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En mi larga experiencia como psicoterapeuta, he observado que la mayor parte de los problemas de la gente tiene su origen en el autoengaño, o en esa falta de sentido de la realidad, como le denominara José Bleger a esta tendencia que nos impide analizar con objetividad nuestras propias vidas y las de los demás. Y esto viene a colación a raíz de que en la noche del 27 de octubre me quedé estupefacto al ver a Miguel Isa ingresando a la sede del Partido Justicialista saltando y bailando eufóricamente, cuando su hija ocupó el cuarto lugar en las preferencias de los electores capitalinos. Que un padre esté contento porque su joven hija a partir del mes de diciembre será diputada, resulta comprensible desde el punto de vista emocional; sin embargo, cuando ese padre además se dedica a la actividad política y ocupa el cargo más alto en la esfera municipal, aquí podríamos hablar de un problema muy grave, y más si tomamos en cuenta que en pocos días los salteños deberán elegir sus representantes en la Legislatura Provincial y en el Concejo Deliberante de la ciudad. Era natural y lógico que los seguidores de Guillermo Durand Cornejo y los militantes del Partido Obrero festejaran hasta entrada la madrugada y, fundamentalmente estos últimos, que por primera vez en la historia de la provincia, lograran colocar a uno de sus máximos referentes en el Parlamento Nacional. Es más, hasta el gobernador -se vio obligado a desechar sus ambiciones presidenciales- con el raquítico triunfo de su hermano, estaba autorizado, por el sentido común, a decir con algarabía “hemos ganado” y montar un espectáculo de luces y de colores para que sus allegados y su tropa se liberaran de las tensiones a las que fueron sometidos en esas dos semanas previas al escrutinio. Pero el intendente, el que utilizara los recursos recolectados por el impuestazo con el fin de financiarle la campaña a su hija, no tenía ningún derecho a festejar en ese último domingo de octubre y en el cual la sociedad le extendiera, al votar por otros candidatos, su acta de defunción política. Todo parece indicar que el próximo 10 de noviembre el intendente Miguel Isa no tendrá ningún carro ajeno de triunfador en donde subirse o colarse. Ya no podrá autoengañarse y, menos aún, engañar a los demás -la derrota de su hija es señal de un inminente aislamiento-, siendo este el triste final de todas aquellas personas que se resisten a ver con objetividad la realidad y que, para el filósofo Aristóteles, sería la única verdad.