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24 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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La Luna y Venus, en un fenómeno único

Este fenómeno fue estudiado por Leonardo Da VInci, que logró explicar el brillo que tuvo nuestro satélite. 
Miércoles, 04 de diciembre de 2024 16:32

Leonardo Da Vinci es la conexión directa entre una extraña luz en la Luna y el planeta más similar y a la vez distinto a la Tierra de todo el sistema solar. Ambos fenómenos se vieron, casi tocándose, en el firmamento a simple vista desde el atardecer.

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Leonardo Da Vinci es la conexión directa entre una extraña luz en la Luna y el planeta más similar y a la vez distinto a la Tierra de todo el sistema solar. Ambos fenómenos se vieron, casi tocándose, en el firmamento a simple vista desde el atardecer.

La conjunción sucedió al atardecer. Se llama así a la cercanía aparente de dos objetos en el firmamento: si bien los separan millones de kilómetros, al alinearse con la Tierra, desde nuestro planeta parecen cercanos entre sí. Una vez que se ponga el Sol, la conjunción se dará entre la Luna y el único planeta de nuestro vecindario cósmico con nombre de mujer: Venus. 

El Sol se deja de ver por el oeste. En ese punto cardinal, casi a media altura en el cielo, se encontró la Luna. Una Luna apenas creciente (con un 12% de su superficie iluminada), como una elegante “C” inclinada. A medida que el manto de oscuridad comience a velar el firmamento, el primer punto de luz en hacerse visible en la noche fue Venus. 

Así como la Luna tuvo  el 12% de su superficie iluminada, el otro 88% estuvo a oscuras, aunque no del todo. A oscuras para los rayos directos del Sol, pero desde la Tierra se pudo ver con una luz muy especial.

Leonardo Da Vinci fue pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista. Si se hubiese esculpido una estatua al hombre renacentista, debería ser la figura de Leonardo. Un genio universal donde se amalgamó una curiosidad sin límites con una creatividad desbordante. Pintó La Gioconda y La Última Cena, desarrolló las ideas del helicóptero y el tanque de guerra, diseccionó cadáveres y diseñó ciudades. Hizo tantas cosas tan bien que parece fácil olvidar sus observaciones astronómicas, pero a finales del siglo XV descubrió algo en la Luna que aún hoy seguimos disfrutando.

Hacia 1490, Leonardo pasó muchas noches observando, dibujando y analizando las fases de la Luna. Esa extraña secuencia de casi 30 días en la que el astro pasa por todas las facetas de iluminación posibles. Y cuando se encuentra apenas crecida –como ahora– o ya casi toda decrecida, hay una luz tenue que la ilumina y ahora se la conoce como luz cenicienta o luz de Da Vinci. Porque Leonardo fue el primero en entender que esa luz provenía de la Tierra.

Funciona así: cuando sucede la fase de luna nueva, desde la superficie lunar se ve una “tierra llena”. Dicho de otro modo, se ve una Tierra completamente iluminada por el Sol, ya que en la luna nueva los tres astros están en línea, con la Luna al medio. Desde allí, al mirar a la Tierra, se la ve toda iluminada por el Sol. Bien, esa luz que llega a la Tierra también se refleja: el brillo llega a la Luna y la ilumina. Es decir, la luz sale del Sol, rebota en la Tierra y termina iluminando la superficie lunar que no ilumina el Sol de manera directa. De la misma forma que en la luna llena, el brillo de esta llega a la Tierra permitiendo ver incluso en la noche.

Desde la Luna, la Tierra se ve cuatro veces más grande que lo que se ve la luna llena desde acá. Solo esa diferencia de tamaño genera un brillo cincuenta veces mayor. Pero hay más. La superficie de la Luna refleja el 12% de la luz que recibe, mientras que la Tierra devuelve el 30% de la luz del Sol, aunque este número oscila bastante. Mientras la Luna presenta un terreno bastante uniforme y sin atmósfera, nuestro planeta es una mezcla de superficies. Los continentes reflejan entre el 10% y el 25%, los océanos no pasan del 10%, pero las nubes llegan al 50%. En otras palabras, según qué parte de la Tierra se vea desde la Luna es cuánto la iluminamos.

Y todo eso vio Leonardo con su genio. Da Vinci escribió, en su famoso Códice Leicester: “Ese brillo que se observa entre los cuernos de la luna nueva, proviene de nuestros océanos y mares que son iluminados por el Sol”. Sin tener claro qué superficies de nuestro planeta reflejaban más luz, acertó con lo que nadie había deducido, que la luz cenicienta provenía de la Tierra. Ahora sabiendo que el mayor reflector son las nubes, si buena parte de la Tierra está nublada la Luna se ve más iluminada. Ya solo falta un cielo sin nubes para encontrar a Venus y descubrir la conexión Da Vinci.

También Davinci (Deep Atmosphere Venus Investigation of Noble gases, Chemistry and Imaging o Investigación de gases nobles, química e imágenes de Venus en la atmósfera profunda) es una misión de la NASA que lanzará sobre Venus un orbitador y una sonda atmosférica. Es decir, una nave que le pegue muchas vueltas al planeta recolectando información y otra que se meta en su terrible atmósfera de 400°C y una presión 90 veces superior a la terrestre. Si los planes de la NASA avanzan sin contratiempos, para junio de 2029 estaría despegando el cohete rumbo a Venus y en 2031 o 2032 Davinci estaría ingresando en nuestro brillante planeta hermano.

El genio renacentista llegará con su nombre al planeta que, suponemos, tuvo un pasado similar al de la Tierra y hoy, no sabemos bien por qué, es un infierno abrasador. Davinci buscará descubrir por qué nuestro globo y Venus tomaron caminos tan diferentes, y nos ayudará a pensar cómo evitar un destino como el de nuestro gemelo infernal. En la misma época en que dibujaba el Hombre de Vitruvio, Leonardo descubría el origen de la luz en la Luna; en menos de una década la sonda que lleva su apellido buscará descubrir los secretos de Venus. Esta noche ambos astros se tocarán en el firmamento recordando el maestro universal.
 

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