institucional- dar fundamentos a la hora del veredicto? Todo esto y más, apunta a una grave situación de muerte lenta de las instituciones republicanas de nuestro país.

Parecemos más pendientes de saber si De Paul tiene o no una lesión a entender si los peritos realmente analizaron una prueba contra una vicepresidenta en funciones.

Pero claro, no pretendamos ser videntes de la clara incidencia de la Justicia en la política argentina sin ver la clara incidencia de la política en la Justicia.

A lo Messi, seriamos "bobos" pensando que simplemente necesitamos de buenos códigos de conducta para sacar adelante complejidades del enfrentamiento dicho entre facciones de la política y la Justicia. Remontarse a la Corte Suprema del presidente Kirchner parece ser un buen punto de partida porque de alguna manera el factor de ordenamiento de aquel momento partía del consenso que el desastre institucional era una amenaza para el Estado de derecho. Hoy ya estamos en el medio de esa amenaza. La Justicia no funciona bien. Y digo esto pensando en los miles de horas que el ciudadano de pie se la pasa en magisterios pidiendo protección, sentencias, justicia y reparación. Solamente mirando al fuero de familia, seguro sabemos de alguien todavía esperando resoluciones de tenencia. No miremos al fuero penal, porque el debate de reincidencia y garantismo nunca se dio de manera adulta. Entonces, si poco nos queda en el día a día de la administración de la Justicia, poco menos de menos en las cuestiones de Estado.

Veamos: no tenemos una Corte Suprema completa -sin una sola mujer por lo dicho- no tenemos un Consejo de la Magistratura funcionando en plenitud y la vacancia de jueces federales está en niveles récord. Tampoco tenemos una Justicia federal enfocada a los delitos de importancia como el narcotráfico, la ciberdelincuencia y los crímenes contra el medio ambiente. Pero sí tenemos escuchas ilegales, factores de inteligencia en los sótanos de la democracia y viajes todo-pago a actores de la Justicia proveniente de fuentes, mínimo, indebidas. No podemos caer en la simpleza de mirar el antagonismo de la semana pasada como razones para apoyar uno u otro lado del debate.

Seamos claros: no hay debate aquí, lo que hay es una muerte lenta y penosa de las instituciones.

Bochorno en el Congreso

El mismo esquema de análisis le cabe al legislativo. ¿Nos llena de orgullo que un importante diputado insulte obscenamente desde su banca a la autoridad de la Cámara? La agenda legislativa está en bypass porque supone que las preocupaciones de la gente son esporádicas y enfocadas en acuerdos transitorios. Claro que es importante la creación de nuevas universidades públicas, pero ¿por qué hacer de la educación rehén de dos bandos políticos que tienen más interés en sus últimos números territoriales que si hay o no cobertura total de cloacas en el país? El bochorno llega a tal punto que, si nos quejamos de la Justicia, en realidad nos estamos quejando del factor legislativo que tiene la responsabilidad de corregir –-con la Constitución en mano- el régimen republicano. Por eso es, como mínimo, preocupante que la veintena de proyectos de ley para modernizar a la Justicia sea un tema más en el fondo de la grieta. Sin evolución de las instituciones, no es posible dar respuestas a un país que declama de la profesionalización de la Justicia, incluyendo su cercanía, celeridad y apartamiento de las luchas del poder político para justamente, desde la independencia, dar cauce a las rebeldías institucionales. Hoy no podemos confiar en los consensos legislativos ni en las aplicaciones ejecutivas. Tampoco en las adjudicaciones judiciales. En fin, la muerte lenta y penosa de las instituciones.

El pasado por delante

Borges decía que el peronismo tiene mucho pasado por delante. En ese encuadre existe el Poder Ejecutivo nacional. No da señales de reacción ante el vacío de poder que genera el ruido externo, ni tiene en su mira los problemas de la gente como foco de políticas de Estado.

Sí tiene, en varios ministros, presidentes alternos que de a poco resucitan la esperanza del jefe de estado en ir por su reelección. En un grave contexto institucional, no hay un esfuerzo por gobernar. Hay un esfuerzo por sobrevivir.

La gran desilusión del votante del 2019 reside en la inacción de definiciones políticas, los errores de la gestión ante la gravedad económica, y la indefinición de que representa la política para un frente con tribus enfrentadas. Si la Justicia necesita modernizarse y las condiciones políticas no están dadas para el debate, eso no puede ser excusa para ir de frente contra un poder del Estado.

Que se entienda bien: los tres poderes del Estado están en falta, pero es el presidente quien tiene la función de gobernar. Eso significa hacer el ejercicio eterno y difícil de diplomacia, influencia y gestión de consensos que destraben un escenario de enfrentamiento por uno de diálogo. Lo más sincero es explicar al pueblo el porqué del déficit de diálogo, con un diálogo real.

Sin fotos, sin grandes eslóganes, sin épica. Mas bien con trabajo, negociación y unificación de mensaje: las instituciones sufren una muerte lenta y penosa. El veredicto contra la vicepresidenta demuestra eso. El decaimiento para convertir al país en un campo de batalla política sería un grave error de la democracia. Votaremos pronto y deberemos elegir quién representa la moderación, mientras tanto, hay un rol para los poderes del Estado para volver a la senda de la coherencia.

 

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