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En tres décadas, la economía continúa en el purgatorio 

Domingo, 22 de diciembre de 2013 03:29
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En un diccionario de la economía real argentina no solo conviven las palabras hiperinflación, convertibilidad, corralito y cepo, sino también confianza y expectativas nacionales. En ese diccionario -no publicado en ninguna editorial- vive la memoria económica-financiera reciente de la joven democracia argentina.

A lo largo de treinta años el vocabulario de la economía nacional sufrió drásticas transformaciones. La sociedad conoció, al menos, siete planes económicos y todos tuvieron la misma intención: parar la inflación y revalorizar el peso, siempre presionado por las constantes devaluaciones. Solo en seis años, de treinta, se pudo parar la inflación. La gente aprendió que el alza generalizada de precios salvajes se llama hiperinflación. Ese fenómeno amenazante en el siglo XIX argentino, fue real en el XX.

En 23 años de la democracia el déficit fiscal (el gasto que produce el Estado para poder funcionar) se tragó en forma sideral el ingreso de muchos argentinos. El desequilibrio fiscal promedio en 30 años ronda el orden del 2,6% del producto bruto interno. En plena celebración de la llegada de la democracia el déficit fiscal representa el 5% del producto bruto interno. Y hoy hay que financiar también el gasto social. La experiencia extrema del fin de ciclo de la convertibilidad dejó en 2001 un país con 57% de pobreza, 28% de desocupación y 60% de informalidad económica.

El primer plan económico de la democracia, llamado austral, creó la moneda del mismo nombre. El presidente Alfonsín quería cambiarle la cara a la política monetaria pero al no funcionar el nuevo programa inventó otro: el primavera. No duró nada y la inflación sin control aumentó 3.079% .Todo esto terminó en hiperinflación, una terrible deseconomía. Y fue así porque los salarios subieron entre 110% y 160% y las tarifas públicas un 700%. La hiperinflación desgarró la billetera de la gente. La participación de los asalariados en el ingreso cayó al 20% cuando en 1974 era del 43%. Todo apuraba otro plan económico. Asume precipitadamente Menem y lanza el plan BB (Bunge y Born). Fue tentativo y le siguió el plan Bonex, el primer corralito del siglo XX que capturó los depósitos del ahorro nacional. La convertibilidad, callada, estaba preparándose, y llegó en 1991, con Cavallo. Se va Menem y De la Rúa sigue a la convertibilidad aunque buscará abandonarla. Llama a Cavallo que arma el segundo corralito argentino. Nadie sabía que se venía a los meses el mayor default de la deuda externa. Entre 1974 y el 2000 (final de la convertibilidad), la diferencia entre el 10% de la población de mayores ingresos y el 10% de menores ingresos había aumentado más de 40 veces. Llega Duhalde y trae otro plan: pesificar la dolarización y subsidiar a jefas y jefes de familias pagando $150 pesos a más de 2 millones de argentinos. Luego el kirchnerismo negocia la deuda externa y da energía barata subsidiada; vuelve la inflación.
Con tres décadas democráticas hay cepo al dólar e inflación cercana al 30%. La sociedad conoció a los ni-ni, chicos que no trabajan ni estudian.

La deuda social

En la deuda social el Estado luego de treinta años de democracia aumentó su gasto en beneficio de poblaciones vulnerables. Luego del plan Jefes y Jefas de Familia en el 2002, surgió el Plan Familias que entrega subsidios en función de los hijos. El Estado no busca ya focalizar la ayuda social sino masificarla, entre ellos a jubilados y a hijos. Empieza la era de la Asignación Universal por Hijo (AUH) que tiene 3.400 mil chicos en cobertura y al Estado le cuesta 16 mil millones de pesos por año.

Como el actual modelo económico busca apuntalar el consumo, la AUH se vincula a esa intención al aumentar el ingreso de los beneficiarios. Pero la economía sigue en el purgatorio: hay 900 mil personas de 16 a 24 años que no trabajan ni estudian, o sea nacieron bajo los efectos sociales de los no menos siete planes económicos durante treinta años para el crecimiento, la estabilización antiinflacionario y la distribución del ingreso.

Hoy la demanda es estabilizar los precios que amenazan el ahorro, la nave de todos.

Benjamín Franklin ya había aconsejado:”cuida de los pequeños gastos; un pequeño agujero hunde un barco”.

 

 

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