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Alemania preconiza el Consenso en Berlín

Sabado, 27 de julio de 2013 12:57
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A menos de dos meses de las elecciones parlamentarias convocadas para el domingo 22 de septiembre, las encuestas coinciden en que la primer ministra democristiana Ángela Merkel obtendrá una ventaja que le permitirá continuar al frente del gobierno y consolidar su condición de principal estrella de la política europea contemporánea.

Alemania, que es la cuarta economía mundial y constituye el corazón de la economía europea, disfruta una “crisis excelente”. Su mayor solidez estructural le ha permitido ganar mayor poder dentro de la Unión Europea. En la década del 90 había pagado el costo de la reunificación nacional. Alemania Occidental tuvo que socorrer a la ex Alemania Oriental con un “mini Plan Marshall”, cuyos beneficios no habían sido recibidos en la postguerra por la ex república socialista. El énfasis en la austeridad fiscal y la estabilidad monetaria, unido a un fuerte impulso reformista en materia de flexibilización laboral y de recorte del antiguo Estado de Bienestar, posibilitó un shock de productividad cuyas consecuencias ventajosas están a la vista.

Hoy, el ejemplo alemán se plantea como modelo para la reestructuración de la economía europea, en particular para los países de la Europa mediterránea (Grecia, Italia, España y Portugal), que son los más castigados por la crisis. Así como en la década del 90 en América Latina era común referirse el “consenso de Washington”, en Europa se habla del “consenso de Berlín”, que también tiene fervorosos partidarios y enérgicos detractores.

De allí que la discusión sobre el actual estado de la economía alemana y sus perspectivas para el mediano y largo plazo suela encubrir un debate más de fondo. Lo que está en juego es la validez de un modelo basado en el control del gasto público, la reducción del tamaño del Estado y la búsqueda de competitividad, que cuenta con el consenso de los partidos mayoritarios.

Gran potencia exportadora

Alemania es el segundo exportador mundial, después de China y antes que Estados Unidos. Dos tercios de sus exportaciones van a sus socios europeos. Alemania acumuló importantes superávits comerciales. Sin embargo, la otra cara de esa moneda es que la mayoría de los países de la eurozona tienen déficits comerciales equivalentes.

Como la adquisición de productos alemanes es a menudo financiada por los créditos de la poderosa banca germana, los críticos del “consenso de Berlín” alegan que Alemania no es la solución sino parte del problema, porque el gravoso endeudamiento del sur de Europa es una condición necesaria para el boom exportador alemán.

Estos críticos llegan incluso a señalar que esa mayor competitividad de la industria alemana está incentivada por una política de salarios relativamente bajos. No es así si se comparan los ingresos de los trabajadores alemanes con sus pares de Francia o Italia. La diferencia no reside en los niveles salariales sino en un régimen laboral mucho menos rígido y más adaptable a las exigencias del cambio tecnológico.

Christian Dreger, experto de la prestigiosa consultora DIW, explica que “el éxito exportador es el resultado de haber ganado constantemente mercados, principalmente en Europa, pero también en Asia, donde difícilmente los productos alemanes pueden competir por precios o bajos salarios”. Charles Wyplosz, del Instituto de Ginebra, aclara que en rigor “no puede hablarse de balanzas comerciales en la eurozona”, ya que la ausencia de barreras aduaneras hace que el intercambio entre los países de la Unión Europea (comercio intrazona) se parezca más al comercio inter-jurisdiccional dentro de un estado federal que al comercio bilateral entre estados soberanos.

Para Alemania, la cuestión de la dualidad estructural que aqueja a la economía europea está centrada entonces en los desniveles de productividad. “Alemania no va a gastar un euro para solucionar el problema de los pillos”, soltó en un recordado exabrupto la propia Merkel, quien se hizo eco del sentimiento abrumadoramente mayoritario de la opinión pública de su país.

Inmigración y pleno empleo

Lo cierto es que el 25% de la población alemana habita en regiones donde ya existe pleno empleo. Karl Heinz Paqué, investigador de la Universidad de Magdeburg y autor de un polémico libro titulado “Pleno empleo: el nuevo milagro económico alemán”, pronostica que esa realidad se extenderá al resto del país. “Mis investigaciones indican que tanto en la oferta como en la demanda de trabajo se perfila una tendencia que va hacia el pleno empleo”, aventura Paqué.

En esta previsión confluyen por cierto el aumento de la competitividad pero también el fenómeno demográfico, o sea la reducción de la tasa de natalidad. En esta década se jubilará la generación del “baby boom”, nacidos en la posguerra. Paqué consigna que en los próximos años pasarán a retiro entre tres y cuatro millones de trabajadores pertenecientes a ”la generación hasta ahora más numerosa y mejor calificada de Alemania”.

En este escenario, el número de empleados de entre 60 y 64 años se duplicó en la última década, hasta alcanzar el millón y medio de personas. En el mediano plazo, la economía alemana requerirá la incorporación de alrededor de 400.000 inmigrantes por año. En España, donde la tasa de desempleo orilla el 25%, la emigración a Alemania se ha convertido en un nuevo horizonte para los jóvenes menores de 25 años, franja en la que la desocupación trepó al 57%. El síntoma elocuente de estas nuevas expectativas migratorias, que se reproducen en otros países europeos, es el extraordinario incremento del número de jóvenes que estudia alemán.

Los cambios en la economía alemana promovieron otro fenómeno. A diferencia de décadas anteriores, donde se buscaban obreros procedentes de Turquía o de Europa Oriental para empleos de baja calificación, lo que ahora empiezan a faltar son trabajadores calificados. Stefan Harding, directivo de la Asociación Alemana de la Industria, sostiene que “en algunos casos, la falta de personal calificado amenaza la existencia de las empresas o su desarrollo”. En particular, escasean médicos, ingenieros, enfermeros, personal hotelero y expertos en tecnologías de la información. “Alemania tiene que convertirse en un gran país de inmigración, como Estados Unidos y Canadá y como en su momento fue la Argentina”, subraya Paqué.

En este contexto tan promisorio, el liderazgo de Merkel tendrá que lidiar con un aumento del “euroescepticismo” germano. Cuando en la década del 50, con el liderazgo de Konrad Adenauer, Alemania y Francia empezaron a negociar lo que después sería la unidad europea, los alemanes sentían que sólo su incorporación a una Europa unida les posibilitaría su reunificación nacional y la recuperación de la respetabilidad internacional, perdidas con la derrota en la segunda guerra mundial. Pero lo que hasta hace poco tiempo era visualizado como un gran logro histórico ahora amenaza convertirse en un lastre. Los alemanes sienten que podrían vivir mejor sin las restricciones que les imponen su pertenencia a la Europa comunitaria. De allí que Merkel esté forzada a redoblar su apuesta y exigir que sus socios europeos acepten a rajatabla las duras reglas del “consenso de Berlín”.

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