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¿Alguien, en algún recóndito lugar de este planeta, habrá resultado desprevenido de la meganoticia del nacimiento de Thiago Messi, el hijo del más sublime futbolista de la actualidad? ¿La venida al mundo de la descendencia más directa de un obrero de la pelota habrá alcanzado alguna vez notoriedad semejante y una repercusión sobredimensionada como la que provocó el natalicio del primogénito del jugador maravilla?
Seguramente no. Y no sólo por el reconocimiento mismo de las virtudes del más prodigioso artista de las maravillas de la bocha de cuero, sino también por la magnitud y el alcance de un deporte centenario y sagrado que sigue conquistando a las preferencias del universo.
Así, si tomamos aleatoriamente por azar a cualquier habitante de Qatar o de Kazajistán, por citar un ejemplo, y le consultamos sobre quién es Diego Armando Maradona o Lionel Messi, seguramente titubearía menos para dar su respuesta que si la pregunta apuntase a la identidad del presidente del Fondo Monetario Internacional. El fútbol va mucho más allá de cualquier conocimiento general, creencia o de cualquier cuestión trascendental y globalizante que rija nuestras vidas.
Y en medio de ese maravilloso universo de magia y de fantasía, es nada más y nada menos que Lionel Messi el que reina y manda en estos tiempos: el dueño de todas las portadas, el amo de todas las tendencias de Twitter, de los favoritos de Facebook y el que se adueña del espacio sideral de las redes sociales. Más aún, cuando el suceso en cuestión que gobierna la agenda del día es el advenimiento al mundo de la primera semilla del genial rosarino, su primer hijo varón, el que vendrá a darle continuidad a una dinastía de realeza que muchos se ilusionan que será capaz de hegemonizar el mundo del fútbol en el futuro. Aunque Thiago no tenga por qué adquirir en sus cromosomas la pesada e intrasladable herencia de crack que le confiere su sangre.
Lo cierto es que más allá de los efectos mediáticos y la magnitud de la imponente figura del diminuto hombrecillo surgido en Newell's y reeducado en La Masía, la paternidad le llegó a Messi en un momento de maduración plena, una etapa de conciencia y de coherencia, tanto en su vida personal como en su impecable carrera futbolística.
Su crecimiento sostenido como jugador, su parábola ascendente que parece no tener techo y el desafío a la capacidad de asombro de los mortales va de la mano con la paralela “reconciliación” y el retorno del idilio perdido con la Selección nacional.
A su vez, su faceta de hábil declarante y su hermético perfil bajo y silencio para alejarse de cualquier polémica que lo involucre, o lo ponga como eje de la escena, hablan también de una madurez integral de quien no se conforma con ser el mejor del mundo. Hoy, con Thiago en su vida, también es el más feliz.