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Indolencia educativa: nos pegamos tiros en los pies

Domingo, 05 de marzo de 2023 00:00

El Producto Bruto Interno (PBI) es un indicador económico que refleja el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un período dado; por lo general en un año. El objetivo del PBI es medir la "riqueza" que generó ese país en ese año. Objetable y cuestionado, no deja de ser, sin embargo, la forma vigente de medir y comparar las diferentes performances económicas de los países.

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El Producto Bruto Interno (PBI) es un indicador económico que refleja el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un período dado; por lo general en un año. El objetivo del PBI es medir la "riqueza" que generó ese país en ese año. Objetable y cuestionado, no deja de ser, sin embargo, la forma vigente de medir y comparar las diferentes performances económicas de los países.

Para poder calcular el PBI de un país se deben conocer todos los bienes y servicios finales que ha producido ese país en ese período de tiempo y sumarlos. Cuanto mínimo, es un cálculo laborioso. Sin importar la forma de calcularlo -hay tres maneras: por el gasto, por el valor añadido o por las rentas-; hay otro cálculo importante a considerar que es el que refleja la participación de los asalariados -formales e informales- y los monotributistas en el PBI. Un estudio del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra) registró que esta contribución es hoy del orden del 43% del total. El mismo informe muestra que esta participación, en 2016, era cercana al 52%.

El Censo 2020 mostró un crecimiento de la población de casi un 15% en los últimos diez años. Con un PBI estancado desde hace quince años, no sólo hay una mayor cantidad de personas entre las cuales repartir la "riqueza" generada -por lo que cae el PBI per cápita-; sino que, además, cae la participación del salario frente a los otros componentes del PBI. Esto produce un fenómeno "nuevo" en Argentina por el cual aparece un segmento de trabajadores en relación de dependencia -más del 30% según la UCA- que es pobre. En el imaginario colectivo la pobreza siempre se ubicaba por fuera del trabajo formal y registrado; quedaba "restringido" a los sectores informales. Ahora no.

Basta mirar el informe del INDEC sobre la distribución del ingreso para apreciar situaciones laborales dramáticas. Primero, el ingreso medio individual (de la población con ingresos) es de 83.755 pesos; pero la mediana es de 62.000 pesos. O sea que, la mitad de todas las personas con ingresos cobran menos de ese monto. Por último, para ser parte del 10% "más rico" de la población hay que cobrar 170.000 pesos o más; unos 860 dólares al valor del cambio oficial; 523 a dólar MEP (valor de mercado). Dicho de una manera bastante más cruda; el 90% de toda la población de Argentina cobra menos de 170.000 pesos; unos 500 dólares MEP. Un informe reciente muestra que los salarios en argentina son los más bajos de toda la región (medidos a valor dólar MEP para poder hacer una comparación realista con el resto de los países evaluados) y que, además, son los salarios que más han bajado en los dos últimos años a pesar de los ajustes por inflación.

Tampoco se puede caer en el facilismo, simplificación o torpeza intelectual de creer que sólo aumentando el tamaño de la torta a repartir -el PBI-; esto se traducirá en un mayor bienestar para toda la población. Esta es la falacia que proclama la teoría del derrame, a esta altura probada equivocada. Crecimiento no es desarrollo. Sin políticas públicas acordes, sostenidas y bien intencionadas; no hay derrame per - se. El inicio de otra discusión: Estado útil versus inútil; Estado presente versus ausente; Estado activo donde debe estar, versus el Estado que tenemos. Pero, así como no hay desarrollo sólo porque haya crecimiento; de igual manera no habrá crecimiento si no hay educación. "Todos los caminos conducen a Roma" rezaba un viejo dicho de la época imperial romana. Parafraseando a los romanos imperiales, casi podría asegurar que la raíz de todos nuestros problemas son un problema de educación. Nada de esto es casualidad; no se llega al punto al que llegamos por casualidad.

Salarios y educación

Desde hace tiempo que la gran mayoría de los nuevos empleos requieren de estudio secundario completo como mínimo. El nivel educativo secundario se ha transformado - de hecho - en el piso establecido por la mayoría de las empresas modernas para tomar personal. Dicho de otra manera, sin estudios secundarios completos es cada vez más difícil acceder a un trabajo formal. Menos a uno bien remunerado.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), publicó hace poco el reporte "Education at a Glance 2022"; con datos de más de 44 países sobre el máximo nivel educativo alcanzado por la población, las tasas de enrolamiento, los porcentaje de jóvenes que no estudian ni trabajan (Ni-Ni) y las tasas de empleo según el nivel educativo alcanzado.

Las cifras de nuestro país indican que apenas el 24 % de nuestra población logra finalizar el nivel terciario y que alrededor del 75 % no supera el nivel secundario completo. Si se compara la población que alcanzó un nivel terciario (ciclo corto, universitario, maestría y doctorado) con la del resto de los países, la Argentina ocupa el puesto 36° entre los 44 países incluidos en el listado, el cual es encabezado por Canadá, con el 61 por ciento.

En todos los casos, se observa una correlación positiva entre el nivel educativo y la tasa de empleo, es decir que, cuanto mayor es el nivel educativo alcanzado mayor es la tasa de empleo.

En Argentina, aquellas personas que no finalizaron el nivel secundario presentan una tasa de empleo del 66%, mientras que entre las que lo finalizaron llega al 73%. Para aquellas que culminaron el nivel terciario, dicha tasa es del 85%, y en aquellos casos que realizaron un doctorado asciende al 93%. La viceversa también es válida; tanto en Argentina como en la mayoría de los países, cuanto mayor es el nivel educativo alcanzado menor es la tasa de desempleo.

Las tasas de inscripción por cursos y niveles son otro dato interesante. En nuestro país, tenemos altas tasas de inscripción para las edades que comprenden el nivel primario y los primeros años del secundario. Sin embargo, para las edades que abarcan la finalización del secundario y comienzo del terciario dichas tasas caen de manera muy abrupta.

Finalmente, también es importante prestar atención al fenómeno global de los Ni-Ni. En nuestro país, alrededor del 24% de los jóvenes de 18 a 24 años no estudia ni trabaja, cifra por encima del promedio de los países incluidos en el estudio. Al analizar las cifras de la población de 25 a 29 años según el nivel educativo, se observa que, de aquellos que no terminaron el secundario, el 35% son Ni-Ni, mientras que, de los que lograron finalizar el terciario, sólo el 9% se encuentra en esta situación. Todo parece indicar que una buena medida inicial para luchar contra esta tendencia es fomentar la finalización de los niveles secundario y terciario.

La educación inicial

No es admisible que los jóvenes no sepan leer o no comprendan lo que leen; que no puedan hacer cuentas elementales; o que lloren de frustración al comenzar la universidad por no poder comprender los textos a los que se enfrentan. Nada de todo puede suceder.

Y no podemos seguir echándole la culpa a la pandemia de estos males. La educación argentina se encontraba en crisis antes de estallar la pandemia. Las evaluaciones internacionales PISA y las pruebas Aprender así lo demuestran. El prolongado cierre de las escuelas y el paso a la virtualidad, más allá de haber generado una importante deserción -mayor en el nivel secundario- también ha impactado en el nivel de los conocimientos alcanzados, en especial en los chicos de las familias más desfavorecidas. Casi 7 de cada 10 alumnos del nivel socioeconómico bajo (68,1%) no llega a un nivel satisfactorio en comprensión de textos. Y 4 de cada 10 (41,9%) ni siquiera llega al nivel básico. Muchos estudiantes de tercero y cuarto grados -que cursaron el primer ciclo a distancia- aún no saben leer y escribir. Y esto es apenas la punta del iceberg de la realidad educativa argentina diseñada para un siglo que se acabó y que nada tiene que ver con el siglo que debemos enfrentar.

Quizás sea hora de entender que los chicos son el futuro y la viabilidad o no de esta sociedad y que, por no evaluar los costos futuros de las políticas que hoy se adoptan, estos chicos terminarán siendo las víctimas inocentes futuras de políticas insensatas y de gremios docentes que parecen cada vez menos comprometidos con una educación pública moderna y de calidad. Para que haya desarrollo social, debe haber trabajo bien remunerado. Empleos genuinos con alto valor agregado. No es lo mismo producir «bienes homogéneos» (materias primas) donde el precio lo fija el mercado, que «bienes diferenciados» cuyo precio lo fija el productor. No son lo mismo actividades extractivas que exportan una tonelada de piedras de litio o de soja, que exportar una tonelada de acero, o una tonelada de barcos o satélites. No es comparable la tecnología necesaria, ni el nivel educativo demandado, ni la industria derivada requerida. Tampoco los salarios que se pagan. Para esto necesitamos atraer inversiones. Capitales vinculados a proyectos de inversión en economía real, a largo plazo, con condiciones de entrada y barreras de salida, lo que impone, a su vez, tener reglas de juego claras y un marco normativo y jurídico confiable y estable. "Seguridad jurídica", que no tenemos. Hoy no estamos en condiciones de atraer este tipo de inversiones. Y, aunque las tuviéramos, no van a venir si no tenemos mano de obra calificada.

El mundo avanza hacia la industria virtual y las economías de plataforma; hacia el uso de robots de manera extensiva combinada con algoritmos e inteligencia artificial. El siglo XXI mostrará avances impredecibles en materias y disciplinas que nuestros dirigentes no conocen.

Sin educación no va a haber progreso. Sin educación no va a haber ningún desarrollo posible. Sin educación no tenemos ningún futuro. Debemos resolver el problema de la educación. No hacerlo es seguir disparándonos tiros en los pies; culpando al mundo por no darnos las muletas que solo nosotros nos hacemos necesitar.

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