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Sin duda alguna Argentina es un país maravilloso, no solo por su historia, sino también en belleza naturales. Pero su fama no radica precisamente en esas maravillas, sino en uno de sus vicios más acendrado: La transgresión sistemática, una expresión del ser argentino.
Es una suerte de patrimonio que se acrecienta a instancias de un Estado que ha demostrado en demasía su incapacidad para hacer respetar las normas.
Claro ejemplo de ello, entre otros, son las empresas prestadoras del servicio de Internet. Se transfiere, modifican su denominación, etc. sin ningún aviso a los usuarios; deciden interrumpir el servicio, y que la tecnología implementada es caduca y además deben ser reemplazados por los que la empresa decide, y espere el tiempo del que también disponen de manera arbitraria y autoritaria.
Tal es el caso de UOL Sinectis, hoy llamando SION. Pasa exactamente lo mismo con Arnet, Fibertel y otros, quienes con total impunidad violan los derechos del usuario, además del destrato al que es sometido el usuario a la hora del reclamo con esperas de hasta las dos horas, para recibir luego respuestas dispares de las diferentes opciones a las que derivan el reclamo.
Es importante destacar que la atomización de los derechos humanos generó el despojo absoluto de los derechos básicos de los ciudadanos para convertirnos en rehenes de los empresas de servicios que no solo subestiman e irrespetan, sino que disponen arbitrariamente de nuestros tiempos y economía, sin comunicación alguna.
En este paisaje cívico invertebrado se permite todo y no se castiga nada (depende siempre de quién se trate).
De todas maneras, ya Juan B. Alberdi en 1855 decía en su obra “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina”: “Los Argentinos hemos sido ociosos por derecho y holgazanes legalmente” un perfil perfecto de quienes deben velar por el ejercicio pleno de los derechos de cada ciudadano/a.