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Siria vuelve a ser noticia. Kofi Annan anunció ayer que renunciará a su cargo de alto perfil como enviado especial de la ONU a finales de este mes, al tiempo que criticó el fracaso de las potencias mundiales en el Consejo de Seguridad para unirse a fin de evitar la escalada de violencia en el país.
Annan dijo que cuando aceptó el trabajo, “que algunos calificaron como misión imposible”, quería ayudar a la comunidad internacional, encabezada por el Consejo de Seguridad de la ONU, a encontrar una solución pacífica a la crisis. El objetivo era detener la muerte de civiles y las violaciones de los derechos humanos, así como encaminar a Siria hacia la transición política. “La gravedad de los costos humanitarios del conflicto, y las amenazas excepcionales que plantea esta crisis para la paz y la seguridad internacionales, justifica los intentos de asegurar una transición pacífica hacia una solución política, a pesar de lo difícil del desafío”, dijo Annan. Sin embargo, el también ex secretario general de la ONU afirmó que no pudo continuar tras percatarse de que el Consejo, integrado por 15 países, no apoyaba su trabajo, sobre todo a causa del enfrentamiento entre los cinco miembros que tienen poder de veto: Rusia y China, por un lado, y Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia por el otro. “Las cosas se vinieron abajo en Nueva York”, concluyó. “La creciente militarización sobre el terreno (en Siria) y la evidente falta de unidad en el Consejo de Seguridad han cambiado de manera fundamental las circunstancias para el ejercicio efectivo de mi papel”.
Annan fue nombrado en febrero enviado especial de las Naciones Unidas y la Liga Arabe en Siria, para lo cual supervisó un pequeño equipo en una oficina secreta en el extenso Palacio de las Naciones, la sede europea de la ONU en Ginebra. Presentó un plan de paz de seis puntos para resolver la crisis en el estado árabe que incluía un alto el fuego que se suponía entraba en vigor a mediados de abril.
Sin embargo, a pesar de la presencia de cientos de observadores de la ONU sobre el terreno, el alto el fuego nunca se consolidó y la violencia en Siria se transformó en una guerra civil. Activistas de derechos humanos dicen que más de 19.000 personas murieron desde que se inició el levantamiento popular contra el presidente Al Assad en marzo de 2011.
“El derramamiento de sangre continúa, sobre todo debido a la intransigencia del Gobierno sirio y la negativa a aplicar el plan de seis puntos”, dijo Annan a reporteros en Ginebra.