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La recepción de Donald Trump a Javier Milei, a pocas horas de que el presidente estadounidense presidiera en Egipto la celebración de un alto el fuego en Gaza, es una deferencia que no puede ser tomada a la ligera.
Trump estuvo acompañado por su vicepresidente, J.D. Vance; el secretario del Tesoro, Scott Bessent; el secretario de Estado y asesor en seguridad, Marco Rubio; y el secretario de Guerra, Peter Hegseth. La jerarquía del encuentro habla por sí sola.
Es cierto que, hacia afuera y probablemente para toda la delegación argentina, el centro de la reunión estuvo marcado por la asistencia económica que el anfitrión viene llevando adelante, a pesar de la resistencia interna de los voceros demócratas, los productores rurales y muchos legisladores que se oponen a una ayuda a nuestro país en momentos en que Trump ha congelado los fondos hacia el interior del país. El presidente justificó el rescate —que incluye la compra de pesos argentinos y un swap de divisas por US$ 20.000 millones, financiado con fondos del Tesoro— con una expresión muy clara: el apoyo a Milei se debe a la "gran filosofía" de su aliado político en el Cono Sur.
Y Bessent agregó que la ayuda financiera es una gran oportunidad para los argentinos: "Es mejor formar puentes económicos con nuestros aliados".
Estas declaraciones contrastan con la desalentadora advertencia de que, si Milei pierde las elecciones, "no vamos a seguir colaborando con un gobierno comunista o socialista". Para las urgencias del Gobierno, la frase cayó como un balde de agua fría.
La ayuda financiera, o "salvataje", una vez que esté materializada, solo va a servir a los argentinos y al gobierno libertario si de inmediato se pone en marcha la construcción de acuerdos con exaliados que garanticen la gobernabilidad. Asimismo, un plan a largo plazo para ofrecer estímulos a los inversores externos e internos. La deuda no se paga con más deuda, sino con desarrollo productivo, industrialización y fortalecimiento del comercio exterior. La Argentina tiene un sistema tributario regresivo, un régimen laboral que debe adecuarse a la economía del conocimiento y una demanda interna no satisfecha de servicios de salud pública y educación. Es, justamente, el conjunto de propósitos del Pacto de Mayo, firmado en 2024 con los gobernadores y que parece haber sido olvidado. Sin paz social, el recorte unidireccional de gastos es insostenible.
La Argentina tiene una larga experiencia sobre las consecuencias que se pagan cuando el gasto y la deuda se financian con reendeudamiento o con emisión inflacionaria.
Más allá de lo estrictamente financiero, cabe analizar lo que representa este acuerdo en cuanto al compromiso internacional del país. Y allí surge un nuevo déficit: el de la política exterior. Los vínculos obsecuentes con las potencias de turno o con los socios ideológicos no sirven a la Argentina. La atadura del kirchnerismo con Vladimir Putin y con Hugo Chávez llevó a concesiones contrarias a los intereses del país.
La sociedad con Donald Trump tampoco es un negocio seguro. La crisis global muestra un mundo con muchos focos de guerra y a EE.UU. enfrentado con China, Rusia e Irán.
En América Latina, Trump intenta frenar los avances sostenidos del gobierno de Xi Jinping, su gran rival en la confrontación por el liderazgo mundial. Pero China es un socio comercial fundamental para nuestro país.
En medio de este compulsivo reordenamiento global, la Argentina —ni el resto del continente— se encuentra en condiciones de alinearse incondicionalmente con nadie. La ayuda financiera es bienvenida, pero es necesario definir (por primera vez en este siglo) una política exterior firme, equidistante, que entable vínculos internacionales poniendo siempre adelante los intereses nacionales.