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Es la historia de una víctima de la trata sexual en el conurbano bonaerense. Historia que como cualquier otra similar, reviste características demoledoras.
La protagonista es “bautizada” en el prostíbulo donde la trasladaron como Beya durmiente. Entre el terror y el dolor físico y psicológico tan profundo, comienza un proceso de aislamiento, de desdoblamiento entre su cuerpo y su mente para sobrevivir y mantener viva la poca esperanza que le queda para liberarse.
Ese método de salvación que encuentra como escudo protector la lleva a refugiarse en Dios, en un mensaje divino que la envuelve e inmuniza para soportar la mayor de las humillaciones.
Desgarra a medida que se avanza en la lectura y hasta por momentos agobia sentir que para Beya todo es demasiado cuesta arriba. Apenas se vislumbra una pequeño filo de luz, la situación se muestra con toda la crudeza que, nos imaginamos como la autora, implica ser esclava de un prostíbulo.
Para la joven víctima, solamente la abstracción, transformarse en una doble figura en la que el espíritu cobre cada día mayor fuerza, es lo que la salvará de la muerte. Es mirarse a sí misma desde otro ángulo para sufrir menos. Es escapar de un destino que nunca buscó, que es profundamente injusto, que provoca una impotencia insoportable, que no escucha gritos, pero que forma parte de una realidad en todas las sociedades del mundo, y que el caso de Marita Verón puso sobre el tapete en la Argentina.