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Obama deberá encarar reformas estructurales

Domingo, 30 de diciembre de 2012 15:37
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Las elecciones del primer martes de noviembre dieron el triunfo a Barack Obama, cuyo segundo mandato comenzará este enero. La administración del presidente reelecto se verá obligada a realizar una modificación de fondo en dos cuestiones fundamentales. Por un lado, el problema fiscal, que incluye la deuda pública y el tamaño del Estado; y por otro, la fractura social, de raíz educativa y cultural, que hace que su fuerza de trabajo esté por debajo de las exigencias de calificación que impone el cambio tecnológico.

La situación de las cuentas públicas en EE.UU. es la siguiente: el déficit fiscal es 9% del producto; y la deuda pública asciende a U$S 15 billones (100% del PBI). La deuda del Estado federal ha crecido en U$S 5 billones en los últimos 4 años, y con una economía que crece 1,2% anual desde julio de 2009, el déficit se ha duplicado en este período. Como consecuencia, EE.UU. ha perdido su condición de deudor Triple AAA (Standard & Poors). El nivel de rentabilidad de las empresas estadounidenses es el más elevado de los últimos 70 años, pero la inversión en activos fijos a 20 años o más, es la más baja desde 1935.

La economía estadounidense continúa creciendo desde julio de 2009, pero a una tasa inferior a 1% por año. La tasa de crecimiento potencial de largo plazo en los últimos 100 años fue 3,1% anual. Ahora crece dos veces y medio por debajo de su potencial. Se aproxima un punto de inflexión en EE.UU. Si no hay un salto extraordinario de inversión, productividad y calificación de la fuerza de trabajo en un plazo breve (1 a 5 años), el estancamiento amenaza transformarse en una nueva normalidad, que al trasladarse el eje del proceso de acumulación global a los países emergentes, se convierte en sinónimo de decadencia e irrelevancia en la política mundial.

Se puede calcular: crecer en la próxima década 3% anual, sobre la base exclusiva del incremento de la productividad, exige aumentar ésta más de 40%, no 20% como surgiría de una visión gradualista propia de una proyección de la década pasada.

Lo que está en juego en EE.UU. es una revolución: la forma en que las sociedades recuperan el retraso experimentado en su evolución histórica cuando éste amenaza su vitalidad.

En este sentido, EE.UU. tiene varios puntos a su favor: las raíces de la civilización estadounidense son profundamente revolucionarias. Es el único país del mundo avanzado sin pasado feudal y que por ello estima que su razón de ser no está en el pasado, sino en el futuro, y para el cual la nostalgia es una enfermedad letal.

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