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Estados Unidos: cambio y futuro

Viernes, 09 de noviembre de 2012 21:15
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El triunfo de Barack Obama revela la profundidad de los cambios que atraviesa la sociedad estadounidense y refleja una tendencia demográfica que marca el pujante ascenso de las minorías, que tradicionalmente respaldaron al Partido Demócrata, en detrimento de los republicanos, obligados ahora a encarar un replanteo estratégico para planear su deseado regreso a la Casa Blanca en 2017.

Cuando los resultados finales de una compulsa electoral presidencial se miden en términos de dos puntos porcentuales, que fue la distancia que separó a Obama de Mitt Romney, y la conformación del Colegio Electoral depende del escrutinio en estados tan importantes como Florida en los que la diferencia entre los rivales es inferior al 1% de los votos, los estrategas de campaña se ven compelidos a afinar sus herramientas de análisis para percibir los deslizamientos que a veces inclinan la decisión final.

Obama triunfó en virtud del apoyo del 71% (44 puntos más que Romney) del voto latino, mayoritariamente compuesto por hispanos de origen mexicano, y un apabullante 93% (84 más que Romney) del voto negro. En Washington, una urbe negra por excelencia, Obama ganó con el 92% (85 más que Romney) de los votos. El primer mandatario cosechó inclusive el 73% (27 más que Romney) de la pequeña pero creciente minoría de origen asiático. Además, tuvo un 55% (diez más que Romney) entre las mujeres y un 60% (21 más que Romney) de los jóvenes.

En cambio, Romney, que cosechó el 52% (cinco más que Obama) del voto masculino, el 59% (veinte más que Obama) del voto blanco, que en la particular clasificación racial estadounidense excluye a los hispanos, y un porcentaje aún superior en la tradicional franja WASP (blanca, anglosajona y protestante), que históricamente fue el núcleo cultural de la identidad estadounidense.

En comparación con la elección presidencial de 2008, el “voto latino” aumentó del 9% al 10% del total y el llamado “voto no blanco”, que incluye a la minoría hispana, pasó del 26% al 28%. Dicho de otra manera: las elecciones norteamericanas empiezan a sentir los efectos de los cambios demográficos. El voto WASP, mayoritariamente republicano, pierde cada vez más terreno ante el avance de las minorías, en particular la hispana, que simpatizan con los demócratas. En esta modificación inciden no solo los flujos migratorios sino la mayor tasa de natalidad en las comunidades hispana y afroamericana.

Una cuestión de identidad

Lo que se manifestó electoralmente es la consecuencia de hondos cambios sociales. En 2004, Samuel Huntington, uno de los intelectuales norteamericanos políticamente más relevantes, publicó un libro provocativo, que tituló “¿Quiénes somos?. Los desafíos a la identidad nacional estadounidense”, que abrió un intenso debate que todavía permanece inconcluso.

La tesis de Huntington es que “la sustancia de la cultura y del credo americano se enfrentan al desafío planteado por una nueva oleada de inmigrantes provenientes de América Latina y de Asia, por la popularidad que en los círculos intelectuales y políticos han adquirido las doctrinas del multiculturalismo y la diversidad, por la difusión del español como la segunda lengua estadounidense y las tendencias a la hispanización de la sociedad estadounidense y por la afirmación de las identidades de grupo basadas en la raza, la etnia y el género”.

Lo cierto es que históricamente las identidades nacionales nunca constituyen una sustancia químicamente pura, sino que siempre son producto de una larga construcción colectiva. Esto se advierte con mayor claridad en las naciones relativamente jóvenes, como Estados Unidos. De hecho, recién a fines del siglo XVIII los colonos británicos de la costa atlántica de América del Norte dejaron de considerarse exclusivamente como habitantes de sus respectivas colonias para concebirse también como estadounidenses.

Incluso sólo después de la guerra de secesión (1861-1865) esa identidad nacional empezó a prevalecer por sobre la lealtad a sus respectivos estados de origen. El nacionalismo estadounidense se refuerza en los momentos de peligro externo, como durante las dos grandes guerras mundiales, en la guerra fría o luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, pero pierde intensidad cuando las amenazas desaparecen y resurgen las otras vigorosas identidades subyacentes , como las estaduales, religiosas y étnicas.

Obama parece confirmar algunas prevenciones de Huntington: además de afroamericano, es un ciudadano estadounidense pero es el primer presidente que en un sentido estricto no es norteamericano, ya que nació en Hawai, y debe su reelección al apoyo de las minorías étnicas, en particular de los hispanos. La incógnita es si la ratificación de su liderazgo supone un declive de la identidad nacional estadounidense o una muestra de otra renovación de esa identidad.

No es un dato menor que, junto a la reelección de Obama, en Puerto Rico se haya celebrado una consulta popular no vinculante, en la que la mayoría se pronunció a favor de convertir a ese “Estado Libre Asociado” en el 51§ estado de la unión americana, que sería el primero con mayoría latina

Los desafíos del futuro

Los republicanos están ante el desafío de “aggiornar” a su viejo partido. “Estamos siguiendo el camino de los dinosaurios”, se lamentó David Johnson, un analista republicano de Florida. Muchos dirigentes perciben el riesgo de quedar convertidos en un partido del pasado, incapaz de atraer a la comunidad hispana y afroamericana y también minoritario entre las mujeres y los jóvenes.

Pero toda transformación necesita encarnarse en liderazgos arquetípicos. Marco Rubio, un estadounidense de origen cubano y senador por Florida, emerge hoy como un posible vehículo para el acercamiento entre los republicanos y el electorado hispano. Condoleezza Rice, exsecretaria de Estado de Bush, aparece como una figura emblemática para una aproximación con la comunidad negra.

Sin embargo, Newt Gingrich y otros intelectuales republicanos enfatizan que este necesario replanteo estratégico requiere una previa redefinición conceptual, orientada a diferenciar la invocación de la identidad nacional estadounidense de cualquier connotación racial para equipararla con el ideario del “credo americano”, tal como lo bautizó Thomas Jefferson, centrado en aquellos valores fundacionales de la sociedad norteamericana que constituyeron la razón de ser de su prosperidad: la libertad política y económica, la vigencia de los derechos individuales, el imperio de la ley, la convicción religiosa (más allá de la diversidad confesional) y la ética del trabajo.

Mientras esto ocurre, Obama asume nuevamente la responsabilidad de liderar a una nación multicultural, cuya composición demográfica, extraordinariamente diversa, se asemeja cada vez más a un microcosmos de la sociedad mundial que irrumpe hoy a escala planetaria. Más que Huntington, otra vez la realidad obliga a recordar una antigua premonición de Alexis de Tocqueville: “no es que Estados Unidos sean el futuro del mundo, lo que pasa es que Estados Unidos es el lugar del mundo donde el futuro llega primero”.

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