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Ucrania, Finlandia y la nueva guerra mundial

Martes, 24 de mayo de 2022 02:46

La guerra en Ucrania adquiere una dinámica propia y avanza hacia alcanzar un carácter global. Muchos analistas predijeron que la intervención militar rusa en territorio ucraniano culminaría con un acuerdo de "finlandización" y el gobierno de Kiev terminaría por aceptar un status de neutralidad internacional similar al establecido por Finlandia desde 1947. Lo que nadie pronosticó es que el desarrollo del conflicto llevase a que Helsinki resolviera romper ese compromiso acordado hace 75 años con la ex Unión Soviética y solicitara su incorporación a la OTAN.

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La guerra en Ucrania adquiere una dinámica propia y avanza hacia alcanzar un carácter global. Muchos analistas predijeron que la intervención militar rusa en territorio ucraniano culminaría con un acuerdo de "finlandización" y el gobierno de Kiev terminaría por aceptar un status de neutralidad internacional similar al establecido por Finlandia desde 1947. Lo que nadie pronosticó es que el desarrollo del conflicto llevase a que Helsinki resolviera romper ese compromiso acordado hace 75 años con la ex Unión Soviética y solicitara su incorporación a la OTAN.

El viraje escandinavo

Antes que conseguir la "finlandización" de Ucrania, con la que el Kremlin pretendería garantizar la seguridad de sus fronteras, Moscú afronta entonces el desafío de lidiar con la "otanización" de otros países vecinos. Porque ese trascendente viraje estratégico de Finlandia coincidió con una decisión semejante adoptada por Suecia, cuyo gobierno socialdemócrata abandonó una política de neutralidad, sostenida ininterrumpidamente durante más de dos siglos (desde la finalización de las guerras napoleónicas en 1815) y que mantuvo al país al margen de las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, para pedir también su admisión en la alianza atlántica.

Esta simultaneidad ratifica la vigencia subterránea de ciertas leyes de la historia: el ducado de Finlandia fue parte del reino de Suecia hasta 1807, cuando fue anexado por el imperio zarista, y recién alcanzó su independencia en 1918, en medio del estado de anarquía desencadenado en Rusia con el triunfo de la revolución bolchevique. La Unión Soviética nunca toleró esa secesión. En 1940, favorecido por su transitorio pacto Hitler - Stalin, la URSS invadió el territorio finlandés pero sus tropas encontraron una feroz resistencia que forzó una negociación en la que Finlandia hizo concesiones territoriales pero logró mantener su independencia.

Para enfrentar esa permanente amenaza a su supervivencia, en la segunda guerra mundial los finlandeses, sin integrarse formalmente al Eje Berlín - Roma, combatieron junto a los alemanes contra el Ejército Rojo en la que llamaron "Guerra de Continuación". Finalizada la contienda, suscribieron con los soviéticos un acuerdo de paz que determinó el pago de indemnizaciones de guerra y originó la neutralización forzosa y la consiguiente obligación de no adherir a la OTAN.

Conflicto de valores

Pero detrás de este giro copernicano desencadenado en Finlandia por la invasión rusa a Ucrania existe también una dimensión cultural. La sociedad finlandesa tiene un sistema de valores de tintes "progresistas", diametralmente opuesto al conservadorismo tradicionalista encarnado por Vladimir Putin. La primera ministra Sanna Marin, con 36 años, llegó al poder al frente de una alianza de cinco partidos liderados por mujeres, un hecho inédito pero no inexplicable: en 1906, aún bajo el dominio zarista, Finlandia fue uno de los primeros países en legalizar el voto femenino. Marin tiene una historia que ilustra sobre ese contraste cultural. Su madre, criada en un orfanato, tras separarse de un marido alcohólico, formó pareja con otra mujer, mucho antes de la legalización del matrimonio igualitario. La propia primera ministra relata que "ahora, en el siglo XXI, se abrió el debate sobre las familias "arco iris'. De chica, familias como la mía no eran reconocidas como valederas o iguales a las demás". Pese a ello, hoy gobierna una nación que se distingue de avanzada en todos los órdenes.

El Foro Económico Mundial consigna que Finlandia es el país más competitivo del mundo. Con un ingreso por habitante de 47.000 dólares anuales, ocupa el décimo quinto lugar en el Indice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Es el cuarto con menor índice de pobreza, el segundo en menor nivel de desigualdad entre niños recién nacidos y el tercero en menor brecha social. Con la mayor superficie de bosque de la Unión Europea, es también el tercero en calidad ambiental.

El sistema educativo finlandés está considerado como el más adelantado del mundo. Para el Foro Económico Mundial, la educación primaria figura en el primer lugar y la universitaria en el tercero. Semejante listado de logros permite comprender por qué en la encuesta elaborada por Naciones Unidas los finlandeses aparecen como el pueblo más feliz del planeta. No es para menos: en 1870 eran el país más pobre de Europa Occidental.

Finlandia comparte con Rusia una frontera terrestre de 1.300 kilómetros. La pequeña ciudad finlandesa de Lappeenranta está a solo 200 kilómetros de San Petersburgo, la antigua capital del imperio zarista. Más allá de su pasado neutral, los finlandeses tienen Fuerzas Armadas altamente competentes, que ya participaron en operaciones militares con la OTAN. Lo mismo ocurre con Suecia. Con el ingreso de ambos países en la alianza atlántica, el Mar Báltico, que para los rusos tiene un enorme valor estratégico, se convertirá en un "mar interior de la OTAN".

¿Una OTAN global?

Pero la novedad en este nuevo escenario es la transformación de la situación geopolítica del Círculo Polar Ártico, una región de 16.500.0000 kilómetros cuadrados que Rusia considera una prioridad estratégica y que, en razón del acelerado proceso de deshielo provocado por el cambio climático, surge como una nueva vía navegable para el comercio entre Asia y Europa y una zona de enorme valor económico por los recursos naturales que anidan en su subsuelo, que entre otras riquezas esconde el 13% de las reservas mundiales de petróleo y el 30% de las reservas de gas.

El Consejo del Ártico, creado en 1996 para coordinar las políticas de los gobiernos involucrados, está integrado por Estados Unidos, Canadá, Rusia, Finlandia, Islandia, Noruega, Suecia y Dinamarca. En 2013 China fue admitida como miembro observador, en reconocimiento a su carácter de país “cuasiártico”. Con el giro protagonizado por Finlandia y Suecia, la relación de fuerzas entre los miembros titulares del organismo será ahora de “siete a uno” a favor de la OTAN. Rusia, que ya estaba en minoría, quedará absolutamente aislada.

En esta expansión de la OTAN, gana relevancia la Cumbre de Madrid del 29 de junio. Participarán como invitados Finlandia y Suecia, cuya adhesión se pretende homologar. Los 12 miembros originarios pasarán a ser 32. La mitad se sumó tras la caída de la URSS. Significativamente, estará también presente Australia, que junto con Estados Unidos y Gran Bretaña anunció la creación de AUKUS en septiembre de 2021, un acuerdo de seguridad en el océano Pacífico, erigido en el nuevo epicentro de la economía mundial, para contener el avance de China.

La flamante AUKUS, que pretende atraer a Japón y a Corea del Sur, está imaginada como una “OTAN del Pacífico”. La analogía no es ociosa: Liz Truss, la actual responsable del Foreign Office y considerada como probable sucesora de Boris Johnson al frente del gobierno británico, acuñó la tesis de una “OTAN global”, que convertiría a la alianza atlántica en el eje de un nuevo sistema de seguridad mundial concebido como el instrumento operativo de la “Alianza de las Democracias” preconizada por el presidente estadounidense Joe Biden.

Lenin, artífice del mayor cataclismo político del siglo XX, decía que “una chispa puede incendiar la pradera”. Conviene tener presente que la pradera ucraniana es una de las más fértiles del planeta.

 * Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.

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