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Después de días de violentas protestas e infructuosas negociaciones, y cuando todo hacía pensar que finalmente llegaba la solución para el conflicto en El Tabacal, una determinación aislada y negligente dio por tierra con lo que se había construido.
La reincorporación de todos los despedidos no fue suficiente y, a última hora, el gremio extendió su reclamo saliéndose de toda línea negociadora. Entre gallos y medianoche redobló su apuesta y exigió que otro aumento salarial (16 por ciento) se sume al acordado anteriormente.
Tal como lo había pedido el Gobierno provincial, la empresa cedió y accedió a los reclamos de los activistas. Pero, según se suceden los últimos acontecimientos, queda la sensación de que la protesta oculta intereses que van más allá de las reivindicaciones obreras.
La impresión es que una posición dogmática y anárquica se resiste a la paz y busca desestabilizar el equilibrio social en el lugar donde se concentra la mayor cantidad de mano de obra privada de toda la provincia.
De otra forma no se entiende tanto desvarío sindical y cambios de conducta incomprensibles en aquellos que representan a miles de trabajadores que tienen a su empleo como único capital.
La protesta ha tomado en este punto un giro sospechoso; la huelga ha dejado de ser tal para transformarse, lisa y llanamente, en una toma vandalizada dentro de una empresa privada, que ve cómo un grupo de inadaptados destruye herramientas, vehículos e instalaciones y que hoy se escudan en un reclamo legítimo para escapar de la condena a sus fechorías.