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Francisco: sencillez y mates amargos

Domingo, 07 de abril de 2013 21:08
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La villa 31 de Retiro es un lugar que Jorge Bergoglio, el papa Francisco, visitaba a menudo cuando todavía era cardenal. Compartía la pasión por San Lorenzo con el padre Guillermo Torre, se mezclaba con los más necesitados y repartía su tiempo entre las misas, las bendiciones y los asados.

Francisco es un hombre humilde y ha llamado a la Iglesia a ser pobre, como lo fue el santo de Asís de quien tomó el nombre.

Una infusión típica de los argentinos y muy corriente en “La 31” es el mate. Y allí, en ese lugar que hermana las culturas de Bolivia, Paraguay, Perú y Argentina, se recuerda al Santo Padre y su gusto por la clásica bebida.

María Esther Picallo, una mujer de 85 años y ojos profundos, pone la pava en la cocina de la capilla Nuestra Señora del Rosario. Mientras tres seminaristas -dos llamados Jesús y el otro, Carlos- planifican la misa y las lecturas del día, María, con la ternura de una abuela, convida unos “verdes” y dialoga con El Tribuno.

Nos cuenta que “cuando Bergoglio venía a visitarnos, yo le cebaba mates. El siempre decía "­qué mates ricos­', relata con alegría. Y agrega: “le gustan amargos”.

Y continúa: “Otra vuelta, el padre Guillermo le dijo que me preguntara cuántos años tenía. Yo tenía 82, pero el Papa me daba 60”, confiesa riendo la mujer.

Ya falta poco para que empiece la misa y los mates de María son requeridos por todos, como si fueran una especie de combustible para el alma. El mate pasa de mano en mano y ella recibe halagos que agradece con una enorme sonrisa, con la mirada iluminada.

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