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La grieta genera violencia y debilita a la democracia

Domingo, 19 de noviembre de 2023 02:37

Hace 40 años, los argentinos pudimos iniciar un período de democracia sin condicionamientos por primera vez en más de medio siglo. Este ciclo de elecciones regulares es inédito en nuestra historia, y coincide, no casualmente, con cuatro décadas en las que las Fuerzas Armadas asumieron un rol profesional y dejaron de funcionar como árbitros de un sistema en el que las crisis se resolvían con un golpe de Estado, avalado por la oposición.

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Hace 40 años, los argentinos pudimos iniciar un período de democracia sin condicionamientos por primera vez en más de medio siglo. Este ciclo de elecciones regulares es inédito en nuestra historia, y coincide, no casualmente, con cuatro décadas en las que las Fuerzas Armadas asumieron un rol profesional y dejaron de funcionar como árbitros de un sistema en el que las crisis se resolvían con un golpe de Estado, avalado por la oposición.

Es un período, también, en el que la violencia política dejó de ser un factor condicionante que alteraba la vida del país.

Sin embargo, a pesar de esa evolución institucional, nuestra vida política no ha logrado madurar en la capacidad de construir acuerdos de largo plazo que sostengan políticas de Estado para cuestiones esenciales.

Las instituciones de la república y la división de poderes fueron concebidas, justamente, para garantizar la convivencia democrática de partidos y grupos con visiones ideológicas opuestas y asegurar que la ambición de poder quede subordinada a las necesidades de la sociedad y a la construcción de un país independiente, integrado al mundo y próspero.

El país no puede seguir estancado en modelos y debates del pasado. El presente no da tregua.

La "grieta", que se manifestó en forma brutal en el último tramo de la campaña, aparece en este caso como un enfrentamiento agónico entre dos personas, los candidatos, expresado en insultos y descalificaciones personales y en spots de campaña donde muestran al triunfo del otro en términos de catástrofe.

La grieta es el veneno que viene inoculando a la democracia argentina. Es la verdadera y real amenaza. Una elección debe plantear la opción clara de dos modelos de país y no una apuesta agónica entre dos formas distintas de convertirlo en un infierno.

El sistema democrático es el régimen de gobierno de la ciudadanía. De ninguna manera el ganador de una elección puede considerarse a sí mismo como depositario de la "voluntad general". Si lo hace, se convierte en un dictador dispuesto a subordinar a sus intereses al Congreso, a la Justicia, a los gobiernos provinciales y municipales y a la prensa profesional.

El hiperpersonalismo de los liderazgos conduce en esa dirección. Pensar que existe una "voluntad general" supone negar los derechos cívicos a todos aquellos que no votaron al ganador, aunque este represente la voluntad de apenas la tercera parte, o menos, de la ciudadanía; tal como ocurrirá cualquiera sea el ganador de estas elecciones.

Ni el odio tribal ni el despotismo de una primera minoría son compatibles con la democracia.

La crisis global del país, y su extrema vulnerabilidad internacional, exigen un gobierno dispuesto a respetar el pensamiento de todos, enmarcarse en la Ley y actuar acatando los dictámenes de la Justicia, desovillar todos los núcleos de la corrupción y el clientelismo, y construir el diálogo político imprescindible entre seres civilizados.

La crisis educativa, la pobreza y la destrucción del empleo son el resultado de una democracia que se fue deteriorando: por una parte, debido a la pérdida de credibilidad multiplicada por la inflación y la caída del salario; por otra, porque las aspiraciones personales de funcionarios y magistrados, en general, hicieron desaparecer los valores éticos y los principios ideológicos.

Terminar con la grieta que está fracturando los cimientos básicos de la Nación, inexorablemente, debe ser la prioridad para el período de gobierno que comienza exactamente dentro de tres semanas. La sociedad y la Nación necesitan que todos los funcionarios y legisladores comiencen a actuar como estadistas: es decir, como los representantes de la ciudadanía en democracia, comprometidos en la construcción de un país libre y equitativo.

 

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