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En octubre del año pasado, en un tranquilo día para los argentinos, desde un lugar poco anónimo se hizo un anuncio tecnológico que parecía un sueño (para los incrédulos) o un proyecto (para los desarrolladores industriales). La gente en ese momento estaba preocupada por la fuga de dólares y por la posible existencia de marcianos en la Argentina (no vaya a tener razón Fabio Zerpa). Afligidas por el costo de la vida, que sube y casi nadie puede explicar con logaritmos ni curvas de Gauss las estadísticas de la canasta familiar, las personas siguieron viviendo.
Súbitamente, el inefable intendente de Florencio Varela, Julio Pereyra, sorprendió a casi todos con el anuncio oficial de que en su comuna está en marcha la fabricación inédita del Auto Popular Argentino (APA).
Por un instante la clase media se despertó y pensó en pura tecnología. Dijeron que el APA costaría $40.000 y sería fabricado con el Fondo del Bicentenario. Su producción arrancaría a fines del 2012 o comienzos del 2013. Pero la gente esta semana salió del ensueño tecnológico y recordó que en abril se fabricaron 12.895 vehículos nacionales menos. Y parece que hay marcianos. Con bombos y platillos indicaron datos de la economía laboral del APA: su fabricación crearía mil puestos de trabajo directos y 3.000 indirectos en el sector autopartista. Lo que no explican esos marcianos es ¿cómo hará el APA para abrirse camino en la industria nacional con guarismos productivos en baja?