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Miguel Pierri, abogado del imputado portero Jorge Mangeri, dijo en sus primeras apariciones públicas que su defendido “Está pasando el peor momento de su vida”. Pasaron los días y llegó la pericia psicológica para conocer más al portero. Pierri, ducho en su práctica, asentó el comentario sobre la angustia de Mangeri en lo que se llama la “misión del psicópata”. Lo forense define a la psicopatía como la frialdad en la acción. Mangeri no le dijo a Pierri todo lo que sabía de los arañazos de Angeles en su cuerpo.
Las pruebas de ADN sí lo revelaron: estuvo en la escena del crimen. Hay una envoltura en el portero: la de nunca asumir el acto, lo que tiene su misterio. Mangeri cambia sus dichos con facilidad y, sobre todo, muestra ante la ley una frialdad afectiva notoria. El psicoanalista francés Jacques Lacan en sus inicios fue un experimentado psiquiatra forense que no usó como diagnóstico a las psicopatías.
La opinión pública estará tentada -cuando termine la pericia psicológica y lo sepa la prensa- de llamar a Mangeri “psicópata”. Los medios explicarán que el psicópata “actúa y hace actuar” o que “sus mensajes no buscan respuesta” y el móvil del crimen será aún más enigmático.
De todos modos, más allá de la querella de los diagnósticos de personalidad para Mangeri, hay un sujeto que tiene problemas con la ley. Y eso significa el “peor” momento del portero. Puede ser declarado antisocial.
Aquí hay una “ironía” de Mangeri si se sigue a Lacan en el contexto del polémico concepto forense de psicopatía.
La ironía, en el discurso, sirve para dar a entender lo contrario de lo que se dice. Mangeri dice ser inocente. No hace la asunción del acto del asesinato. En la cárcel de Ezeiza no delira, no alucina pero tiene angustia, la que describió Pierri bien lo conoció. Para la criminología de Lacan le falta “desprender la verdad del acto” homicida. Su tristeza realizó el propio castigo, acaso ¿no se autoincriminó cuando habló como testigo?