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Carlos Fernández Iriarte, un periodista de raza, falleció este martes, próximo a cumplir 91 años. Desde 1970 hasta 1995 trabajó en El Tribuno, donde se desempeñó como secretario de redacción, jefe de cierre y jefe de Redacción.
Don Carlos había nacido en Independencia, en el departamento de Cochabamba, Bolivia. Desde muy joven se dedicó al periodismo, con un fuerte compromiso profesional y ético.
En los años ’50 dirigía una radio en La Paz. Durante la presidencia de Hernán Siles Suazo, en 1958, fue detenido debido a la línea editorial del medio. Trasladado a Yacuiba junto con otros presos políticos, le tocó vivir horas inciertas. Finalmente, gracias a una gestión del entonces gobernador Bernardino Biella, todos los detenidos pudieron ser trasladados a Salta en octubre de 1958. Fernández Iriarte siempre puso de manifiesto su reconocimiento y agradecimiento hacia Biella y hacia Roberto Romero, que en ese momento era director de El Tribuno, por su apoyo en circunstancias tan difíciles.
Pocos días después comenzó su trabajo en LV9 Radio Güemes, donde estuvo a cargo de la redacción de los boletines informativos. Así comenzó una extensa carrera que incluyó su paso por Radio Nacional, Telam, y los diarios El Intransigente, Norte y El Tribuno.
Su personalidad afable y serena, le permitía hacer frente con mucha calma a los problemas que inevitablemente aparecen en todas las redacciones, y que se hacen especialmente difíciles a la hora del cierre.
Como jefe de cierre, sometía a un análisis riguroso a cada página que autorizaba para su pase a rotativas, estaba atento a cada título para asegurarse de que no había errores de ortografía ni de concepto, de que no existieran repeticiones dentro de la misma edición, o en anteriores (son cosas que pueden ocurrir, y ocurren).
Ese mismo criterio aplicaba en su relación con los periodistas cuando solicitaba o evaluaba una nota. Examinaba el texto y, con modo suave, y algo irónico, advertía sobre un mal manejo de las fuentes informativas, afirmaciones sensacionalistas o interpretaciones forzadas de los hechos.
Del mismo modo, era implacable al momento de referirse en letras de molde a hechos aberrantes, cualquiera fuera el involucrado.
Carlos Fernández Iriarte tenía un enorme orgullo por la profesión periodística, y lo transmitía a toda la redacción. Valoraba el buen nivel de información, la capacidad interpretativa y el compromiso editorial.
En los momentos de distensión en la redacción, o compartiendo una mesa de café, solía repetir que “la objetividad del periodista, como la del historiador, no consiste en una descripción neutra de hechos y personas, porque para detectar una noticia hay que descubrir lo importante, lo nuevo y lo significativo. La objetividad es detectar esa noticia y enmarcarla correctamente en el contexto, que es la realidad en que esta se desarrolla”.
También precisaba que “es muy fácil confundir la verdad con una certeza subjetiva, que puede estar influenciada por la ideología, las creencias o la irresponsabilidad”.
Aunque era reservado para hablar de la experiencia que había vivido en carne propia, la de la persecución por el autoritarismo que no soporta la libertad de prensa, siempre sostenía que “sin la verdad bien fundamentada y sin el coraje para decirla, no hay periodismo posible”.
Desde que llegó a Salta, se quedó para siempre. Casado con Adelina Romero, fueron padres de Miriam, Liliana y Viviana. En su escritorio tenía un poema consagrado a “La mujer del periodista”. Allí se reflejaba el estilo de vida que impone la profesión, con pocos fines de semana y horarios complejos para articular con los de la familia. Eso ocurrió siempre, y ocurre ahora, a pesar de la revolución tecnológica y los cambios drásticos que esta introdujo en los sistemas de información.