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Las estrategias políticas, como todo en la vida, son efectivas solo en un determinado contexto. Luego hay que actualizarlas. Una cosa es buscar enemigos para polarizar la opinión pública en momentos de crecimiento sostenido, y otra muy distinta en tiempos de parálisis e incertidumbre. El Gobierno, cada vez queda más claro, no parece entender eso.
La radicalización en el discurso oficial de la última semana, cadena nacional mediante, preanuncia que se vienen épocas de un incremento en la confrontación política. ¿Qué busca Cristina con esto? Básicamente una cosa: repartir culpas por el notorio freno en la economía, a menos de un año de unas elecciones vitales para el futuro del kirchnerismo.
La Presidenta, hay que admitirlo, dice lo que piensa, aunque a veces cometa increíbles incongruencias. Es evidente que Cristina no quiso compararse con Dios, leer sus últimas declaraciones así podría ser bastante sesgado. Lo que sí es indudable es que existe un cierto temor hacia ella y sus eventuales represalias. Tal como lo admitió esta semana, eso está lejos de molestarle al Gobierno, porque forma parte de su columna vertebral a la hora de construir poder.
El exabrupto incomprensible de Axel Kicillof, cuando habló de que el Gobierno podía fundir a Techint pero que no iba a hacerlo, no merece ningún análisis más que la sorpresa. Sorpresa no porque la Casa Rosada pueda estar pensando en ejecutar un plan de ese tipo, eso ya pasó con Aerolíneas Argentinas en manos de Marsans y con YPF en poder de Repsol. Sorpresa por el inapropiado momento en el que se encaran batallas inconducentes para la sociedad, cuando lo que debe primar por sobre todas las cosas es la racionalidad frente a la crisis.
Las palabras de Kicillof tuvieron ayer un aval explícito de la jefa de Estado, que se encargó de redoblar la apuesta por Twitter y no descalificó uno solo de los dichos del joven economista. Es evidente que en el Gobierno nadie habla como librepensador, y él que lo hace sufre después las reprimendas. Aníbal Fernández sabe muy bien que es eso.
La cruzada del Gobierno para presionar a los empresarios a que inviertan en la Argentina tiene mucho más de discursiva que de acción directa para atraer capitales. Nadie más que Cristina sabe que, con una economía cada vez más encerrada en sí misma y con un mundo que no da señales de recuperación, la estrategia del Ejecutivo no puede ser otra que la seducción, nunca la confrontación.
Esa seducción hacia los hombres de negocios existe ahora y existió durante todo el kirchnerismo, solo que intencionalmente se la muestra poco. De hecho, la mayoría de las cámaras empresarias tienen buena llegada al Gobierno, pese a que en off the récord critiquen casi todas sus políticas. Allí aparece otra vez el miedo. Algo así como “quéjense, pero no se les ocurra decir su nombre”. Los que lo dijeron, hubo casos de sobra, padecieron toda la ira oficial como escarmiento.
En un mundo globalizado como el actual, no hay grandes recetas para fomentar la inversión más que un escenario tentador para el que pone la plata. Nadie va a invertir dinero a la fuerza si no le garantizan seguridad jurídica, estabilidad cambiaria y previsibilidad institucional. Por ahora esas tres condiciones siguen en turbulencia.
El desvío
Todos los movimientos oficiales de los últimos días tendieron a sacar de la agenda la discusión económica de fondo, que es la inflación y el parate en la generación de empleo. Incluso los menos relacionados con la economía, como el voto joven y la virtual re-relección presidencial.
Esos debates le sirven mucho al oficialismo para mantener la iniciativa política, ya que hace tiempo que no hace anuncios de envergadura. Pero le conviene sobre todo para cambiar el eje de la discusión pública y llevarlo a un terreno más subjetivo e ideológico, donde las opiniones se diversifican por sí mismas.
No es casualidad que las últimas dos semanas la AFIP haya incrementado exponencialmente las restricciones a la compra de dólares. La nueva ofensiva de Ricardo Echegaray estuvo casi de la mano con la instalación del voto a los 16 años, que por lo novedoso de la propuesta caló mucho más hondo en la opinión pública que las trabas de la AFIP.
El debate por la re-reelección también se filtra en este contexto. No hay semana donde al menos tres kirchneristas de peso no salgan a impulsar una Cristina eterna tres años antes de las presidenciales. Hablar de una hipotética re-reelección es también ponderar la gestión de Gobierno en todo momento. El mensaje es elíptico: Argentina está tan bien que “la gente -como dijo el intendente de La Matanza- pide otro mandato de la Presidenta”. Aunque no parezca, todo tiene que ver con todo.