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El Día D, Churchill y la Libertad

Jueves, 09 de junio de 2022 02:29

Al champagne, las salsas y el foie-gras con que la cocina francesa ha refinado el alma; a esos escritores esenciales que enseñarán al hombre a vivir y sobrevivir a las tempestades del espíritu, el amor y la necesidad; a la vera de abadías y chateux con torretas de pizarra que deslumbran desde antes "del tiempo en que reinó Carlomagno" y entre vichyssoise y escargots deleitados bajo la complicidad apasionada de una llovizna sobre los castaños y las mil escalinatas de París, Francia suma a su fulgor las actividades con que conmemorará el Desembarco de Normandía que terminaría liberando a Europa del III Reich.

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Al champagne, las salsas y el foie-gras con que la cocina francesa ha refinado el alma; a esos escritores esenciales que enseñarán al hombre a vivir y sobrevivir a las tempestades del espíritu, el amor y la necesidad; a la vera de abadías y chateux con torretas de pizarra que deslumbran desde antes "del tiempo en que reinó Carlomagno" y entre vichyssoise y escargots deleitados bajo la complicidad apasionada de una llovizna sobre los castaños y las mil escalinatas de París, Francia suma a su fulgor las actividades con que conmemorará el Desembarco de Normandía que terminaría liberando a Europa del III Reich.

Denominada en clave Overlord y vulgarmente Día D, la operación (que transportó ese día 160 mil aliados a Arromanches, cerca de Caen) comenzó el 6 de junio de 1944 a través del Canal de la Mancha (en una de cuyas islas sigue la mansión que atesora joyas simbólicas que Víctor Hugo cinceló en su exilio) canal que es en realidad el Canal de la Manga como su forma lo indica mal traducido por Mancha, aunque otros prefieren llamarlo el canal inglés.

Superado el brazo de mar y como en la Edad Media, cuando el bombardeo resultó inevitable la gente de Caen se refugió en la Abadía de los Hombres. Allí y desde el siglo XI descansa Guillermo de Normandía, Conquistador de Inglaterra. Allí se sentían a salvo: la leyenda les garantizaba que jamás un inglés dañaría esa tumba porque en el instante en que ese panteón sucumbiese, se desplomaría con él la monarquía inglesa.

El avance de esa conquista que los normandos mantendrían por cuatro siglos puede verse en el majestuoso Tapiz de la Reina Matilde (mujer de Guillermo) entronizado en Bayeux: puntadas y latinazos bordan la epopeya desde la invasión a Inglaterra hasta la Batalla de Hastings.

La lección de estrategia

En cambio, los infinitos detalles, particularidades y pormenores a considerar en Normandía (que definirían la II Guerra Mundial) no son vox-populi: los dominan quienes conocen de tácticas y estrategias y quizá haya documentos que permanecen como información clasificada. No se sabe en demasía.

No obstante, en esta última semana "El arma del engaño" (Netflix) permite vislumbrar partes vitales de trama y urdimbre de una acción similar: el desembarco aliado en Sicilia de un año antes, revisado en el libro "Silicia: 1943" del historiador inglés James Holland: equipara en importancia al desembarco de Sicilia con el de Normandía y los considera complementarios.

De exhaustiva base histórica y estética realista, la cinta atrapa porque esquiva la pesadez documental gracias a esa naturalidad rayana en lo antinatural que es casi privativa del actor inglés y que aquí encarna Colin Firth (tan circunspecto, tan impasible, tan demencialmente creíble) y al esmero del guion, la dicción y la inflexión (típico del inglés: Churchill "movilizó la lengua inglesa y la envió a la batalla" y su oratoria refulgente surgió por talento desde el ahínco y su tenacidad para superar dificultades que incluían su propia tartamudez).

El argumento y la construcción del engaño alcanzan abismos de angustia que la flema inglesa presenta como mera preocupación sin que ninguna interferencia sea mínima, toda distracción pueda convertirse en pesadilla y una nimiedad termine resultando esencial.

El esfuerzo es titánico y triunfa. El engaño deviene en certeza. El tablero se acomoda. Todos los hilos convergen y fraguan en filigrana. Solo falta que el enemigo lo crea y el papel del enemigo es vital para el resultado (aunque los ingleses y cualquiera se empeñen en atenuarlo).

Donde la filigrana no cuaja porque la urdimbre es endeble y la trama resulta sospechosa es en la elección de Remedios del Valle para acompañar a Manuel Belgrano en los nuevos billetes que, en un nuevo alarde de insensatez, el Gobierno considera prioritario poner a circular.

Aunque al parecer algún historiador la mencionó como "madre de la Patria", Remedios del Valle resulta desconocida para la mayoría de los estudiosos, entre ellos para el salteño Gregorio Caro Figueroa que habla de esta "supuesta" mulata sin que la suposición interpele su porcentaje de mestizaje sino a la existencia misma de Remedios del Valle: tan anónima como mulata como anónima como zamba, anónima como numulita, anónima como chola. Anónima: ni diccionarios históricos ni depósitos documentales ni archivos militares la registran; no la menciona Belgrano en su correspondencia con Gemes y ninguno de ellos en sus biografías. No la acreditan en la Guerra de la Independencia ni en los Diccionarios Biográficos de Salta, Jujuy o Tucumán y otras obras revisadas. Tan anónima que su cara surgiría del retoque de una pintura.

¿Totalmente anónima o ficción para falsificar la historia? se pregunta Caro Figueroa y agrega que solo la menciona y si acaso fuera ella- Gregorio Aráoz de Lamadrid en 1895 cuando habla de una lavandera muy querida por los soldados que le confiaban sus uniformes, una mujer que, con sus dos hijas, acarreaba vasijas de agua para la tropa: una "Tía María" cuya contribución se agradece aunque no alcanza para equipararla con Belgrano. Concluye en que "los actuales post-modernos deconstructores de textos parecen empeñados en destruir nuestra Historia Patria" y pregunta "si esta elección no es manipular, con fines rentables, políticos e ideológicos la historia, entonces ¿qué otra cosa es?".

El tema parece anecdótico, pero en realidad evidencia la perversidad de un modus operandi que pretende imponer una versión oficial a cualquier tema, silenciándolo o sesgándolo detrás de estallidos o maquillajes para que la frivolidad nivele, la demanda se diluya y se consagre una versión segada e interesada.

Obvio: ninguna imagen solucionará el problema de fondo de la economía ni le dará valor a un billete que, sin respaldo, continuará autodestruyéndose.

 No ellos sino el gasto público sin control ni medida fogoneará una inflación que ya ha condenado a la pobreza a la mitad de la población de un país que sufre de economías regionales paralizadas y pymes asfixiadas; una inflación cuyo desequilibrio monetario esconde dígitos peores que los confesados mientras la mafia sindical lucha solo por sus privilegios y jamás por los derechos de los paupérrimos trabajadores. Un caos donde a la vicepresidenta le importa más asegurar su impunidad que la vigencia de la Constitución y la Justicia, fin en el que insiste con reiterados autogolpes a la institucionalidad mientras la pusilanimidad del Presidente se rebaja a la obsecuencia para congraciarse con ella y despotrica esta vez contra “la maldita derecha”.
¿En qué lugar del mundo habla así un presidente democrático de su oponente? ¿En qué lugar del mundo un supuesto demócrata se desnuda tan autoritario e intolerante? 

La torpeza del engaño 

Aquí y donde los movimientos identitarios y los nacionalismos trasnochados lucran con sus banderas en perjuicio de los propios pueblos originarios a los que dicen defender y los colectivos no se ocupan de las víctimas salvo que les convenga. Donde la izquierda no logra imaginar alternativas a las ya fracasadas y por eso repite mentiras para instalarlas como verdades porque es su camino de supervivencia. Tarea que cuenta con la entusiasta ayuda de la derecha que porfía en aliarse con quien la detesta y quien la detesta se la banca esperando para aprovecharse de ella y, en la manoteada y precisamente por ello, no logran articular programa. Y los nuevos crecen en intención de voto sin que quede claro si es por convicción o por desánimo.
Ante desánimos mucho mayores, Churchill -sin concesiones a populismo o entelequias- arengaría sin apelar al rey o al Imperio (que el subdesarrollo llamará patria) sino al individuo, a lo que cada uno podía y debía hacer.
Guion, dicción e inflexión de un verdadero estadista: “Lucharemos. A todo o nada. Hasta las últimas consecuencias. Hasta el final. Pelearemos en Francia, en los mares, en los océanos. Combatiremos en el aire. Defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Lucharemos en las playas, las pistas de aterrizajes, los campos, en las calles, en las montañas. 
Jamás nos rendiremos”. 
Jamás. 
 

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