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29 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Un paro general que solo buscó erosionar al gobierno

Domingo, 12 de mayo de 2024 01:55
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El jueves 9 de mayo, la CGT protagonizó uno de los paros con menor respaldo popular en décadas. Sus efectos se sintieron, exclusivamente, porque al paralizar el transporte mucha gente no pudo ir a trabajar, aunque no adhiriera. Fue una medida de fuerza de naturaleza estrictamente política, sin invocar reivindicación laboral alguna. Y esto fue explícito. No se refirió a otra cosa Rodolfo Daer cuando dijo que "estábamos mal y ahora estamos peor", o Pablo Moyano, al calificar a la Ley Bases como "horrible" y al dar instrucciones a los senadores de Unión por la Patria acerca de cómo tendrán que votar.

La foto de la cúpula sindical es la imagen descolorida de una CGT anacrónica que, a lo largo de cuatro décadas, solo defendió los privilegios de sus dirigentes. El tiempo pasa también para la que fuera la columna vertebral del movimiento obrero, que dilapidó su representación aferrándose, entre otras prebendas, a la caja de las Obras Sociales - que deberían ser parte del sistema de Salud Pública sin mediaciones gremiales-, acompañando a gobiernos que destruyeron el empleo registrado y el sistema previsional. Porque esa es la cruda realidad que se profundizó desde 2003 en el país. La retórica anticapitalista, ajena a la realidad del siglo XXI, destruyó la confianza y alejó la posibilidad del desarrollo industrial, de la soberanía energética y de la inversión tecnológica.

El resultado es la caída vertical del poder adquisitivo del salario y las jubilaciones, el avance del empleo en negro por sobre el registrado y la proliferación de desempleados que sobreviven como cuentapropistas. Vivimos en un país donde muchas familias ya suman tres generaciones de desempleados y donde surgieron organizaciones de desocupados financiadas por el Estado y administradas por supuestos dirigentes sociales que jamás rinden cuenta de los fondos que reciben.

Ese caos institucional, envuelto en ideologías arcaicas, es una parte de la explicación sobre la fría respuesta de la gente al paro del jueves. El ciudadano común, que se queda sin transporte para ir a trabajar, está saturado de los cortes de calles y de rutas, y se indigna con la prepotencia de los gremios que, lejos de cumplir con las obligaciones propias los servicios esenciales, suspenden no solo el transporte, sino que obligan a parar a las escuelas y obstruyen prestaciones médicas impostergables.

La CGT, lejos de mantener su rol de defensa de los derechos de los trabajadores, como lo fue desde sus orígenes, es hoy parte de un sistema que ha fracasado y solo le queda capacidad de daño, como imponer la paralización del país.

Sin embargo, a pesar de su impopularidad, ahora intentan dibujar un programa de gobierno alternativo, algo para lo cual no están capacitados ni habilitados. Insisten en instalar lo que la gente repudió.

El paro del jueves fue una medida de fuerza para tratar de resucitar al kirchnerismo, hoy derrotado y huérfano de dirigentes alternativos.

El actual gobierno, como todos en democracia, es discutible y cuestionable. La reducción de gastos, las dificultades para mantener un diálogo fluido con aliados y opositores y la fe puesta en un modelo político y económico contrario a los discursos tradicionales lo llevan a transitar por un camino muy incierto. Es claro, también, que todo lo que Javier Milei dijo y hace, y por lo cual la ciudadanía lo eligió, es lo contrario de lo que reclaman Daer y Moyano.

El país está en medio de una tormenta y el futuro es incierto. No se sabe si el camino elegido es el correcto. Pero la dirigencia debería comprender que, en noviembre, la mayoría de la gente parece haber seguido la sugerencia de Albert Einstein: "Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo".

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