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No voy a infringir ningún mandamiento si cuento de mi historia de los 16 años en las Lomas de Medeiros. Una vez, conversando con Martín Patrón Costas, él me decía que su abuelo, don Robustiano, vivió en el Alto Molino, esa casa grande donde está el Mercado Artesanal, en las Lomas de Medeiros. Cambiando el castro de esta película tan linda, me veo en cuarto año del Colegio Belgrano y veo alegre a toda la changada, a Alejandro Patrón Costas, a Nicolás y Ricardo Ortiz Solá, al Diablo Pescador, Marcelo Clement, a Angel Vicente Reales Moya y al Gringo Díaz Cánepa. Con estos dos últimos recorrimos varias veces al galope las bellas Lomas de Medeiros. Con los brazos abiertos, yo daba varios giros y me tiraba cansado en la tierra mansa, boca arriba, mirando el cielo, y gritaba: “Yo soy el rey, pero cambio mi reino por este suelo!”. Y como dice el tango, “pasaron los años con mil desengaños”, hasta que con un hermano mío, el “Comandante Di Perro”, ya poníamos un trencito que, imaginariamente, iba a la par de la ruta a San Lorenzo, pero mi hermano murió y chau proyecto. Se imagina, lector, si se lo pusiera en marcha y el trencito recorriera las Lomas de Medeiros y en cada estación hubiera una confitería, pileta de natación, cabalgatas y hoteles de cinco estrellas sería una atracción mundial y no un vuelo a lo gallina! Pero, señores lectores, la mejor ecología es la ecología del alma, y así cuando alguna iniquidad nos hiere el corazón, la elevación del espíritu es causa obligada. Esta actitud nos persuade y afina el pensamiento, así no pensamos que el que no opina como yo es el malo y será pretérito, pasado en estado de indignación permanente, que amarga, casi en la necesidad de esta urgencia innecesaria, harto repetida por los pobres de espíritu en sus andadas. Si aflojas el ceño fruncido y te relajas, verás que el axioma de la buena suerte hará que lluevan pétalos de rosas sobre tu almohada.
Pablo Ferreira Irigoyen
Ciudad