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Credibilidad y coherencia,el gran desafío electoral

Jueves, 23 de febrero de 2023 02:25

En menos de 90 días votamos en Salta. En menos de tres meses, entrará en un ritmo a toda máquina la campaña nacional. Para fin de año inauguraremos un nuevo gobierno nacional, que tiene grandes chances de ser distinto al actual.

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En menos de 90 días votamos en Salta. En menos de tres meses, entrará en un ritmo a toda máquina la campaña nacional. Para fin de año inauguraremos un nuevo gobierno nacional, que tiene grandes chances de ser distinto al actual.

El contexto internacional probablemente sea un poco más austero, pero no peor que el fatídico 2022.

La inflación a nivel mundial caerá a medida que las tasas se mantengan y la guerra en Ucrania se enfríe. Siempre y cuando no tengamos algún episodio catastrófico como una nueva pandemia, o la aceleración de los efectos que ya vivimos de la crisis climática. Aún con estos andamios macro de lo que puede suceder, al final, lo que decidamos en cada elección política o cómo reaccionar ante lo exógeno depende de una cualidad crucial: la credibilidad del que propone y lidera.

Es fácil pensar en ejemplos de credibilidad para poder definirla. En el trabajo, en la casa, en el club, en la relación con los vecinos, y en cualquier tipo de organización que tengamos un rol. En cada espacio, sabemos qué somos, qué decimos y qué hacemos. Sabemos que no podemos prometer un esfuerzo laboral técnico para después pasar papelón dejando en evidencia lo que no sabemos. Una situación para demostrar que somos el factor necesario para que algo llegue a puerto. La clave se nota en, primero, tener la capacidad de cumplir, y segundo, el método para hacerlo.

¿Nos imaginamos ser solución a algún problema para después no cumplir con la palabra empeñada y así dañar una relación, un contexto laboral, la familia, y así?

Claro, esto ocurre mucho y es tan humano como el deseo de ayudar. Los condicionamientos que tenemos para querer y poder son muy diferentes a querer y saber que no podemos.

Lo contrario a ser creíble, es ser un fraude. Por eso, si vemos consecuencias casi automáticas en el trabajo, en la casa, en el club, y en la sociedad, también deberíamos verlo en la política. La política, como siempre decimos, entendida desde la visión institucional, que la presenta como una herramienta para servir y resolver problemas del común. Una visión que plantea la capacidad de gestión, el conocimiento técnico y la mirada pragmática para promover acuerdos como condiciones mínimas.

Ser creíble siendo servidor político es justamente trabajar, sí, trabajar, con la vocación de dejar un legado, que con luces y sombras -como todo- hable por sí mismo. Hoy, entre tantas situaciones de engaño y vacío de liderazgos, ser creíble es todo.

Los fines de esta reflexión no apuntan a nombres propios, pero sí a un análisis macro y sectorial de la política para dejar dos mensajes en claro. El primero, la importancia cardinal de la credibilidad hacia una persona, su formación y su proyecto político como condicionante de su productividad. Y el segundo, que no es normal pretender representar y servir políticamente a tantas comunidades de votantes como elecciones ocurran. En otras palabras, la credibilidad integra dos vectores necesarios: la coherencia y las convicciones.

Convicción y coherencia

Es lógico que cuando cambia el contexto, uno también tenga que adaptarse a procesos políticos más diversos, más restrictivos, menos participativos, de más amplitud ideológica o inclusive de partido político. Todo esto es normal cuando no se traiciona el común denominador de la coherencia en un lapso y la retención de convicciones. Una convicción no requiere de inflexibilidad para acordar pragmáticamente soluciones necesarias, pero la burda traición a una postura sin un camino de explicación, sensibilización y demostración de ese cambio daña la credibilidad de manera mortal.

A modo de ejemplo: pertenecer a un ecosistema político que pregona la justicia social sin resolver el drama de la inflación no tiene sentido. Tampoco lo tiene pregonar la creencia en las instituciones republicanas y tomar la deuda más grande de nuestra historia a espaldas del Congreso Nacional.

No es creíble saltar a un cambio de posición sin antes y durante explicar el razonamiento y el nuevo valor asociado a una transformación tan abrumadora como pasar de ser oficialismo a ser oposición en minutos.

En este punto surge la pregunta: ¿pero, entonces, vale algo ser creíble?, ¿ser coherente?, ¿ser constante en convicciones? No lo sé, y sospecho que muy poco.

La última elección en Salta, los números de personas que votaron en blanco fue más alta que la media. Esos votos en blanco son votantes que salieron de casa, hicieron la fila, esperaron su turno, entraron al cuarto oscuro, vieron las boletas o la pantalla, y decidieron no creer en ningún proyecto político.

Sintieron que nadie los representa

No escogieron a alguien creíble. Descreyeron del sistema que debería solucionarle los problemas. A los que nos apasiona estudiar la política, el escenario descripto, nos da tristeza. Es desahuciante porque no debería ser así, ni tampoco necesariamente tiene que ser así. El votante atento sabe y entiende muy bien que, aunque no vea candidatos creíbles en todo sentido, quizás se acuerda que a su plaza le arreglaron los juegos recientemente o que pudo hacer el trámite de siempre esta vez desde su celular. Ese votante es sensible a descreer de un macroproyecto, pero vota en positivo siempre y cuando vea y reciba soluciones. Ese votante está en vías de extinción en la Argentina y la región.

El legado y la memoria

Lo que logró hacer la hiperpolarización es destruir los puentes del pragmatismo dejando huérfanos a los que juzgan por resultados. En ese hueco, la credibilidad puede volver a recuperar un espacio de dialogo que es necesario en nuestro país y provincia. No es creíble -sea el ciudadano del partido que sea- que los desequilibrios macroeconómicos no sean el tema más importante de la agenda junto con la mitigación a la crisis climática.

Si ser creíble es tener coherencia y constancia, el votante juzgará por las soluciones presentadas, no por el nuevo jingle de la radio. Recuperar la vara de la credibilidad será parte del análisis de los resultados de las próximas elecciones.

Y atentos: no hay "efecto-vacuna" para recordarnos que al menos estamos vivos. A los que no lograron transformar su credibilidad en acción y esa acción en coherencia y constancia, no dejarán un legado transformador. Quizás dejen una firma en alguna inauguración edilicia, pero no en la memoria grande de un pueblo.

 

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