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Todo el conflicto con Hugo Moyano, desde sus inicios hasta los paros nacionales de ahora, podría resumirse en solo dos conceptos: radicalización y competencia.
Cristina rompió con la columna vertebral de su proyecto, definición que el kirchnerismo más puro le otorgó durante ocho años al sindicalismo, tras escuchar en su cara que el camionero quería a “un trabajador” en la Casa Rosada. No cambiaron los actores ni las visiones centrales de ninguno de ellos en relación con el “modelo”, lo que inclinó la balanza fue la disputa por el poder, pura y exclusivamente.
Hoy, con la economía más lenta y los conflictos sociales más visibles, esa olla a presión explotó con consecuencias impredecibles para el mediano plazo. Una vez más, se dejó llegar a una situación evitable hasta un extremo, innecesaria y perjudicial para el conjunto de la gente.
¿Cómo podría haberse resuelto antes el problema? La respuesta es más compleja de lo que parece, teniendo en cuenta la gran cantidad de intereses en juego, pero, al menos, intentando alguna mínima gestión. Acusarse públicamente de “golpista” y “gorila”, como hicieron ambos, seguro que no es la forma. Y mucho menos lo es, como quedó demostrado con la reacción de Moyano, acudir a la Justicia para denunciar a un exaliado sin antes siquiera hablar por teléfono con él para abrir algún canal negociador. Pasó con el campo, la oposición, la Iglesia y buena parte de los empresarios, ahora le tocó a la CGT: hace siete meses que el Gobierno no la recibe.
Pese a que su discurso sea el de la representación de los trabajadores, Moyano está aprovechando esta etapa de protagonismo para dar la batalla final que necesitaba si quería tener algún margen para seguir manteniendo su poder.
Ocurre que el camionero se alejó de la Casa Rosada hace más de un año y todavía no había dado ninguna muestra de independencia de ella como señal hacia adentro del movimiento obrero. Fue por ese motivo, según admitió el propio Luis Barrionuevo, que el gastronómico le quitó a Moyano el tibio apoyo que le había dado meses atrás.
De hecho, la promesa de ayer de Moyano de no presentarse a la reelección si el Gobierno sube el mínimo no imponible de ganancias no fue una concesión, sino más bien todo lo contrario. Es que Cristina ya tiene decidido tomar esa medida, pero venía postergando el anuncio hasta después de las elecciones en la CGT. ¿Qué quiso hacer Moyano? Dejar en evidencia que la Presidenta no les da más plata a los trabajadores puramente por un conflicto personal.
De todos modos, el Gobierno podría adelantar el anuncio para evitar el paro del miércoles, aunque eso podría ser leído como que lo hizo únicamente para intervenir en la interna sindical. Cristina demoró tanto el anuncio que ahora generó un sinfín de especulaciones tóxicas e incomprobables.
El impacto
Si hay algo de lo que puede ufanarse este gobierno es de su extraordinaria capacidad de recuperación y de su formidable retorno a la iniciativa política. Se vio con el campo, con las elecciones perdidas de 2009, con la muerte de Néstor Kirchner y con las denuncias de corrupción contra Amado Boudou: siempre Cristina salió de pie y con lesiones menores en su imagen pública.
¿Será este un nuevo ejemplo de eso? Es muy probable, ya que en la oposición nadie logra capitalizar ninguno de los vaivenes del oficialismo. Sin ir más lejos, casi tocando el terreno del absurdo, la UCR bonaerense suspendió sus internas de hoy -que le importaban solo a algunos afiliados de ese distrito- por denuncias de fraude y acuerdos espurios con el kirchnerismo. Nada más representativo de lo lejana que está la oposición de los grandes temas de debate nacional.
“Cristina hizo bien en no salir a hablar cuando adelantó su regreso por el paro de Camioneros. Era tanta la virulencia que se había generado que era necesario al menos un impasse. Su imagen sigue casi en el 40% y a eso hay que cuidarlo como oro cuando se está hace nueve años con el desgaste del poder”, señaló un encumbrado kirchnerista que pidió reserva de su identidad.
En el Gobierno consideran que “esta tensión comenzará a bajar cuando se defina el futuro de la CGT”. El problema es que esa disputa no terminará el 12 de julio, fecha de las elecciones, sino que va camino a un empantamiento que, todo lo indica, se estirará mucho en el tiempo. La fractura entre moyanistas y antimoyanistas (divididos en partes parecidas) ya es un hecho imposible de detener.
Una CGT dividida en tiempos de crisis no es para nada una mala noticia para el Gobierno.