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“Trochar” equivale, según el diccionario, a “romper con violencia el tronco, tallo o rama de un árbol u otra planta”.
Matusalem es un personaje bíblico que, según testimonia el Génesis, vivió novecientos sesenta y nueve años.
Los dichos, sentencias y refranes llenan las páginas de nuestra vida para comunicar sobre alguna cosa. Ellos han sido transmitidos de generación en generación desde tiempos pretéritos y la gente los conserva en su memoria. Allí están disponibles para aflorar en el momento preciso, con el objeto de ilustrar a nuestros interlocutores respecto de la realidad a la que nos estamos refiriendo, con una precisión que los dejará convencidos de lo que pretendemos decirles. Todas las culturas y lenguas los tienen. Algunas comparten los más antiguos y sabios, que no solo han pasado por sus distintas generaciones, sino que han sido transferidos a las más diversas culturas. Esos dichos interculturales denotan, en diminutas píldoras, la sabiduría de la humanidad.
Un paradigmático ejemplo respecto de estos últimos es el que titula este artículo, por lo menos referido a la nuestra, occidental y cristiana.
Matusalem es un personaje bíblico del cual testimonia el Génesis (capítulo 5§, versículos 25 a 27), el cual vivió novecientos sesenta y nueve años. Dice que nació en el año 4227 antes de Cristo y murió en el 3308 (sic) de la misma era. Ha sido el abuelo de patriarca Noé, constructor del Arca que salvó del diluvio a la humanidad, como también a cada una de las especies animales, portando a todos en esa gran embarcación.
Este dicho es una comparación popular propia de la cultura cristiana y occidental y, por lo tanto, se lo encontrará en sus idiomas, y alude a la gran longevidad de ese patriarca.
Sin embargo, no está de más aclarar que el recuento de los años en dicha época no era el mismo que el actual. Con ello se da por cierto que ese profeta no llegó a vivir casi mil años de los nuestros, a pesar de su evidente larga vida.
Otra sentencia similar a esta, que no se usa en nuestra cultura, es “más vieja que Sara”, la mujer de Abraham. Ella vivió ciento diez años y, ya muy vieja, pudo ser madre.
Ir por lana y volver trasquilado. El verbo “trasquilar”, no muy usado en nuestra cultura, salvo por la gente que trabaja en el campo y que conoce esa actividad, está compuesto por la preposición “tras / trans” (más allá, al otro lado) y el verbo “esquilar” (cortar el pelo o vellón a los ganados) y significa “cortar el pelo a trechos, sin orden ni arte, a algunos animales”, lo que añade al hecho de esquilar una acción más torpe y descuidada.
Por eso el refrán se refiere a aquella persona que va a realizar algo de lo que cree sacará buena ganancia y provecho pero que, contrariamente a lo esperado, vuelve con muchas más pérdidas que ganancias. A su vez, Correas ejemplifica este refrán aplicándolo a quien fue a ofender o a golpear a otro y regresó ofendido y más golpeado.
Se trata, afirma Iribarren, de un apotegma muy antiguo utilizado por el “Poema de Fernán González”, que lo incluye asimismo La Celestina. En él, como un chiste, se cambió el término “trasquilado” por “sin pluma”: “En tiempo pensadlo: no vayas por lana y vengas sin pluma”.
¿Qué historia o historieta dio lugar a esta expresión? Algunos opinan que lo de “volver trasquilado” alude a una antigua pena llamada “trasquilar a cruces”, es decir, sin orden, cruzando los tijeretazos tal como se trasquila las ovejas.
De este modo se aplicaba, en ese tiempo, un castigo a los blasfemos y judíos. Era una norma que se había instituido en el Fuero Juzgo, o legislación propia de los antiguos íberos, refrendada por el IV Concilio de Toledo que, en latín, decía: “Túrpiter decalvare”, es decir, “pelar torpemente”.
De esta manera se marcaba a esas personas para que fueran motivo de risas y burlas por parte del resto de la gente.
Otra opinión más antigua aplica el proverbio a los carneros que se metían en un rebaño ajeno y que regresaban, al propio, trasquilados. En 1541, en la Crónica General, se deja testimonio de esto en un fragmento que dice literalmente, en castellano actualizado: “Allí fue engañado porque le aconteció, según dice el proverbio, como al carnero que va a buscar la lana ajena y volvió de allí trasquilado”.
A su vez, el maestro Correas confirma este dicho, en su “Vocabulario de refranes”, con otro que reza así: “El carnero encantado, que fue por lana y volvió trasquilado”.
A troche y moche
A troche y moche es un dicho escuchado a menudo entre nuestra gente. Para conocer sobre el mismo, nadie mejor que Héctor Zimmerman quien, en su libro “Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato”, nos lo explica de la siguiente manera: Esta vieja expresión española, que actualmente se emplea para significar “sin medida ni orden”, proviene del lenguaje de los leñadores. “Trochar” equivale, según el diccionario, a “romper con violencia el tronco, tallo o ramas de un árbol u otra planta”; “mochar” o “desmochar” es quitar la parte superior de algo dejándolo “mocho”.
La combinación de ambas torpezas arruina la mejor de las arboledas ya que impide que los ejemplares vuelvan a crecer o los deja malheridos o deformes.
La primitiva idea de “entrar a hachar sin consideración, repartiendo golpes a diestro y siniestro”, se extendió a cualquier acto realizado en forma análoga. El nuevo rico que malgasta cualquier suma en cualquier cosa, el enloquecido que la emprende a trompadas contra cuanto se le pone delante, son buenos ejemplos de esta práctica del despilfarro y el destrozo.
“A troche y moche” constituye la más perfecta síntesis de la vida antiecológica”. Con estos dos ejemplos es posible entender la simbiosis que se creó entre el español de España y el de América.
Ambos se han enriquecido en todo sentido mediante esa simbiosis que no dejó de brillar durante mucho tiempo. Las comparaciones que muestran estos dichos, para evidenciar su conexión estrecha con la realidad a la que se refieren, son las que les garantizan una larga vida, pues la gente los hace propios y los difunde, puesto que los entiende como el mejor mensaje que se puede brindar a través de ellas.