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21 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Sabado, 23 de abril de 2011 21:50
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Anna Fallarino Dromme miró a su alrededor y vio la pobreza en la que vivían en el pequeño pueblo de Benevento, al sur de Italia. Su padre era peluquero. Ella también aprendió el oficio, aunque lo odiaba. Algo tenía claro esa jovencita de 16 años, de 1,76 m, pelo renegrido, ojos oscuros, piel trigueña, pulposa y curvilínea: no iba a pasar el resto de su vida en ese pueblo acicalándole el pelo a las comadronas del lugar. Ella estaba para algo más grande, y se puso manos a la obra.

Decidida, de carácter fuerte y sin demasiados escrúpulos para conseguir lo que quería, tomó un ómnibus que la llevó a Roma, más precisamente a los estudios cinematográficos Cinecitá. Corría el año 1945.

Anna deambuló por las productoras en búsqueda de un papel que la llevara al estrellato. Sin embargo, las cosas no resultaron como ella aspiraba. El cine italiano estaba tratando de sobrevivir a la segunda gran guerra. No interesaban las caras bonitas, importaba el talento y ella no tenía demasiado. Sin embargo, tuvo su oportunidad en una breve aparición en una versión cómica de Tarzán.

Nadie se percató de su presencia y tenía que afrontar sus gastos día a día. Así es que, desilusionada, se vio obligada a recurrir a un trabajo menos brillante pero más seguro: se empleó como vendedora en una pequeña tienda en la Ciudad Eterna.

Matrimonio y aristocracia

A la sensual Anna no le fue tan mal como vendedora. Fue allí que un hombre mayor que ella, ingeniero y muy rico, Giuseppe Drommi, quedó prendado de esta muchacha que cumplió así el sueño de la Cenicienta. Así, en muy poco tiempo, pasó de la vida pueblerina, a los estudios de Cinecitá, a una boutique y de allí, sin escalas, al mundo refinado de la aristocracia y la nobleza europea. En el torbellino de cenas, recepciones y fiestas suntuosas conoció una noche al marqués Camilo Casati Stampa Soncino, un treintañero, heredero millonario, mimado de una de las más famosas familias nobles italianas, con una fortuna estimada por ese entonces en más de 400 millones de liras. El marqués le había “echado el ojo” como quien dice y comenzó un flirteo discreto.

Anna, ambiciosa y sin límites, no estaba dispuesta a dejar pasar esta oportunidad. No se trataba sólo de dinero, ésta era la oportunidad de formar parte de una clase vinculada con reyes y príncipes. Armas no le faltaban y los 30 le habían sentado muy bien. Era una atractiva mujer, típicamente italiana. El marqués Casati Stampa o Camillino, como le decían en los altos círculos, estaba casado con Letizia Izzo, una ex bailarina. Anna se lanzó a la conquista de Camillino, cosa que, por supuesto, no le costó demasiado. Y en un pestañeo se transformó en la amante del marqués.

Camillino cayó en las brazos de esta apasionada mujer y no soportó la idea de que cuando saliera de su cama entrara en la del ingeniero. Decidido a tenerla sólo para sí, no escatimó en gastos, unos mil millones de liras, para anular su matrimonio anterior. Anna también se divorció, llegando a un buen arreglo con su marido. El ingeniero, que trabajaba para los más ricos de Europa, no estaba dispuesto a someterse al escarnio público por ahorrarse unos pesos. Fue así que al promediar 1959 el marqués se casó con la Cenicienta.

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