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Salvando la moneda

Miércoles, 07 de junio de 2023 02:35

Un país tiene tres símbolos que son mucho más que símbolos: la bandera, el himno nacional y la moneda. Exceden la mera iconografía, porque representan de dónde venimos, quiénes somos, pero sobre todo cuestionan quiénes queremos ser.

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Un país tiene tres símbolos que son mucho más que símbolos: la bandera, el himno nacional y la moneda. Exceden la mera iconografía, porque representan de dónde venimos, quiénes somos, pero sobre todo cuestionan quiénes queremos ser.

Es por eso que molesta tanto un himno desvirtuado, gritón y saltarín en el deporte internacional, como la ausencia de banderas en los pórticos y balcones en los días patrios.

No es casualidad, en una sociedad que hace rato dejó de creer. A esa tendencia se suma ahora nuestra moneda, desde una discusión egotista, tan fútil como estéril. Desde los cincuenta años de vuelta de la democracia, son pocos con los que no convivimos con un desaguisado fiscal.

Para resolver el mal hábito de gastar más de la cuenta, unos proponen eliminar la moneda y otros degradarla, convirtiendo el mercado nacional en una suerte de gran bazar, en el que cualquier billete es posible. Es un falso dilema, con extremos que abrevan en nuestra historia más reciente, la llamada "década menemista". Para algunos fue una época gloriosa, por las transformaciones económicas que se llevaron a cabo; para otros, una moral esquiva las opacó, preñando el sistema de vicios aún vigentes.

Dejando de un lado la arqueología histórica, hay un dato que pasa desapercibido y fue, tal vez, de las peores herencias: la concepción de la ley como un "abracadabra", una mirada legal megalómana, que cree que una norma puede cambiar el rumbo de un país. Repasemos: a la ley de convertibilidad le siguieron años después experimentos con la misma inspiración, como la ley de déficit cero o la de intangibilidad de los depósitos.

En rigor eran astucias para no atacar las verdaderas causas, con dispositivos que fueron grandes expresiones de deseos que terminaron como no podía ser de otra forma: mal.

Tanto la doctrina "dolarizadora" como la de "gran bazar" tienen serias dificultades prácticas, de implementación. Invocan experiencias comparadas y proponen importar instituciones alegremente de otros países; adoptar sin adaptar, como decía el gran Octavio Paz en "Tiempo Nublado". Cuestiones tan básicas como resolver los salarios en el mercado laboral, o los créditos en el mercado bancario sin enormes costos de transacción, cual si todo fuera cuestión de mera voluntad política.

El problema argentino de los últimos años tiene que ver con la volatilidad del tipo de cambio real. Y la razón es simple: los argentinos no creemos en nuestra moneda. Y eso es porque no creemos en nosotros mismos. Este es el quid de la cuestión, que no se resuelve reemplazando o degradando los símbolos patrios, sino creando buenos hábitos, costumbres, que son la base de cualquier sistema jurídico. Alberdi decía que más vale un buen hábito político que cien constituciones bien escritas. Su mensaje era claro: la ley es un hábito cristalizado, en constante estado de perfectibilidad; no es al revés, no se crean buenos hábitos con leyes salvadoras. Tenemos que entender de una vez que los argentinos nos salvamos solos, aprendiendo a construir instituciones en las que creer. Eso incluye nuestra moneda. Basta de vender humo.

 

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