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Benedicto XVI: fe, razón, derecho

Domingo, 12 de febrero de 2023 02:30

El último día del año pasado falleció el papa emérito Benedicto XVI. Experto teólogo de importante participación en el Concilio Vaticano II; estrecho colaborador de San Juan Pablo II como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sorprendió al mundo cuando en 2013 renunciara al pontificado en el que había sido ungido ocho años antes. Se trató de un gesto acaso notablemente humano de quien asume que carece de fuerzas para dirigir la barca sobrenatural de la Iglesia. Un gesto que, como otros (que su primer acto fuera una carta a la comunidad hebrea; que retirara de su escudo la tiara, símbolo del poder terreno de la Iglesia; que eliminara el besamanos), seguramente motivarán ulteriores reflexiones. Un colega de este medio se refirió, recientemente, a algunos aspectos de su trayectoria. Aquí me propongo evocar su faceta -por todos conocida y por él constantemente practicada- de profesor universitario y, por tanto (consecuencia de lo anterior, si es bien asumida, como fue el caso) de investigador, publicista y animador de constantes diálogos con otros científicos, en especial con quienes proceden de planteamientos ajenos al suyo. En algunos de esos encuentros abordó un tópico para él relevante y que juzgo de incuestionada actualidad: el aporte de racionalidad que ofrece la religión para la armónica vida social, en especial en comunidades con pluralidad de concepciones. Escojo tres ejemplos.

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El último día del año pasado falleció el papa emérito Benedicto XVI. Experto teólogo de importante participación en el Concilio Vaticano II; estrecho colaborador de San Juan Pablo II como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sorprendió al mundo cuando en 2013 renunciara al pontificado en el que había sido ungido ocho años antes. Se trató de un gesto acaso notablemente humano de quien asume que carece de fuerzas para dirigir la barca sobrenatural de la Iglesia. Un gesto que, como otros (que su primer acto fuera una carta a la comunidad hebrea; que retirara de su escudo la tiara, símbolo del poder terreno de la Iglesia; que eliminara el besamanos), seguramente motivarán ulteriores reflexiones. Un colega de este medio se refirió, recientemente, a algunos aspectos de su trayectoria. Aquí me propongo evocar su faceta -por todos conocida y por él constantemente practicada- de profesor universitario y, por tanto (consecuencia de lo anterior, si es bien asumida, como fue el caso) de investigador, publicista y animador de constantes diálogos con otros científicos, en especial con quienes proceden de planteamientos ajenos al suyo. En algunos de esos encuentros abordó un tópico para él relevante y que juzgo de incuestionada actualidad: el aporte de racionalidad que ofrece la religión para la armónica vida social, en especial en comunidades con pluralidad de concepciones. Escojo tres ejemplos.

Racionalidad del cristianismo

En el marco de un "encuentro con el mundo de la cultura" celebrado en 2006 en una de las universidades alemanas en la que actuó como profesor, Regensburg, trae a colación un debate ocurrido en 1391 entre el emperador bizantino Manuel II y un interlocutor persa respecto de la verdad del cristianismo y del Islam. En él se rechaza la posibilidad de difundir la fe mediante la violencia: aquella solo puede propagarse por la "razón" ya que "no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios". A su juicio, dicha tesis no solo trasunta la influencia de la filosofía griega en la que se había educado el emperador, sino que conecta con la tradición bíblica, bien representada por San Juan en su Evangelio, al afirma "en el principio ya existía el Logos", en donde "Logos significa tanto razón como palabra".

Desde luego, a Benedicto no se le escapa que a lo largo de la historia del cristianismo se observan tendencias a diluir la dimensión racional de lo religioso, como la sugestiva reflexión kantiana de que "había tenido que renunciar a pensar para dejar espacio a la fe". Igualmente, tampoco es ajeno a la reformulación dada por la modernidad a la razón, la que tiende a reducirse "a lo que se puede verificar con la experimentación", lo que excluye de su campo de trabajo al fenómeno religioso, el que se presenta "como un problema a-científico o pre-científico". En su opinión, urge abandonar ambos extremos, "ampliando nuestro concepto de razón". En ese sentido, considera que la teología "como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe" debe "encontrar espacio en el amplio diálogo de las ciencias", ámbito este último en el que también han de plantearse "los interrogantes propiamente humanos, es decir de dónde viene y adónde va" aquel, planteos que no pueden quedar reducidos a lo puramente subjetivo. De ser así, "el ethos y la religión pierden su poder de crear una comunidad" algo que, considera, está reñido con las grandes culturas religiosas del mundo y que conspira contra una vida social completa. Lo expuesto conduce a la pregunta sobre "lo que cohesiona el mundo", es decir "las bases morales" de los estados.

Bases morales del Estado

Este es el tópico del célebre coloquio habido en la Academia de Munich en 2004 entre el entonces cardenal Ratzinger y el principal filósofo contemporáneo de la secularización, el también alemán Jürgen Habermas. El primero no duda de que la tarea de la política es "poner el poder bajo el escudo del derecho", lo que obliga a plantear cómo este "debe elaborarse para que sea vehículo de la justicia". Aquí emerge, nuevamente, la necesaria relación entre fe y razón antes señalada. De un lado, Ratzinger reconoce que el fenómeno religioso no es extraño (es el caso de los fundamentalismos) a "patologías altamente peligrosas que hacen necesario considerar la luz divina de la razón como una especie de órgano de control". De otro, advierte que tampoco la razón está exenta de aquellas deficiencias: "La bomba atómica; el ser humano entendido como producto" y otras anomalías conducen a que se le deba exigir a la razón "que reconozca sus límites", para lo cual resultaría provechoso escuchar "las grandes tradiciones religiosas de la humanidad". De ahí que el encuentro entre "la fe cristiana" y "la racionalidad occidental laica" en el que se sitúa su diálogo con Habermas, no puede detenerse allí, sino que debe abrirse al aporte de otras culturas, entre las que menciona al Islam; el hinduismo y la tradición china, de modo de generar una "auténtica correlación polifónica" que permita "resplandecer de nuevo los valores y las normas que en cierto modo todos los hombres conocen o intuyen".

Estado liberal de derecho

Este tema es abordado en el también famoso discurso pronunciado en el Reichstag alemán en 2011.

La cuestión decisiva es cómo puede distinguirse entre el "derecho verdadero y el solo aparente", lo que "hoy no es de modo alguno evidente", como lo prueban los debates antes señalados en torno de "cuestiones antropológicas fundamentales". Benedicto reivindica el aporte del cristianismo en no haber "impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado", sino que se "ha remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho". Y lo ejemplifica con el texto de San Pablo al afirmar que los paganos, que no tienen la ley revelada (la Torah), sin embargo la cumplen "en tanto escrita en su corazón". A su juicio, el tema no está desfasado como lo muestra, por ejemplo, la crisis ecológica (en definitiva, otro exceso de la razón moderna) que conduce a que se "deba escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente". Pero el pontífice exige dar un paso más: "Hay una ecología del hombre"; una "naturaleza que" este "no puede manipular a su antojo". Ante ello se plantea si "carece de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presupone una razón creativa, un Creator Spiritus. Su respuesta es obvia. Y concluye: "Sobre la base de la existencia de un Dios creador", se ha desarrollado en las sociedades occidentales, enriquecidas por el aporte de "Atenas y Roma", "el concepto de derechos humanos" el que toma como punto de partida "la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona". He ahí, pues, "los criterios del derecho" a los que, a su modo de ver, todo estado liberal de derecho que se precie no debería renunciar.

Reflexiones finales

Si cabe un hilo conductor de estas intervenciones, este parece propiciar el encuentro ("correlación" son sus palabras) entre fe y razón, de modo que ambas contribuyan, desde sus respectivas sedes, a brindar argumentos complementarios que permitan una vida social armónica y, en lo jurídico, un Estado justo. A su juicio, la fe cristiana y las grandes tradiciones religiosas del mundo mucho tienen que decir en este propósito, así como, también, las "luces" de la razón que ancla sus raíces en Grecia y que, continuando en Roma, se prolonga en la razón "ilustrada" del iluminismo y que, en conjunto, vertebraron la noción del genuino Estado de derecho que cabe prohijar en la hora actual. Ahora bien, en ese objetivo es preciso un proceso de "purificación" recíproca, de modo que, por una parte, el fenómeno religioso abandone sus recaídas en fundamentalismos, por todos conocidos, que "contradicen su concepto humanista de razón y libertad", y, por otra, que la razón moderna deje atrás desvaríos también siempre presentes (tiranías; leyes injustas; infierno nuclear; producción y descarte biotecnológico de las personas, etc.). Se trata de una hoja de ruta de obligado tránsito. Y es de resaltar que fuera planteada por un pontífice no al interior de la Iglesia que gobernó, sino en la arena pública y en un contexto de diálogo científico con interlocutores que, de ordinario, no participan de su cosmovisión, pero con los que es imprescindible tender puentes para alcanzar el alto logro de la paz y la armonía sociales.

1) Academia Nacional de Derecho de Córdoba; Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas de Buenos Aires

 

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