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Desafiando la ley de gravedad

Lunes, 02 de mayo de 2022 01:50

El premio Nobel de economía, Simon Kuznets, solía decir a sus estudiantes de Harvard al comienzo de cada semestre: “Hay cuatro clases de países en el mundo; los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina”. Sabemos que, en nuestro caso, esta singularidad no tiene una connotación positiva. La anécdota está tomada de una de esas joyas que produce cada tanto el mundo académico que reflexiona sobre nosotros, y que merece que se le preste atención por la seriedad y solidez de los argumentos expuestos.
Escrito por Otaviano Canuto y Sebastián Carranza, el ensayo “Dolarización en Argentina: resurrección de una idea zombi”, analiza los beneficios de una potencial dolarización, así como expone los daños que causaría este proceso que, justo es aclarar, una vez adoptado es irreversible.
Otaviano Canuto fue vicepresidente y director ejecutivo del Banco Mundial; director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional; vicepresidente del Banco Interamericano de desarrollo; viceministro de Finanzas de Brasil y hoy es profesor titular de la George Washington University. Sebastián Carranza es un economista argentino brillante con múltiples títulos y saberes en su haber y, por desgracia para nosotros, parte de esa lúcida juventud que emigra en búsqueda de un porvenir.
Primero que nada, es importante explicar que dolarización no es igual a convertibilidad. La convertibilidad -proceso que vivimos- es un mecanismo por el cual se establece un tipo de cambio fijo sin renunciar a la soberanía monetaria. En la convertibilidad, el Banco Central se reserva la autoridad tanto para la emisión de moneda local como para cambiar la tasa de cambio, si fuera necesario. Queda garantizado así su rol de prestamista de última instancia ante una eventual crisis doméstica o internacional. En un proceso de dolarización, en cambio, el Banco Central renuncia a estas facultades al momento de “canjear” toda la masa monetaria circulante en pesos por los dólares que la economía requiere para funcionar.

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El premio Nobel de economía, Simon Kuznets, solía decir a sus estudiantes de Harvard al comienzo de cada semestre: “Hay cuatro clases de países en el mundo; los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina”. Sabemos que, en nuestro caso, esta singularidad no tiene una connotación positiva. La anécdota está tomada de una de esas joyas que produce cada tanto el mundo académico que reflexiona sobre nosotros, y que merece que se le preste atención por la seriedad y solidez de los argumentos expuestos.
Escrito por Otaviano Canuto y Sebastián Carranza, el ensayo “Dolarización en Argentina: resurrección de una idea zombi”, analiza los beneficios de una potencial dolarización, así como expone los daños que causaría este proceso que, justo es aclarar, una vez adoptado es irreversible.
Otaviano Canuto fue vicepresidente y director ejecutivo del Banco Mundial; director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional; vicepresidente del Banco Interamericano de desarrollo; viceministro de Finanzas de Brasil y hoy es profesor titular de la George Washington University. Sebastián Carranza es un economista argentino brillante con múltiples títulos y saberes en su haber y, por desgracia para nosotros, parte de esa lúcida juventud que emigra en búsqueda de un porvenir.
Primero que nada, es importante explicar que dolarización no es igual a convertibilidad. La convertibilidad -proceso que vivimos- es un mecanismo por el cual se establece un tipo de cambio fijo sin renunciar a la soberanía monetaria. En la convertibilidad, el Banco Central se reserva la autoridad tanto para la emisión de moneda local como para cambiar la tasa de cambio, si fuera necesario. Queda garantizado así su rol de prestamista de última instancia ante una eventual crisis doméstica o internacional. En un proceso de dolarización, en cambio, el Banco Central renuncia a estas facultades al momento de “canjear” toda la masa monetaria circulante en pesos por los dólares que la economía requiere para funcionar.


Con los niveles de moneda circulante y el nivel de reservas actual, los autores muestran que Argentina debería obtener un préstamo de 33.000 millones de dólares para poder dolarizar manteniendo el cambio actual cercano a los 110 pesos por dólar. En otro escenario, que consideran optimista, suponen posible obtener un préstamo de 12.000 millones de dólares, reservando una parte de este préstamo (5.000 millones de dólares) para respaldar la base monetaria y garantizar el sistema financiero, y destinando los restantes 7.000 millones de dólares a la absorción de la base monetaria. En este caso sería necesario devaluar nuestra moneda un 375% y la tasa de cambio debería ser fijada en 523 pesos por dólar.
Este nivel de devaluación llevaría la pobreza a niveles nunca vistos y a una situación de salarios en dólares de la población que nos ubicaría entre los más bajos del mundo. “Una dolarización completa podría tener consecuencias más graves que los problemas que intenta resolver” y, como bien indican los autores, no por nada hay muchos analistas serios que consideran que la dolarización solo sería posible luego de un proceso grave de hiperinflación.
Por el lado de los beneficios el más evidente es el de reducir la tasa de inflación, como máximo, a la que ostente Estados Unidos al momento de adoptar su moneda; aunque los autores resaltan que la dolarización per-se no resolvería los problemas estructurales argentinos. Tienen razón. Podemos dolarizar, pero eso no solucionará de manera mágica la falta de reglas claras y cambiantes; la inseguridad jurídica; la falta de competitividad; el déficit fiscal o el grave problema impositivo. Peor, nos vamos a quedar, como se dijo antes, sin capacidad de financiamiento externo e interno, y sin capacidad de responder ante una crisis externa como, por ejemplo, una pandemia u otra guerra como la que produjo la invasión rusa a Ucrania.
Sin buscar ser autorreferencial, yo tuve la oportunidad de tomar un curso de economía dictado por Sir James Ball en la London Business School quien, en el año 1994 cuestionó con mucha dureza la viabilidad del plan de convertibilidad 1 a 1, por ese entonces, vigente en Argentina. Lo hizo comparando cinco variables básicas de las economías de Estados Unidos y Argentina como series históricas de tasas de crecimiento del PBI, de productividad y de competitividad, de acceso a tecnologías y sus costos, y de tasas de desarrollo de distintas industrias; fiel a su campo de experiencia que era la econometría. Vaticinó que era inviable y que, de no cambiar la tasa de cambio, el proyecto se haría insostenible. Todos conocemos el final de esa película cuyas consecuencias aún hoy seguimos pagando.
Argentina no aprende que la voluntad no modifica la ley de la gravedad. Puedo tirar monedas al aire toda la vida, pero, por el solo hecho de desearlo, aún con mucha intensidad, la moneda nunca va a dejar de caer. Esto es igual. Podemos querer arribar a resultados diferentes, pero gente que sabe, haciendo un par de cuentas elementales, nos prueba lo peligroso e inviable que pueden llegar a ser ideas basadas en el deseo y no en la realidad.
Me pregunto, Argentina, ¿alguna vez dejará de desafiar a la ley de la gravedad?
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