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Pallarols. El apellido de la orfebrería. Una herencia tan familiar como secular que brilla por el metal, pero también por la fuerza pasional impresa en cada obra. Amor al arte para deslumbrar y emocionar.
Carlos Daniel es la séptima generación. Es hijo de Juan Carlos y nieto de Carlos Pallarols Cuni, reconocido platero catalán, entre otros varios antecesores. Con sus raíces hundidas en aquel taller Pallarols que existía en Barcelona en 1750, Carlos Daniel viaja hoy en su propio vuelo, hermanado con la modernidad porque su sino es evolucionar, experimentar y cambiar. Y seguir jugando con cada obra porque “el día que pierda el sabor lúdico de su trabajo” se dedicará a otra cosa.
Este artista (orfebre, artesano) estuvo en Salta días pasados invitado por Susana Rocha y Paola Daniele para dar una charla dentro de la Expo Antique que terminó el domingo pasado. Fue en esa ocasión cuando este reconocido artista se prestó a una extensa y distendida charla con El Tribuno. Dijo que aceptó la invitación de las artistas locales porque tiene “un hilo conductor” con ellas que es la pasión por lo que hacen, y entonces decidió venir a Salta. Volver, en realidad, porque ya estuvo en varias exposiciones y en un encuentro de plateros invitado por el exgobernador Juan Carlos Romero. Dijo que aquí se siente como en su casa y aclaró que “no es difícil pasarla muy bien en esta "linda'”.
¿Cómo es andar por la vida con el apellido Pallarols?
No es una carga para mí. Ahora, ser Pallarols no implica ser bueno como orfebre. Es un honor y es un orgullo haber nacido en el taller de una familia de artistas, pero también tuve la suerte que nunca se me impuso ser la séptima generación de orfebres. Yo lo elegí porque siempre me gustó el arte, me desarrollé en las artes y elegí el metal como un medio de expresión. Empecé jugando, lo viví y lo tomé con mucha naturalidad porque era mi casa. No lo siento como una mochila, siento sí una gran responsabilidad de bogar por el brillo de mi apellido y el de la platería argentina, porque la platería no pertenece a los Pallarols; acá hay muchos orfebres.
Orfebre, artesano, artista...¿cómo prefiere que se lo presente?
Me da exactamente lo mismo. Creo que el mote de artista lo ponen los otros. Yo soy un artesano que trabaja con las manos y cualquier cosa que se haga con ellas es una artesanía. Ahora, si alguien ve esa artesanía y la considera una obra de arte, ya no corresponde al creador. Por eso se puede ser un artesano y una artista.
¿Cuál o cuáles son sus primeros registros en el taller de orfebrería?
A los 5 años me daban una maderita y unos clavitos e imitaba a los orfebres del taller familiar. Primero trabajé en recortes de bronce, de cobre y en las tapas de un famoso cacao. Tenía 13 años cuando hice la primera pieza en plata. Y fue como un premio, era un ángel arcabucero que me dio mi padre en dibujo, y yo lo plasmé sobre una chapa de plata, con toda la responsabilidad y la seriedad de lo que se me estaba dando. Supongo que habrá sido bastante naif.
¿Y después?
Después empecé a generar obras. Los cálices de primera misa los hago desde los 13 años. Y supongo que si mi padre me dio la pieza, cierta capacidad debería tener. Además, uno se va desarrollando y va a adquiriendo más capacidad y seguridad. Siendo el hijo del dueño del taller, yo entré barriendo y cebando mates, y mientras hacía una u otra cosa, miraba qué hacían y cómo lo hacían mis maestros.
Carlos Daniel Pallarols utiliza plata 925 en todos sus trabajos. En un kilo hay 925 gramos de plata pura y 75 gramos de cobre.
Y de eso que veía, ¿qué cosa le llamaba más la atención?
Todo. Me pegaba como una ventosa a mi padre. Esa, creo, es la mejor manera de aprender: mirar lo que hacen los maestros, y después ponerlo en práctica y adquirir seguridad. Lo primero que me enseñaron es que para ser un buen artista tenía que dibujar.
¿Su estilo es similar al de su papá, o hay diferencias?
Somos muy barrocos todos, pero podría decir que yo soy más europeo. Siempre sentí gran admiración por artistas como (Peter Carl) Fabergé, (Paul) Storr o Benvenuto Cellini. Mi desafío fue generar obras que llegaran al nivel de las obras que ellos generaban. Felizmente, después de 30 años de oficio, algo de eso conseguí.
¿Qué particularidades tiene este estilo europeo suyo?
Busco mucho el equilibrio entre los espacios vacíos y los llenos, soy muy puntilloso; dicen que en el estilo soy más parecido a mi abuelo que a mi padre. También busqué quebrar con todo lo barroco porque creí que tenía que ser testigo de la época en que vivía. Lo que hice fue empezar a generar obras que tuvieran que ver con este tiempo y empecé a trabajar con la moda, la platería y el vino, con joyas, a trabajar en la combinación de la platería con la electrónica, como punteros láser, pendrives, fundas para celulares. Yo busco innovar y que la platería sea vigente, más allá de ser un oficio nacido en los siglos XVII o XVIII. Eso depende del artista. Más allá de las técnicas, los resultados deben tener que ver con esta época, tal vez ésta sea la diferencia más importante que puedo tener con mi padre. El es más tradicional.
¿Cuántos años tiene su papá?
Tiene 71, y sigue trabajando en su taller. Yo hace 20 años que tengo mi propio taller.
¿Su papá sigue recorriendo el país con el cáliz que le llevará al Papa Francisco, con golpecitos hechos por fieles de distintas provincias?
Sí, sigue, y a mí me parece maravilloso que lo haga, pero yo no lo comparto, a mí no me gusta que la gente intervenga mis obras. Esa es una obra de mi padre. Yo ya le entregué mi cáliz al Papa Francisco hace un par de meses, con lo cual es el tercer Papa al que yo le hago alguna obra de plata. A Juan Pablo II le hice en mi taller un pectoral que se lo entregó el expresidente Carlos Menem. A Benedicto XVI le llevé un cáliz en 2005.
Usted participó con su papá en la realización del bastón de mando de varios presidentes, entre ellos, de Raúl Alfonsín. ¿Qué recuerdos le quedaron de ese momento y de lo que se vivía en esos años de regreso de la democracia?
Tenía 16 años y tenía alguna idea de lo sucedido, pero seguramente no en profundidad. Con el paso de los años fui tomando real conciencia de lo que había ocurrido y fue como un garrotazo. Fue muy importante para mí el momento de entrega del bastón a Alfonsín, muy importante cuando caí en la cuenta de que había formado parte del hecho histórico de haber intervenido en ese bastón de la democracia. Recuerdo que cuando le di el bastón, Alfonsín me tocó la cara como gesto cariñoso y yo me quedé alucinado. Lo tengo como uno de mis mejores momentos.
Usted aprendió en el taller de su papá. ¿Quién aprende en su taller?
Tengo unos 20 discípulos que están aprendiendo y a quienes impulso para que crezcan.
¿Hijos no?
No, mi hijo decidió no ser orfebre. Facundo es la octava generación de Pallarols, pero se dedica a otra cosa. Pero quedan los nietos, uno nunca sabe.
¿Considera que hay buena orfebrería en Argentina?
Creo que sí. Hay algunos tradicionales y hay muchos pibes aprendiendo. Lo que no veo que haya en las provincias es escuelas. Eso me inquieta un poco. Puede hacerse en cualquier provincia que tenga la decisión política y económica, y la pasión por invertir en cultura. Creo que a Salta le haría muy bien. Aquí hay plateros que dan clases, pero no una escuela en la que se eduque a los orfebres, es decir, no sólo enseñarles el oficio, sino que también puedan aprender dibujo, historia del arte, que ofrezca una educación integral. Mi sueño es una escuela abierta a todos, especialmente a chicos de bajos recursos con sensibilidad y que a la vez sea una salida laboral.
“Ponerle corazón a Pinocho”
El principio del proceso de la orfebrería es el dibujo porque en él queda plasmada la idea del artista sobre la obra. Es, en el decir de Carlos, como ponerle el alma, como si fuera “ponerle el corazón a Pinocho”.
Está convencido de que la obra tiene que contar una historia, debe tener un contenido y transmitirlo a la gente, sino es un mero objeto decorativo. Tiene que tener un contenido y transmitirle algo a la gente.
Luego del dibujo, lo que se hace es preparar los materiales. La plata se forja en frío. Después de muchos golpes para darle formas, toma ciertas tensiones y se la lleva a la fragua, se la pone al rojo -sin fundirla- y se enfría a temperatura ambiente o en agua.
Con ese golpe de calor y el enfriamiento, la plata vuelve a tener la misma consistencia inicial, lo que permite estirarla y darle la forma deseada.
Cuando se termina de moldearla, es el momento de la ornamentación y de ponerle el alma a la pieza, que son las iniciales del autor.
La ornamentación se hace con la técnica del cincelado, con golpes de martillo y otras herramientas, alargadas, que en la punta pueden tener diferentes formas (rectas, curvas, con texturas) lo que permite dibujar sobre el metal los detalles.
También se puede usar la técnica de grabado si se le quiere aplicar diferentes materiales como resinas, piedras preciosas, cristales. Esta es la parte de la orfebrería que tiene que ver con la joyería.
Una vez terminado ese proceso, se le saca el brillo a la pieza y se pule.
El altar y púlpito de plata
El altar de la Catedral de Buenos Aires es, en cuanto a lo litúrgico, la obra más importante de Carlos Daniel, quien representa la cuarta generación de Pallarols que trabajó en ese templo.
Es una pieza que encargó el excardenal (Antonio) Quarracino al orfebre en 1998. Tiene 3 metros de largo por 65 de ancho y 1,30 metro a cada costado. Está toda cubierta por ornamentación de plata. También, Pallarols hizo el púlpito, que es la Mesa de la Palabra, cubierto y ornamentado.
Tardó dos años para concluir ambas obras. Comenzó en 1998 y la terminó para el Jubileo de 2000. Las inauguró el entonces cardenal Jorge Bergoglio, actual papa Francisco. El orfebre generó esta obra con criterio escultórico, otra de sus capacidades artísticas, junto con la pintura.
Cada persona que entra en la Catedral Metropolitana ve un bloque de tres metros de plata con una cruz central, una alfa y una omega que quieren decir “Cristo principio y fin de todas las cosas”, y, a medida que se acerca, puede observar el detalle.