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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Teuco Castilla: "Ese hombre se ha caminado toda su región, mirando todo, aprendiendo, oyendo a la gente"

Manuel J. Castilla incorporó en la poesía de la región una voz potente, con muchas voces adentro. La Carpa en los 40, la renovación del folclore, la escritura sobre las realidades del hombre en su tierra son aportes fundantes del poeta cerrillano. El Teuco, uno de sus hijos, lo recuerda. 
Jueves, 17 de agosto de 2023 10:45

"Hola" dice una voz reconocible para quienes la han escuchado diciendo poemas, una sonoridad muy propia. Era 14 de agosto, día del nacimiento de Manuel José Castilla en Cerrillos, en 1918. Fue esa fecha, precisamente, la de la charla con Leopoldo "Teuco" Castilla, uno de los hijos del poeta y de María Catalina Raspa y hermano de Gabriel "Guaira" Castilla… Nombres muy queridos para muchos, reunidos en esta tierra asombrosa, como cuando la canta la poesía que aprendió a decirla de otra forma con la experiencia de La Carpa, de la que Manuel fue un puntal.

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"Hola" dice una voz reconocible para quienes la han escuchado diciendo poemas, una sonoridad muy propia. Era 14 de agosto, día del nacimiento de Manuel José Castilla en Cerrillos, en 1918. Fue esa fecha, precisamente, la de la charla con Leopoldo "Teuco" Castilla, uno de los hijos del poeta y de María Catalina Raspa y hermano de Gabriel "Guaira" Castilla… Nombres muy queridos para muchos, reunidos en esta tierra asombrosa, como cuando la canta la poesía que aprendió a decirla de otra forma con la experiencia de La Carpa, de la que Manuel fue un puntal.

Los paisajes, el hombre, las demandas de contar con la palabra propia la región grande de esta parte del continente fueron el legado de esa generación. "Amaba mucho a su gente", dice el Teuco sobre su padre, y recuerda gestos hermosos que tuvo con sus paisanos. "Aunque no queramos es una tonada de fondo, esa tonada -aparte de ser la emoción de la tierra de uno- es un tiempo oculto que llevamos adonde vamos", reflexiona en la entrevista que El Tribuno le hizo sobre Manuel, poeta imprescindible y siempre presente en la memoria colectiva de la región.

 

 Manuel José Castilla

¿Cómo lo recuerda a don Manuel?

Bueno… A mi padre... con toda la bonhomía del mundo. Era un hombre muy afectuoso, muy expresivo y a la vez con una sobriedad en sus afectos, y muy cariñoso con sus hijos, en la manera de andar con nosotros y de enseñarnos. Enseñaba con el ejemplo, tenía esos detalles muy lindos de generosidad, de nobleza. Y lo que era muy loable también en él, una rectitud a prueba de bala y esto con toda una naturalidad y, por supuesto, sin poses, con una certitud total sobre su conducta.

Uno tiene la imagen a partir de su escritura, a partir de la gente que lo ha tratado, de un hombre muy sencillo y de una gran cercanía con la gente...

Él quería mucho esta tierra. Esta tierra la llevaba en la sangre hace 400 años; tenía esta tierra en su sangre ya. Él amaba mucho a su gente, quería mucho a su tierra, a su paisaje... a su gente, sobre todo, la conocía; era un gran observador. Era un hombre que tenía gestos hermosos. Por ahí iba a un pueblo, hablaba con un señor de un pueblo perdido... hay casos que yo sé, por el lado de Las Lajitas... creo que andaba con Miguel Ángel Pérez, y apareció un señor en la finca de Juncosa, creo que era, un gaucho ya mayor y le dice mi tata "cántese algo, una bagualita". "No tengo caja", le responde el hombre. Y a la vuelta, en Salta, Perecito lo encontró en la calle y le dice "Voy a comprarle una caja para mandarle a este hombre". Esos pequeños gestos eran muy comunes en él, atendía y tenía delicadezas con la gente más insospechada. Era un hombre atento a esos detalles y muy generoso...

Caminó muchas regiones y las dijo con su poesía, "Copajira", "El verde vuelve", los cerros, el Chaco dan cuenta de ello...

Bueno esa era la generación de él. En primer lugar, él fue el primero en cruzar la frontera, por ejemplo, y ver Bolivia. Hicieron un viaje con Pajita García Bes, un tío mío -Pedro Raspa-, fueron hasta Perú, hasta el Machu Picchu, y mi padre fue el primero en escribir sobre los mineros de Bolivia, del Potosí y Oruro. En esa generación está incluido Carybé, gran pintor y compadre de él, estaba Gertrudis Chale, comadre de él también y gran pintora austriaca; Luis Preti... estaba Raúl Brié, toda una generación de gente que dejó de mirar hacia Europa y empezó a mirar para adentro de América Latina. Y en los años 40 fueron los primeros en hablar de la explotación de los chaguancos, de los indios tobas... los pueblos originarios como se los llama ahora y con toda razón. Y además en eso coincidió con otros artistas, músicos también, se nucleó un grupo de artistas en el norte muy fuerte, alrededor del grupo La Carpa que fuera fundado por el poeta Raúl Galán en Tucumán, y del que participaron filósofos, titiriteros, poetas, novelistas, ensayistas de las distintas provincias... y Salta fue ahí el trampolín más fuerte, porque también de allí despegó un movimiento paralelo con el tema de la producción folclórica. Una renovación del folclore que estuvo a cargo de hombres como Gustavo Leguizamón, Jaime Dávalos, Eduardo Falú, mi propio padre, José Juan Botelli... que le dieron al folclore argentino una envergadura poética y musical distinta, nueva, y fueron creadores del llamado boom de folclore.

 

Cantaban poesía, y más con compositores como los que había en Salta.

Claro, los salteños somos cantores. Yo, en mi caso, tengo prohibido cantar por lo desorejado... (risas) pero los salteños somos grandes cantores...

La poesía de su padre era y es popular... y es una referencia ineludible para muchas generaciones de creadores...

Bueno... No sería prenda de mi pudor hablar de la obra de mi padre, pero lo que sí sé y puedo decirlo ya, a esta altura de mi vida y con total seguridad -porque no lo digo yo, sino porque se ha refrendado en muchos lugares y no solo del país-, es una obra de gran solidez, un trabajo muy sólido, con un autenticidad brutal, tanto en la envergadura poética como en la legitimidad del canto de él en la poesía. Ese hombre se ha caminado toda su región y fuera de su región, mirando todo, aprendiendo todo, oyendo a la gente y ha hecho una cosa que le ha dado una perdurabilidad que no ha debilitado el tiempo para nada; una obra poética que se conoce mucho menos que sus canciones, pero en la que sustenta por lejos -y con otra altura, mayor- esa otra producción en el folclore.

¿Ve esa huella en la poesía contemporánea de la provincia?

Yo creo que todos los poetas beben de una gran fuente que es la poesía que los ha precedido, y los poetas pueden tener o no influencia de otros, pero lo que yo veo es que hay una gran creatividad propia en los jóvenes, que puede tener o no tener eco... pero ¿cómo no van a tener eco si están en la misma tierra? Es como la poesía griega, el paisaje de la poesía griega, que lo cantaba Homero... resulta que los poetas modernos no pueden prescindir de ese paisaje, porque está la misma roca, el mismo olivo, los mismos acantilados. Es decir que hay una emoción por el entorno que no cesa, como así también hay una música de fondo que tenemos todos los salteños y que se nos cuela muchas veces en la escritura, incluso aunque no queramos, y es una tonada de fondo y esa tonada -aparte de ser la emoción de la tierra de uno- es también el "tempo", un tiempo oculto que llevamos a donde vamos, que es el tiempo de Salta, que es demorado y profundo.

 

"Me dejo estar sobre la tierra", palabra que reúne vida y poesía

Salta no es sólo una provincia que fue creciendo al amparo de sus ritmos y maneras, sino también, y sobre todo, su gente. La manera de contar los sueños, de decir coplas, la forma de encarar un relato... La memoria de los viejos y también del presente. Hubo poetas que captaron lo vital y lo cifraron en versos, quizás porque eran sus propios modos, su propio tiempo y lugar.

Manuel J. Castilla hizo eso, dio palabras y voz propias a Salta.

Nació en la casa ferroviaria de la Estación de Cerrillos el 14 de agosto de 1918. Realizó sus estudios primarios en la Escuela Zorrilla para luego continuar el secundario en el Colegio Nacional. Se dedicó al periodismo y a las letras.

Castilla fue uno de los fundadores del grupo La Carpa en los 40, un hito cultural en la región. Un grupo de jóvenes de diferentes provincias con un proyecto poético. Raúl Galán, María Adela Agudo, Sara San Martín, Julio Ardiles Gray, José Fernández Molina, Raúl Aráoz Anzoátegui, Manuel J. Castilla, entre otros. "Sienten una íntima necesidad no individual sino colectiva y a ello se debe la cohesión del grupo", dijo alguna vez Aráoz Anzoátegui. Y continuó: "La poesía se había detenido en pintoresquismos que no reservaban otro mensaje que el de su minúscula importancia".

Consciente de lo propio

La copajira que corroe al minero en Bolivia o el hombre del Chaco -"Tu nombre es una espina/ que se nos clava en medio de la lengua./ Y tu choza que tiene la boca bien abierta,/ una protesta que se va hacia adentro" - fueron nombrados para siempre por Manuel J. Castilla. "Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante/ el que bajo las nubes se queda silencioso./ Pienso: si alguno me tocara las manos/ se iría enloquecido de eternidad,/ húmedo de astros lilas, relucientes", también escribió sobre esa potencia de ser consciente del lugar propio.

"Agua de lluvia" (1941), "Luna muerta" (1944), "La niebla y el árbol" (1946), "Copajira" (1949), "La tierra de uno" (1951), "De solo estar" (1957), "Bajo las lentas nubes" (1963), "Posesión entre pájaros" (1966), "Andenes al ocaso", "El verde vuelve" (1970), "Cantos del gozante" (1972), "Triste de la lluvia" (1977) son algunos de los libros publicados por el poeta que escribió la vida en su poesía.

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