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La Casa de la Cultura, convertida en la "Torre de Babel"

El Día del Inmigrante se celebró con un colorido acto que tuvo una particular intervención canina y que quedó en el anecdotario popular.
Miércoles, 13 de septiembre de 2023 06:22

En el inicio de la semana pasada las colectividades residentes en Salta celebraron el Día del Inmigrante. Lo hicieron con un coqueto acto en la Casa de la Cultura, en calle Caseros al 400, con todo el protocolo de un importante evento, encabezado por gente de la cultura y personal diplomático.
Todo marchaba sobre ruedas y de acuerdo a las más estrictas pautas del ceremonial. Sin embargo, como suele suceder en nuestra provincia, hay cuestiones que se escapan del libreto.
Eso fue precisamente lo que pasó en el salón de "Juan Carlos Dávalos", en pleno acto de homenaje a las comunidades extranjeras.
Para quienes frecuentan el microcentro no es extraño encontrar en el Cabildo, la Catedral, las plazas y demás paseos una considerable cantidad de perros callejeros que deambulan por estos lugares, hasta llegar a configurar una verdadera postal de nuestra Salta La Linda.
Pero volviendo a la Casa de la Cultura, donde se desarrollaban las actividades, no podía faltar la presencia de un "callejero", negrito, con corbatín rojo de San Roque al cogote, que sigilosamente ingresó al recinto de la fiesta de los migrantes.
Lo hizo marcialmente y con su cola erguida como bandera, acompañando a la banda de música de Los Infernales. Ya en el interior el salón, trepó ágilmente la escalerilla del escenario, sin apartarse de los músicos. Muchos pensaron que se trataba de la mascota de la banda, ya en las alturas del proscenio echó un vistazo al púbico como si estuviese por dar un discurso desde la cátedra. Finalmente y luego de husmear prolijamente las tablas se ubicó al lado del hombre de la tuba. Y allí permaneció hasta que concluyó la presentación de los güemesianos.
Luego de que Los Infernales se retiraran en medio de aplausos, el peludo resolvió bajar del escenario para ubicarse al pie de la escalera. Allí se pudo apreciar que se trataba de un animal de mediano porte, negro retinto y que hacía gala de sintetizar en sí a "un crisol de razas".

 

El "caschi" no dejó de observar con atención cómo japoneses, indios, italianos, mexicanos, venezolanos, peruanos, uruguayos y originarios de diferentes partes del mundo desfilaban frente a él, para luego ser presentados ante el público.

 

A simple vista el "caschi" no era un perro aquerenciado al ámbito de la cultura, sino más bien un recién llegado, pues todo movimiento le llamaba la atención, inclusive el habitual rechinar de las butacas.

Ahí estaba el intruso cuando de improvisto apareció desde el fondo del recinto otro oscuro salteño, amalevado en su andar, musculoso y de mayor porte, que al parecer también quería ser parte de la fiesta de los inmigrantes.

La diferencia entre uno y otro, más allá del tamaño, fue que el recién llegado, al parecer, además de venir con retraso conocía el lugar como la palma de su pata, y por lo tanto consideraba a la Casa de la Cultura parte de su territorio.

Y así fue que avanzada ya la agenda, el retrasado entró como alma que se la lleva el diablo, pues desde la antesala ya había husmeado que un congénere le había invadido el recinto.

Ingresó decidido a desalojarlo a puros tarascones. Se encontraron "face to face" debajo del escenario y al pie de la escalerilla. Sin siquiera un gruñido de advertencia se trenzaron en feroz lucha ante la multitud, que aún aplaudía un número de danzas típicas orientales. Se produjo entonces y al unísono un griterío en diferentes lenguas, convirtiendo al recinto en una verdadera "Torre de Babel" criolla, mientras los más valientes intentaban desenredar el ovillo en el que se habían convertidos los canes.

La trifulca casi provoca la caída de un conocido fotógrafo, a quien los perros le pasaron por medio de las piernas "sin tocar tronera". Sin embargo, el hombre pudo esquivar sin problemas los mordiscos de los negros encarnizados que, a esas alturas, eran un solo revoltijo de pelos y dentelladas. El aparente dueño de casa llevaba las de ganar.

 

La confusión del público fue mayúscula y la de los perros aún mayor, puesto que en seguida comenzaron a escucharse gritos en árabe, italiano, inglés y hasta en mandarín, para intentar romper el "clinch" perruno.

 

Atontado por la situación y a puro aullido, el negro invasor decidió dar por terminada la gresca y con la cola entre las piernas tomó rumbo a la salida, dejando en el lugar del combate su corbatín de San Roque.

El otro "caschi", al parecer más habituado al ámbito de la cultura, optó por quedarse al pie del escenario. Allí permaneció atento por un rato. Ya distendido, se echó plácidamente a dormir hasta el final del espectáculo y no lograron despertarlo, ni el show de tambores japoneses (taiko) ni los ritmos indios y africanos.

Solo lo hizo un grito de "juera perro" de la ordenanza, que una vez desalojada la sala apagó las luces y cerró las puertas del mítico templo salteño de la cultura y el espectáculo.
 

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