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Jorge Bergoglio, el Papa argentino

Viernes, 15 de marzo de 2013 22:03
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Qué difícil es escribir estas líneas en medio de tantas sensaciones ante la designación del cardenal Bergoglio como el máximo líder de la Iglesia católica en una ciudad donde sonaban las bocinas, los cohetes e incluso la sirena del diario que marcaba, como muchas otras veces, el inicio de una nueva época, como aquella vieja campana del convento de San Francisco que tantas veces marcó el destino de los sucesos independentistas.

Quiero escribir desde la razón, pero invade la emoción y eso es algo que difícilmente se puede controlar. Conocí a Bergoglio en unas reuniones de la ciudad de Buenos Aires, mucho antes de ser el primado de Argentina y los que estábamos presentes quedamos admirados por su serenidad, solvencia intelectual y compromiso con la educación; eran tiempos pre K.

La llegada del cardenal Bergoglio, jesuita, al Arzobispado de Buenos Aires fue en medio de los tumultuosos tiempos actuales, donde la política se despolitizaba, donde las ideologías eran cosas del pasado; llegó en tiempos donde el Gobierno comenzaba a esconder los “índices” o al menos a dibujarlos; tiempos de cambios, también, en la Iglesia argentina.

Si el Papa fuera de cualquier nacionalidad, para los católicos sería igual, pero es argentino y esto me recuerda a Juan Pablo II, un Papa de “los confines de la tierra”. ¿Por qué Polonia en la Guerra Fría?, ¿por qué Argentina en el mundo poscapitalista? Juan Pablo II tenía una misión y supo cumplirla, fue un mensaje para el mundo y cambió la Iglesia, hoy la esperanza está puesta en Francisco I, su compromiso con los pobres, su vida, su compromiso con la Iglesia del mundo menos desarrollado, implican un desafío muy grande para el nuevo Pontífice; los cambios necesarios en la Iglesia católica y el devenir de la historia ponen en los hombros de este hombre un peso incalculable que, indudablemente, debe marchar por la vía del ecumenismo, de la tolerancia y “la fraternidad”.

Creo que si Benedicto XVI se calificó como un Papa de transición, Francisco I debe ser el de la consolidación de una Iglesia abierta al siglo XXI, que aborde directamente los nuevos conflictos, elabore nuevas respuestas, modernice las estructuras institucionales y desarrolle modelos comprensivos para los años venideros, un proceso que queda en las habilidades de un sacerdote, moderado, crítico y jesuita, proveniente de un espacio periférico del capitalismo global.

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