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El Ratón Pérez y sus niños ?economistas?

Viernes, 02 de noviembre de 2012 21:38
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¿Los niños saben mucho o poco del dinero?. En la psicología de la subjetividad de la globalización la premisa es que los chicos se transforman en pequeños economistas porque la compra de bienes y servicios los obliga al uso del dinero. Todo empieza cuando esperan al Ratón Pérez, el primer subsidio en efectivo que otorgan los progenitores. Por el Ratón Pérez llegan al buen hábito de la alcancía y descubren que el ahorro es la diferencia entre el ingreso y el consumo. El dinero del Ratón Pérez se recibe por el cambio de dentición (aproximadamente a los seis años de edad). Así internalizan que ahorrando ese “subsidio” producen un efecto económico: diferir el consumo para poder atesorar.

Contemporáneamente a la visita del Ratón Pérez el niño, entre los cinco y seis años de edad, elabora la noción de compraventa con el medio de pago del dinero. Gasta en el quiosco de su escuela e invierte parte de sus ahorros. Domina intuitivamente las variables de una teoría económica del dinero (ahorro, consumo, ingreso, etcétera).

Los criterios morales

Todos los chicos adquieren el criterio moral por el gran otro (Otro). Este Otro es un término utilizado por el psicoanálisis para designar el orden simbólico, por ejemplo, las leyes que mueven las palancas de la economía, el lenguaje que hablamos, el inconsciente que nos hace sufrir o gozar con el dinero. El niño también está determinado por la economía del Otro, de ese inconsciente, de una manera exterior a él.

Lo infantil utiliza el lenguaje de los números naturales para el cálculo, lo que ocurre entre los siete y once años. A esa edad clasifica y hace seriación (ordena conjuntos de billetes, monedas, etcétera). La seriación conduce a la capacidad de ordenar conjuntos, tener una visión estructural de la realidad. Hay economistas mediáticos o que enseñan la disciplina y están faltos de la visión estructuralista de la clasificación y seriación de los hechos económicos. Confunden los procesos acumulativos y distributivos de los recursos y cometen mala praxis económica. Los vemos en la errancia con que gestionan las cuentas nacionales de un país y cuando ejercen la economía pública.

Un niño aprende las relaciones de jerarquía y distingue la diferencia entre la acumulación de su dinero y la distribución del mismo. Maneja por imperio del Otro una de las teorías más refinadas de la economía, la del valor. Sabe que hay muchos valores económicos que ponen precio a su chupetín y a sus anhelos. Domina, empíricamente, el valor de la escasez de un bien, el valor del trabajo que le cuesta poseerlo, el valor de la utilidad que tienen sus cosas, etcétera. Valora al Ratón Pérez y también a la alcancía, ese “chanchito” que permitirá “derrames” distributivos de su bolsillo. En las comunidades reducidas, las familias ahorran comprando animales de corral, incluidos los cerdos. Luego, los engordan para su venta, es por eso la figura del chanchito. Y tanta economía condensada la aprende desde la teoría del dinero y del crédito y, por supuesto, en forma lúdica. Un niño juega a la administración del dinero porque goza al hacerlo con su concepción subjetivista de la economía.

La mentalidad economicista del niño es un campo estructural, con lógicas diferentes a las de tiempo y espacio convencionales y cree vivir de una “economía de subsistencia”. Busca en su dinero el “valor de uso” ( satisfacer una necesidad) y el “valor de cambio” (saber qué cantidad de valores de uso debe intercambiar por un bien). Practica la “teoría subjetiva del valor”.

El escritor Byron, inspirado en la teoría subjetiva del valor, dijo a los individualistas: “el dinero es la lámpara de Aladino”.

La globalización funciona sola y es por eso que la lámpara maravillosa sustituye al Ratón Pérez y a la alcancía. El adulto advierte que la economía de mano invisible en el mercado tiene leyes internas y simbólicas. Misteriosas. El niño cuando pregunta también quién da el dinero al Ratón Pérez y por qué la alcancía es un chanchito, da así un paso más como pequeño economista. A todo chico curioso le encanta dominar las rarezas financieras de nuestra vida cotidiana en esta globalización del dinero.

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