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El avanzado acuerdo comercial entre Argentina y los Estados Unidos, que solo se ha dado a conocer en líneas generales, puede significar un salto decisivo para la economía nacional.
Si el gobierno de Javier Milei se conduce con prudencia, observando el escenario geopolítico de un mundo cuyas naciones se está reposicionando, una sociedad comercial con la mayor potencia mundial puede apuntalar una modernización profunda de la economía de nuestro país.
La Argentina, lejos de encaminarse a convertirse en una potencia, ha ido cayendo durante décadas en la irrelevancia. Recuperar espacio y mercados requiere despojarnos de prejuicios seudo nacionalistas y observar el profundo fracaso en que naufragaron las experiencias bolivarianas, de las que durante dos décadas fuimos el vagón de cola.
El verdadero interés nacional, y debería ser nuestra prioridad, es la modernización del sistema productivo, la construcción de una economía registrada, transparente y con capacidad de crecimiento sostenido, la generación de pleno empleo y la formación laboral de las nuevas generaciones. Lograr esas metas representaría una consolidación histórica de nuestra soberanía.
El presidente Donald Trump afronta límites internos, como los que plantea la oposición demócrata e incluso, algunos republicanos que expresan a sectores que se sienten afectados por estos acuerdos. Sin embargo, la estrategia del presidente para equilibrar la balanza comercial de su país consistió en declarar una impactante guerra arancelaria global que, rápidamente, se fue convirtiendo en acuerdos particulares, uno por uno, mucho más razonables. Así ocurrió rápidamente con China, Japón, el Reino Unido y la Unión Europea. Junto con el acuerdo con nuestro país se anunciaron negociaciones similares con Ecuador, El Salvador y Guatemala. Y, despojado de prejuicios ideológicos especialmente después de la condena que sacó de carrera al expresidente Jair Bolsonaro, Trump inició un cordial acercamiento con el presidente Lula, para fortalecer lazos con Brasil.
En este siglo XXI se ha terminado la "posguerra fría", que comenzó en 1990. El control de la tecnología estratégica modifica las relaciones de poder e incrementa la demanda de minerales, energía, y otros recursos. Por eso, también, EEUU necesita fortalecer su posición en Sudamérica. En ese contexto, una relación armoniosa con ese país y con el tratado que lo asocia con México y Canadá (T-MEC), es saludable para los países del resto de América.
El mundo vive una nueva etapa, pero la Argentina debe aprender a asociarse con los países más poderosos sin compromisos que limiten sus vínculos con el resto del mundo, nos involucren en conflictos ajenos o que nos obliguen a resignar valores inalienables.
Hay que entender que vivir en un caparazón comercial nos aísla del mundo y, por lo tanto, de la posibilidad de inversiones extranjeras y del desarrollo.
Y esta nueva etapa, como lo insinúan todas las tratativas de estos meses con Estados Unidos, el gobierno de Javier Milei debe superar la mirada unidireccional que ha exhibido hasta ahora, concentrada en los problemas financieros.
Con nueve millones de trabajadores informales contra seis millones de empleados en blanco, en una población económicamente activa de 22,6 millones, es imprescindible acordar internamente para racionalizar el sistema tributario, modernizar los acuerdos laborales, depurar de corrupción y de impericia todas las áreas del Estado avocadas los problemas sociales.
Ya no es tiempo de insultos y descalificaciones; deben terminarse las internas en el oficialismo, porque van a corroer cualquier reforma. En una Argentina vulnerable y que acumula medio siglo de retroceso, una nueva era solo puede afrontarse dejando de lado caducos prejuicios ideológicos y desarrollando una práctica política con capacidad de mirar con inteligencia el mundo actual y el futuro. Es decir, una nueva política en serio, orientada hacia las metas del desarrollo, la modernización permanente y una soberanía cada vez más sólida.